Cualquier película de Tarantino es un tibio intento al lado de los comentarios anónimos que se reproducen como conejos debajo de cada nota que publican los diarios en Facebook.
Natalia Pandolfo
Fotomontaje: Alejandro Moulins
Sírvase el lector pasar a la siguiente nota si sufre de trastornos como el buen gusto, la sensibilidad o el refinamiento. Cualquier película de Tarantino es un tibio intento al lado de los comentarios anónimos que se reproducen como conejos debajo de cada nota que publican los diarios en Facebook.
Si se pudiera graficarlos, se verían como una horda de hombres y mujeres enardecidos que, amparados en la anestesia del anonimato (algunos; otros ni siquiera), disparan palabras como flechas, hirientes, groseras, deshilachadas, sangrientas.
Hay que hacerse cargo: muchas veces las notas los provocan. O sus temas, o el espantoso modo en que están escritas. Es cierto: hay cada aberración eternizada en letras de molde. Igual, no alcanza la plata para justificar: con ese criterio, los lectores del papel estarían largamente habilitados para salir a asesinar a golpes de diario a quien se cruzare en su camino.
Advertencias cumplidas, van los ejemplos: “Hay que meterles sus mechas por el orto y a la cárcel. Y dejarlas infertiles (sic) esas bichas no pueden reproducirse!!”. La gentil alocución es respecto del tema de las mecheras, esas señoras que, a falta de trabajos mejores se dedican, con envidiable habilidad, a robar ropa en los negocios.
La puntuación, los acentos, la ortografía, quedarán para otra ocasión. Aquí lo que importa es decir, de la manera más urgente posible. Mejor si es en mayúsculas: más potente será entonces el tiro del odiador serial.
“Ahora tienen que abusar de él en cada celda y después de un tiempo cortasela (sic) y ponersela (sic) en la boca y luego bien empalado prenderlo fuego en medio de plaza de mayo”, dice alguien, cultor de la agresividad extrema, frente a un tema sensible como el del abuso sexual.
“¿Y por que (sic) no los mataron con la misma tumbera??? cuanto (sic) puede salir una bala”, dice otro del mismo rubro.
“Estos rosarinos prefieren ver a sus hijos drogandose (sic) a cambio de lujo que le estan dando estos narcosocialistas!hdp come gatos”: otro señor prendiendo el ventilador y largando su ira al viento etéreo de la virtualidad.
“Lifschitz reabre el debate para municipalizar Assa”, titula el diario. “Que se valla (sic) a la concha de su madre”, responde un lector puro nervio.
“Abogado acribillado en un bar de Corrientes”, título. “Por cuervo hijo de puta a varios abria (sic) que fusilar traidores”, comentario. Falta la coma entre fusilar y traidores, pero es un detalle que despertaría la furia del lector saca pecho.
Deportes no se salva de la ira textual: “Que se termine ya esta mentira de las leonas... nunca le ganaron a nadie... siempre se quedan con el ‘casi’. A lavar los platos perras (mas que leonas)!!!”. Es un ejemplo inocente: en el área llueven insultos —nada que sonroje a cualquier habitué de la cancha, sólo que se supone que el acto de escribir implica un paso previo de reflexión— o algo que se le parezca.
En el infinito mundo que ofrece Internet, es raro pensar que alguien necesite expresarse en esos términos. Es decir: subirse a la calesita violenta que muchas veces imponen los medios con sus palabras y sus sentidos y responder desde ese lugar. Hay otros lugares posibles, hay tantos: Internet es un gran paraguas con infinitos colores, en el que hay espacio para todos. No hace falta oscurecer el negro.
El cierre de esta nota es aterrador. Sobrevendrán tiempos nefastos: lloverán palabras como una gran pedrada. Cada click abrirá la ventana de un insulto. No es la intención aquí avivar el desbocado fuego de las fieras: sólo levantar una bandera blanca en medio de tanta basura. Una banderita pequeña, modesta. Un por favor chiquito, casi inofensivo. Uno de esos que se van apagando de a poco, como las canciones con final gradual.
La puntuación, los acentos, la ortografía, quedarán para otra ocasión. Aquí lo que importa es decir, de la manera más urgente posible. Mejor si es en mayúsculas: más potente será entonces el tiro del odiador serial.