Por Rogelio Alaniz
por Rogelio Alaniz
En estos días se cumplieron veinte años de la muerte de Arturo Frondizi. El aniversario invita a elaborar algunas reflexiones acerca de la personalidad de un político que se inició en las luchas cívicas a principios de los años treinta y marcó con su presencia un tiempo histórico. Un rasgo decisivo de su personalidad fue el de haber desbordado con su presencia los roles asignados. El joven yrigoyenista de los años treinta fue al mismo tiempo un convencido simpatizante de la república española, un destacado defensor de presos políticos y un estudioso de los grandes problemas teóricos de la Nación. El diputado elegido en los inicios del peronismo, integró el bloque opositor de “Los 44”, pero en ese brillante colectivo político se destacó por sus intervenciones rigurosas y su oratoria académica. Sus críticas al peronismo estuvieron en sintonía con la de sus correligionarios, pero en cada una de sus intervenciones siempre se preocupó por marcar diferencias con el clásico discurso antiperonista, diferencias que giraban alrededor de las relaciones entre libertad política y justicia social. Algunos de los rasgos típicos de ese período merecen destacarse: fue presidente del bloque de “los 44” luego de la detención de Balbín; candidato a vicepresidente por la UCR en las elecciones de 1952; presidente del comité nacional de su partido desde 1954 y autor de “Política y petróleo”, un libro que puso en evidencia la calidad de sus reflexiones teóricas, además del sentido de oportunidad política, ya que el libro salió a la calle cuando Perón propuso el llamado “Tratado de la California”, el acuerdo petrolero al que el propio Frondizi caracterizara en una de sus intervenciones públicas como “una ancha franja colonial, cuya sola presencia sería como la marca física del vasallaje”. El libro también será usado por sus críticos, cuando en el ejercicio de la presidencia firmó los controvertidos contratos petroleros que los desarrollistas defienden con buenos argumentos hasta el día de hoy. Como se recordará, el programa socialdemócrata de Avellaneda fue reemplazado por el llamado Programa de Chascomús, destinado a veinte millones de argentinos, consigna que Jauretche, con su afilada ironía, designó como un programa para veinte millonarios. A partir de 1955, Frondizi se transformó en el principal protagonista de la vida política nacional. En 1956, la UCR se dividió en dos facciones que reclamaban la identidad radical: la UCRP, liderada por Ricardo Balbín y la UCRI liderada por Arturo Frondizi. La ruptura partidaria para Frondizi fue algo más que una división por apetencias de poder, en tanto sostuvo que allí estaban en juego dos visiones antagónicas acerca del poder, la sociedad y la economía. De más está decir que sus enconados opositores afirmaron lo mismo, aunque por razones exactamente inversas. En febrero de 1958, fue electo presidente de la Nación con más del cuarenta por ciento de los votos. Frondizi contó en esos comicios con el apoyo de una franja importante de la masa peronista que percibió en su candidatura la garantía del cese de las persecuciones. Si el apoyo del peronismo provino de un pacto o de la calidad de la propuesta de la UCRI, es un tema que todavía hoy se debate, pero lo cierto es que Frondizi llegó a la presidencia de la Nación con ese aporte que, al mismo tiempo, sería un severo condicionante social y político en los próximos años. De todos modos, el principal condicionante provendrá de las Fuerzas Armadas, cuyos jefes se habían atribuido el rol de tutores del orden político, tutoría que sumaba al antiperonismo más recalcitrante, el anticomunismo en sus versiones “macartistas” más ridículas y un mesianismo que en algunos puntos rozaba con el delirio. Condicionado por los militares, el peronismo, la izquierda y la UCRP, lo que hay que preguntarse no es tanto por qué fue derrocado en 1962, sino cómo pudo, en esas condiciones tan desfavorables, durar cuatro años. Interrogado por periodistas acerca de sus contradicciones en el ejercicio del poder, respondió: “Eso no es lo que usted tiene que preguntarme. Lo que usted tiene que preguntarme es por qué acepté ser presidente de la república en las condiciones en que acepté serlo. Resuelto ese problema, lo demás se entiende como consecuencias lógicas”. El razonamiento tiene valor testimonial, pero también pone en evidencia un estilo de razonamiento, un ejercicio de lo intelectual, esa impecable lucidez para plantear los grandes problemas prácticos de la política con un riguroso y esclarecedor tono académico. La historia de la presidencia de Frondizi muy bien podría escribirse a partir de los innumerables planteos militares que sin pausa jaquearon a su gobierno. También desde la actividad de una oposición que desde la derecha y la izquierda nunca dejaron de acosarlo, y además festejaron jubilosos su derrocamiento, sentando un nefasto precedente que se prolongará a lo largo de las décadas del sesenta y el setenta y que, paradójicamente, contará a Frondizi y sus seguidores entre sus animadores. Más allá de estas controversias, conviene destacar que el rasgo distintivo de su gobierno, el aporte que le permitirá situarse por encima de las borrascas de la coyuntura, será su estrategia desarrollista. Cincuenta años después existe consenso histórico para afirmar que con independencia de las observaciones puntuales nacidas de las refriegas antes mencionadas, el desarrollismo fue la estrategia que con más persistencia, talento y fundamentos teóricos se propuso modernizar el país. La clave de esa estrategia se desprende de las siglas de la fuerza política que luego expresará al llamado frondo-frigerismo. Integración, como categoría política y social destinada a incluir al peronismo, pero también a todos los actores sociales de la Nación. Y desarrollo, como objetivo modernizador. Las batallas por el petróleo, el acero, los transportes, la energía eléctrica, fueron los jalones de una gestión que en medio de condicionamientos brutales y el persistente acoso motorizado por las intrigas e incomprensiones de su tiempo, logró plantear hacia el futuro las claves acerca del rumbo que debía emprender la Nación en un mundo signado por la coexistencia pacífica, la globalización y la revolución científico-tecnológica. De Frondizi se puede decir con justicia que se anticipó a su tiempo. Con sus aciertos y sus inevitables errores, el gobierno de la UCRI incorporó a la política el principio de que a los problemas de la Nación hay que estudiarlos con rigurosos instrumentos teóricos. El desarrollismo fue la respuesta a esa exigencia. Sus aciertos confirman la calidad de la propuesta y, sobre todo, la calidad de la dirigencia que la llevó a cabo; sus errores dan cuenta de los límites políticos y culturales de una sociedad más predispuesta a la lucha facciosa que a sumarse a proyectos convocantes. De más está decir que Arturo Frondizi fue el principal protagonista de esta gesta. Su liderazgo no provenía del carisma en sus versiones clásicas. Su porte, sus lentes y su enorme nariz que hacía las delicias de los caricaturistas, sus modales de profesor universitario, su acerada inteligencia y su ponderada capacidad de maniobra, constituyeron los atributos de un liderazgo original, y a su manera cautivante, que muy bien podría sintetizarse con el concepto de estadista. Jauretche habló del intelectual que ahora se acercaba al pueblo. David Viñas, se refirió a la superación de la antinomia alpargatas contra libros. Sánchez Sorondo y Hardoy ponderaron su genuina vocación de estadista. Mariano Grondona sostuvo que mantuvo un equilibrio virtuoso entre el oportunista y el dogmático. El Che Guevara lo calificó como un burgués lúcido. Polémico y controvertido, como debe ser todo político de garra, aportó a la cultura nacional la luz de su inteligencia, la convicción de sus ideas y su digna austeridad civil. Político por vocación, compromiso y práctica social, accedió a la condición de estadista por ese esfuerzo lúcido en pensar la política como un acto creativo que sin renegar de los imperativos de lo real sea capaz de escudriñar entre las nieblas del presente, los débiles pero certeros resplandores del futuro.
Polémico y controvertido, como debe ser todo político de garra, aportó a la cultura nacional la luz de su inteligencia, la convicción de sus ideas y su digna austeridad civil.