Enrique Cruz (h)
Le pasó lo peor de lo peor: perdió un hijo. Confieso algo: costó convencerlo para hacer esta nota, porque Angel Leroyer es de esos tipos de perfil bajo, que aborrece a quiénes se encandilan con las grandes luces de la fama (algo bastante común en el fútbol) y hasta dejó de lado a aquéllos que se la “creyeron”, manteniéndose siempre fiel a los que son como él. La muerte de su hijo Nicolás dejó secuelas en él y debió ser operado del corazón. Se nota que está en paz y convencido de que Nicolás está bien. Y recibió señales que lo llevaron a aferrarse a Dios y a la Virgen.
—Arranquemos por el principio, Angel. ¿Cómo fue tu infancia, qué recuerdos tenés?
—Nací en San Cristóbal, mi familia estaba integrada por papá, mamá, mi hermana y yo, pero mi papá tenía cuatro hijos con su primera esposa, que falleció, de los cuáles uno ya murió, así que éramos varios. ¿Mi infancia?, hermosa, de pueblo, con libertades, distinta a lo que es hoy... Era vago (se ríe)... Pero no había peligros. Vivía jugando a la pelota.
—¿En dónde?
—Al lado de mi casa había un club que tenía una canchita de básquet y ahí jugábamos al fútbol, luego me llevaron a Ferrocarril del Estado, que se transformó en Ferro Dhó. Había unos baby espectaculares, nocturnos, a los que iba mucha gente. Y a los 14 años ya jugaba en la primera, en la Liga Sancristobalense.
—¿Y cómo fue que te vieron?
—Estaba la Copa de Oro, en la que jugaban los campeones de todas las ciudades. Ganamos ese torneo en 1973. Era una liga fuerte la de San Cristóbal. El “10” y yo, que jugaba de “5”, nos fuimos a Rosario Central. En Colón también me habían visto y me trajeron a jugar dos partidos en reserva y compraron el pase antes que Central. Tenía 17 años y las inferiores estaban a cargo de Rubén Cheves, un tipo serio, profesional, un ejemplo y muy exigente. A mí me dejó muchas cosas, como persona y como jugador. Y en Primera estaba el Vasco Urriolabeitia.
—Así que Colón lo “primereó” a Central..
—En el comienzo y en el final de mi carrera pude haber jugado en Rosario Central y no se dio. Cuando estuve en Rosario, se estaban preparando para jugar la Libertadores porque habían salido campeones en el ‘73. Cuando regresé de Colombia, pude haber jugado en el equipo que ganó el torneo del 86-87, cuando jugaba el Patón Bauza.
—¿Te acordás del debut?
—Con Banfield y jugué de “4”. Me hizo debutar el Gitano Juárez. Ese equipo debe haber sido uno de los mejores de la historia de Colón. Estaban el Bambi, Villaverde, Trossero, el Negro Fernández, Cococho, Carlos López, Villarruel, el chaqueño Zimmermann... Ah, y el Poroto Saldaño, un tipo extraordinario, sumaba mucho para el grupo.
—¿Por qué no salió campeón ese equipo?
—No sé... Yo lo miraba desde el banco o desde atrás y en el medio te pintaban la cara. ¡Le pegábamos cada baile a los rivales...! Cococho era un jugador de la puta madre, Carlitos López tenía una zurda prodigiosa y arriba también estaba Hugo Coscia, con una potencia envidiable.
—¿Qué delantero te complicaba?
—Yo era un caradura, iba al frente como loco... Por ahí me costaba más un rapidito chiquitito que un grandote de área.
—¿A Diego lo marcaste mucho en esa época?
—Cuando jugaba en Argentinos Juniors y cuando estaba en Boca... Una vez me echaron porque le pegué una patada. Todo lo que hacía él era impensado. Era Messi con más personalidad... Más “10” que Messi... Lo marcábamos de a dos, uno adelante y otro atrás.
—¿Con qué defensor te llevaste mejor?
—En Racing hice una buena dupla con el “Gallo” Van Tuyne, que después se fue a Millonarios de Bogotá, y como yo estaba en Independiente Santa Fe, jugamos en contra. También con Jorge Guyón y con Luis Galván. En Colón me entendía bien con Pellegrini, que un día le hizo dos goles a Unión, uno de cabeza y otro de tiro libre.
—Claro, jugaste en Belgrano también...
—Un equipazo que armó Victorio Cocco, jugábamos Luis Galván y yo como centrales. Llegamos a semifinales del Nacional del 84 y enfrentamos a River. En el Chateau, salió lesionado Luis Galván, estábamos 0 a 0 y en pocos minutos nos metieron tres goles. Había que remontar el 0-3 y fuimos al Monumental, le ganamos 2 a 0. No me olvido más de un mano a mano de Blasón con Pumpido que Nery le tapó. Si le ganábamos, salíamos campeones, estoy seguro. En Racing me fui al descenso, pero estaba lesionado y no jugaba.
—En Colombia te dirigió el Toto Lorenzo y en Colón el Gitano Juárez. ¿Con quién te quedás?
—Eran muy distintos. El Gitano me daba consejos, era diferente, muy cordial, muy buena gente, siempre de buen humor. El Toto no tenía mucho contacto con el jugador. Don Miguel era un adelantado, te predecía lo que iba a pasar. Cuando me hizo debutar con Banfield nos dijo que si metíamos el primer gol, se iban a pelear adentro y afuera de la cancha, y les íbamos a meter cuatro.
Dicho y hecho. En los entrenamientos nos hacía jugar a dos o tres toques. Un adelantado.
—¿Hiciste amigos?
—Muchos, pero no los quiero nombrar porque me voy a olvidar de alguno. Cuando voy a Córdoba no dejo de verlo a Guyón, por ejemplo. ¿Sabés qué me molesta del fútbol?, que muchos se la creen y cambian su forma de pensar y de ser porque tienen un cargo.
—Perdiste un hijo y es lo peor que le puede pasar a un ser humano. ¿Fuiste otro tipo a partir de ese momento?
—Después que falleció Nicolás me operaron del corazón, fue muy duro, la pasé mal. Pero ahora estoy bien. Dejé de lado lo material, encontré el camino de Dios y me aferré a lo espiritual. Estoy tranquilo porque sé que Nicolás está bien. Lo extraño con toda mi alma, pero sé que está bien.
—¿Por qué lo decís con tanta seguridad?
—El Pepe Báez es mi amigo desde que teníamos 18 años y me ayudó mucho. Me invitó a ir a la Virgen de Salta y ahí encontré un lugar santo. Tuve un mensaje de Dios y eso me tranquilizó bastante.
—Decís que encontraste paz, ¿encontraste justicia?
—No, porque en este país no hay justicia. Nunca supimos lo que le pasó a Nicolás. El tuvo un accidente con el auto porque alguien lo corrió, fue en Esperanza, nunca se supo la verdad y aparentemente estuvo involucrada la policía. La Justicia no nos ayudó, tuvimos que salir a buscar los testigos y nunca solucionamos nada. Hasta que un día me cansé y me incliné por lo espiritual. Y allí encontré un poco de paz.
—¿Cómo era Nicolás?
—Muy aferrado a mí, tenía ángel, era el centro de atención, en casa venían diez o quince amigos a verlo... Era un negro vago (se ríe).
—Una vez el profe Córdoba, cuando falleció su pequeño, recibió la visita de Passarella en el velorio y le dijo: “Profe, esto es tiempo y resignación”.
—A eso sumále que lo de Nicolás fue algo provocado, lo corrieron y por eso tuvo el accidente. Nicolás venía por un camino de tierra y una señora que estaba trabajando en el tambo vio que un auto lo veía corriendo. Es difícil que una persona tenga la voluntad y la valentía de decir quién vio. Estoy seguro de que esa señora vio quién lo corría. Nicolás tuvo el accidente porque había mucha niebla y Nicolás cayó en un zanjón. Es duro no saber qué le pasó a tu hijo. El tenía una novia en Esperanza, estaba con un chico en un bar o en un boliche, y salió de ahí. Lo corrieron y pasó lo que pasó.
—¿Tiraste la toalla en eso?
—En eso sí, encontré una frialdad de parte del Juez y un desinterés que me llama la atención. Pero a la vez encontré ese lugar santo en Salta, en la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús que me ayudó. Me mostraron fotos en las que aparecía la imagen de la Virgen, de la cara de Jesús en una que se sacó una amiga de Pepe Báez... No hablo mucho de esto porque sé que puede haber gente que no lo cree, pero también tengo mi experiencia personal en eso... Tuve la posibilidad de ir al Vaticano, pero si me preguntás adónde querés ir, si al Vaticano o a Salta, te digo que a Salta. Ahí encontré la paz y la señal clara de que Nicolás está bien.
—¿Y si no pasaba lo de tu hijo?
—Si no pasaba lo de Nicolás, no iba a descubrir nada de eso, porque a misa iba poco. Ahora voy siempre a misa y pido por Nicolás y también por mis amigos difuntos del fútbol, como el Gitano Juárez, el Vasco Urriolabeitia, la Chiva Di Meola, Martín Rico, Omar Atondo, el Beto Vivalda, Jorge Sanitá, Rogelio Domínguez, que fue el técnico que tuve en Racing... Hasta que me vaya, lo seguiré haciendo.
—¿Tenés un hijo que jugaba en Colón?
—Juancito, el más chico. Probó suerte en Ecuador y se tuvo que volver porque no renovó la visa de trabajo y lo podían meter preso. Ahora está jugado en Uruguay... Creo que dentro de los hermanos, es el que más pide por Nicolás. Con Sebastián es más difícil hablar del tema, porque no cree mucho en estas cosas que te acabo de contar.
Pelé, Colombia y los narcos
—¿Eras perfil bajo cuando jugabas?
—Te cuento una anécdota: yo jugaba en Independiente Santa Fe de Bogotá y se armó un partido contra la selección Colombia en El Campín. No entraba un alfiler. Los colombianos habían elegido a Pelé como padrino de la selección. Y fue al partido. Entramos a la cancha y en ese momento, los periodistas también ingresaban al campo de juego. Era un bochinche descomunal. Como a mí no me gustaba eso, me fui para un costado y por ahí veo que se abre la muchedumbre que había en la cancha y Pelé se me viene.
—¿Vos qué hacías?
—Ajeno a todo, estaba moviéndome cerca de un arco y haciendo jueguito con la pelota, calentando. Cuando el Negro se viene, miraba para todos lados y detrás mío porque ni me imaginaba que podía ser para mí. Cuando se me acerca, lo voy a recibir y me da un abrazo y me dice: “Hermano, mucho gusto, ¿cómo estás?”... Me quería morir. No sé qué habrá pensado Pelé, capaz que me vio solo, que no le daba bolilla y por eso me fue a saludar. Pero imagináte que fue así porque a mí no me gustaba ese bochinche.
—¿Y entonces?
—Cuando terminó el partido se me fueron todos los periodistas al humo pensando que Pelé me conocía.
—¿Cómo la pasaste en Colombia?
—En lo futbolístico bien, en lo otro no tanto porque no cobramos. En ese momento, a los clubes los manejaban los narcos. El dueño de nuestro equipo se fue a Europa a fin de año y volvió como a los 45 días. Nos dejó en banda. No quise volver.
—¿Viste cosas raras?
—Vivía en un barrio privado, estaba bien. A mí me llevó el Toto Lorenzo y cuando llegué, me fue a buscar y nos subimos en una cupé blanca impresionante. Cuando el Toto me tira el asiento para adelante para que yo pueda subir en el asiento de atrás, miro al piso y había un arsenal... El Toto me miraba y me decía: “Después te cuento...”. A los dos o tres días mataron a quemarropa desde una moto al ministro de Defensa en Bogotá... Imagináte cómo estaba...
La historia increíble de una foto
Quien esto escribe la vio y es realmente conmovedor. Angel Leroyer pedía “a gritos” una señal de que su hijo fallecido “estaba bien” y la encontró en Bariloche, durante un viaje de vacaciones.
En una excursión a uno de los cerros, Angel se sacó una foto y detrás de ella se puede observar la imagen de la Virgen en forma muy nítida, entre las montañas, y a un costado de Ella, el rostro dibujado de su hijo según su propia convicción.
“No hablo de estos temas porque hay gente que no cree”, le dijo Leroyer a El Litoral mientras mostraba la foto, que realmente causa estupor. “Ese día, antes de sacarme la foto, me llamó poderosamente la atención el arome profundo a flores que sentía en ese lugar entre los cerros”, cuenta Leroyer.