Joaquín Fidalgo
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Adrián Escobar tenía 31 años y amaba a su familia. Vivía para María, su joven esposa, y para “Fori”, su pequeña hija de 4 años. Luego de servir como guardiacárcel por un tiempo, había sido tomado como empleado en una reconocida empresa de seguridad privada. Hacia su lugar de trabajo se dirigía hace un año, en horas de la madrugada del 24 de abril de 2014, cuando fue emboscado y asesinado por delincuentes de su mismo barrio.
Ese día, cerca de la 1.30, el “Flaco” se levantó de la cama matrimonial, acarició a su hijita y le dio un beso a su “Flaca”. Luego, sacó la moto de su casa, en barrio Los Cipreses, y calentó un poco el motor antes de partir. Su esposa, recostada, escuchaba cada uno de sus movimientos. Adrián finalmente se marchó, pero al llegar a lugaren que las vías cortan la avenida French, fue interceptado por un par de criminales. Le apuntaron con armas de fuego y el “Flaco” trató de escapar por un pasaje de tierra lateral, sin imaginarse que en realidad estaba cayendo en una emboscada. Al llegar a Matheu, otros dos muchachos armados salieron a su encuentro y no vacilaron en abrir fuego.
Escobar fue alcanzado por un proyectil en la espalda. Cayó de la moto, caminó unos pasos, se recostó contra un árbol (a la altura de Pasaje Pizzorno) y murió segundos más tarde.
María escuchó los disparos. Se sobresaltó. Saltó de la cama y un frío helado le recorrió la espalda. “El ‘Flaco’ no... el ‘Flaco’ no...”, se repetía. Tenía una conexion especial con él y sabía que algo malo había pasado. Entonces tomó su celular y marcó el número de su marido. Adrián nunca había dejado de responder a sus llamadas. Esa madrugada fue distinta. Dos veces, alguien atendió el aparato, pero sólo para escuchar el llanto de María que suplicaba por hablar con su hombre.
No se escucharon ambulancias en el barrio, el silencio fue absoluto luego de las detonaciones. La mujer llamó entonces a Prosegur, donde un compañero de Escobar se mostró sorprendido porque él no había llegado a horario, algo totalmente inusual. Ya con gran preocupación, María llamó a la Central de Emergencias 911 y un patrullero llegó hasta su hogar. Dejó a su hija al cuidado de una vecina, para que los policías la lleven a la Seccional 8a. Allí estaba aguardando, sentada, 20 minutos después, cuando entraron algunas autoridades policiales, amigos de Adrián y su propio hermano. Un uniformado fue el que le dio la peor noticia, se acercó a ella y le dijo:
—Encontramos a un hombre con las características que nos dio de su esposo.
—Por favor, lléveme al hospital. ¿Está herido?
—Esta persona que encontramos ya estaba muerta cuando llegamos. Murió en el lugar. La mataron.
“Calvario”
Para María y “Flori” fue un mazazo que también destrozó sus vidas y obligó a rehacerlas, tanto que debieron abandonar su casa familiar y mudarse a otro barrio. Cada día fue un desafío para ellas, que perdieron mucho más que a un hombre. En los meses siguientes tuvieron que “padecer situaciones insoportables”. Se cruzaron más de una vez en la calle con los asesinos de Adrián. Uno de ellos, con mirada entre desafiante y burlona, las amenazó con una “tumbera” (escopeta de fabricación casera). Apareció la moto robada, frente a la casa de uno de los principales sospechosos. También fue hallado el celular de la víctima, vendido por otro de ellos a una vecina. Todos ellos fueron arrestados, pero dejados en libertad poco después.
Este viernes se cumplió un año del homicidio de Adrián Escobar y no hay ningún detenido por el caso. Por la mañana, María fue al lugar en el que cayó muerto su esposo para dejar unas flores. Debió hacerlo acompañada por un patrullero policial, porque todo el barrio sabe que los criminales viven muy cerca de allí, se siguen paseando por el lugar con total impunidad y continúan haciendo de las suyas.
“Todo quedó en la nada. Sabemos quiénes mataron a Adrián, dónde viven, cómo se manejan. Pero no hay testigos. Los fiscales me piden que yo encuentre el arma con la que le dispararon, o que yo consiga personas dispuestas a dar su testimonio ante un juez. Yo soy la que tengo que investigar. Y lo hago, pero nadie quiere ayudar, algunos por complicidad, otros por miedo. No hay cámaras de seguridad en donde lo emboscaron, ni siquiera había luz esa noche. Detuvieron a tres de los sospechosos, pero todos ellos fueron liberados. Uno tenía el teléfono de Adrián, frente a la casa de otro apareció tirada la moto y el tercero me apuntó con un arma de fuego cuando yo iba con mi mamá y mi hija por la calle. Todos caminan hoy por la calle con total tranquilidad”, se lamentó María ayer, a metros de donde su esposo fue ejecutado por la espalda.
Desilusión
“Yo ya no creo en la Justicia -disparó luego la mujer-. Me acuerdo de que el homicidio de Adrián fue el número 50 de ese año. Yo me decía que tenía que luchar para que no sea un crimen más. Estaba convencida de que iba a haber un antes y un después. Me propuse no descansar hasta ver presos a los responsables. Pero me encontré con un montón de gente que pedía desde hacía mucho tiempo por sus muertos, para que se esclarezcan sus asesinatos. Me topé con un sistema que piensa muy poco en las víctimas y mucho en los delincuentes. Cuando liberaron al tipo que nos había amenazado con una escopeta ni siquiera me avisaron. Me enteré de casualidad, veinte días más tarde. La verdad que me desilusionó todo. Para mí no existe la justicia terrenal, ni la divina tampoco.
“Lo único que quiero es que Adrián descanse en paz, pero sé que no lo está haciendo ahora, porque estamos como el primer día. No hay nada. Hace un año que ellos siguen delinquiendo, con impunidad, y yo lo tengo a mi “Flaco” en un cajón. Tengo que traerle flores a donde cayó muerto acompañada por una patrulla, porque ni esa libertad tengo. En el barrio mandan ellos, los que lo mataron. No creo más en nada, ni en nadie”.