Joaquín Fidalgo
[email protected]
Aníbal Stachioli tiene 60 años y es comerciante. Vive en barrio Sargento Cabral, junto a su esposa, sus dos hijos y un nieto. Todos ellos estuvieron al filo de la muerte la madrugada del domingo pasado, cuando alguien arrojó una bomba molotov dentro de su hogar.
Joaquín Fidalgo
[email protected]
“Nos salvamos porque mi hijo, de 23 años, estaba despierto. Estudiaba en su pieza, que da al garaje, cuando escuchó el ruido de vidrios rotos, la explosión y el fuego. Mi esposa, mi hija (de 33 años), mi nieto y yo, descansábamos en otras habitaciones.
Entredormido, oí los gritos de mi pibe que pedía auxilio: ‘Traigan agua, ayúdenme a apagar el incendio’, decía. Salté de la cama y cuando llegué al comedor ya estaba lleno de humo. No quiero ni imaginarme lo que hubiera podido suceder. Hoy, lo podemos contar como una anécdota, pero podría haber sido una tragedia”, recordó Aníbal Stachioli esta mañana.
Este vecino de barrio Sargento Cabral reside junto a su familia en una casa de calle Agustín Delgado al 2000. Es comerciante y asegura que trabaja prácticamente sin descanso vendiendo ropa para ganarse la vida. Aproximadamente a las 4 del domingo pasado, manos anónimas rompieron uno de los vidrios del portón de su garaje y arrojaron dentro una bomba tipo molotov (botella con combustible y una mecha encendida).
El artefacto cayó junto a su automóvil Chevrolet Corsa y provocó un principio de incendio. Las llamas destruyeron una planta y dañaron levemente el vehículo.
Afortunadamente, Stachioli y su familia lograron extinguir el fuego con relativa rapidez.
“Todavía no entendemos qué pasó. No estamos en política, ni tenemos convicciones religiosas, tampoco hay algún problema con los vecinos; nos la pasamos trabajando y disfrutando de la familia”, explicó el dueño de casa.
No trascendieron detalles sobre la investigación policial que se inició, pero una de las hipótesis podría apuntar al “quemacoches”. Posiblemente, la bomba fue arrojada contra el auto, pero con mala puntería.
“Espero que no se convierta en una nueva modalidad, como pasó con los autos. Acá es fácil adquirir nuevos vicios. Y si se pone de moda tirar estos artefactos adentro de viviendas, seguramente van a morir personas. Nosotros nos salvamos gracias a mi hijo. Pero si él no escuchaba, íbamos a quedar en una trampa mortal, sin posibilidad de escapar, porque la única salida es por el garaje”, puntualizó.
“La Policía llegó bastante rápido, pero no hizo nada. Incluso pasaron unos chicos en dos motos, en contramano, despacito y mirando para adentro. Les pedimos que los paren para ver si tenían olor a combustible en sus manos, pero los uniformados nos ignoraron. Nos dijeron que no podían hacer nada”, se quejó Stachioli.