Por Rogelio Alaniz
Se dice que las Paso son comicios para seleccionar candidatos, porque recién en octubre se elegirá al próximo presidente. Es así, pero nos engañaríamos si desconociéramos que el actual sistema electoral es algo más que una interna inofensiva y formal, al punto de que más de un observador llegó a decir que en realidad estas elecciones son una primera vuelta.
Sin ir más lejos, en 2011 la presidencia de la Nación se jugó en las Paso, cuando la Señora obtuvo una diferencia de votos que transformó a las elecciones presidenciales en un trámite formal. A diferencia de 2011, estas Paso no definieron de manera categórica un presidente, pero seríamos ciegos si ignoráramos que marcaron una tendencia que según se mire puede ser decisiva.
Lo primero que conviene hacer cuando se analiza un proceso electoral que por definición es complejo, es empezar por reconocer lo obvio. Y lo obvio en este caso nos dice que el ganador fue Daniel Scioli, salvo que alguien crea que perdió el candidato que sacó más votos, que obtuvo sobre su inmediato competidor una diferencia de casi catorce puntos y que ganó en la mayoría de las provincias.
Dicho esto, podemos señalar que con relación a las elecciones de 2011, perdió más de tres millones de votos y que de acuerdo con las normas prescritas por la Constitución con los porcentajes obtenidos este domingo, Scioli no gana en la primera vuelta. No gana, pero está cerca, demasiado cerca, porque es muy probable que un porcentaje importante de los votos de De la Sota considere que se es más leal al peronismo votando a Scioli que votando a Macri. Algo parecido podría ocurrir con un porcentaje de los votos de Massa y Rodríguez Saá, para no mencionar ese diez por ciento del padrón que en estas Paso no votó.
Capítulo aparte merece evaluar lo sucedido en provincia de Buenos Aires, donde María Eugenia Vidal fue la candidata más votada, rompiendo con todos los pronósticos acerca de un peronismo que en esta provincia sería imbatible. Una mujer se insinúa como la responsable de poner punto final a uno de los mitos electorales más poderosos del peronismo, un objetivo posible para el macrismo; posible, pero difícil.
El otro problema que se le presenta a Scioli, es que el candidato a gobernador por su fuerza política es Aníbal Fernández. Un kirchnerista de paladar negro, involucrado en denuncias escandalosas, denuncias que provocarían seguramente el rechazo de las clases medias, aunque tengo mis dudas que en la masa peronista esas imputaciones lo afecten. El compañero Morsa es muy rechazado en ciertos ambientes, pero despierta adhesiones muy fuertes en una mitología peronista para quien su estilo, su personalidad e incluso sus vicios son considerados virtudes meritorias del ser nacional.
Digamos que Scioli dispone de muchas chances para ser el nuevo presidente de los argentinos. Tendría que equivocarse mucho y el azar jugarle muy en contra para que esto no suceda. Faltan setenta días para las elecciones y en ese tiempo pueden ocurrir muchas cosas, incluso la posibilidad de que no gane en la primera vuelta y deba someterse al temible balotaje, una instancia en la que históricamente los peronistas han temido.
¿Y qué pasa con la oposición? Mejor que en 2011, pero dividida y con dificultades casi insalvables para lograr una unidad que pudieron haber hecho hace unas semanas pero que por soberbia, tontería o error de cálculo dejaron pasar. Macri sacó catorce puntos menos que Scioli. Se supone que quienes votaron a Carrió y Sanz lo van a votar y es posible que así sea, pero si lo votan todos o algunos es un dato que recién lo sabremos el 25 de octubre a la noche, mientras que los votos que sacó Scioli son de él o de su espacio político y allí no hay razones para pensar en fisuras o quiebres.
Pero el espacio opositor tiene otro problema que se llama Massa. El candidato de Tigre articula un buen discurso opositor, se presenta como un político joven, pintón, no sé si inteligente pero de buenos reflejos. Dispone de equipos de trabajo y en la provincia de Buenos Aires cuenta con el apoyo de Felipe Solá, un buen candidato. El problema de Massa es que todas sus virtudes no le alcanzan para ganar. Sacó catorce puntos, porque los otros siete u ocho son de De la Sota, por lo que Scioli le lleva casi veinticinco puntos de ventaja. Es mucho. Su gran logro fue probar que no estaba liquidado como pretendió convencerlo Durán Barba. Massa existe pero, salvo milagro de los cielos, no puede ganar. No puede ganar, pero puede impedir que crezca Macri para júbilo de Scioli y los sciolistas.
A la hora de pensar un proceso electoral importa ver los números, pero también las posibilidades de acción política de los candidatos. Scioli tiene como objetivo ganar en la primera vuelta. Dispone a su favor de un porcentaje de votos importante y la posibilidad de ganar votos de otras canteras. Otro punto a su favor es que a los opositores les resulta bastante complicado ubicarlo a Scioli como la continuidad de Cristina. Y es difícil ponerlo en su lugar porque más allá de las tácticas y los cálculos oportunistas del caso, Scioli efectivamente no es Cristina, y ésa es una verdad que los primeros que la saben son los kirchneristas de línea dura. Scioli no es Cristina y hay motivos para suponer que el cristinismo, en sus versiones más detestables, desaparecería con ella, lo cual no habilita la especulación de que la mejor manera para terminar con Cristina sea votarlo a Scioli.
Macri debe saber que para ganar una elección no sólo hay que juntar votos sino merecerlos. Ello significa la capacidad para constituir un liderazgo que le permita convencer a la gente de que si él fuera presidente todos vamos a estar mejor que con los K y con Scioli en particular. Esto es fácil decirlo, pero no es tan fácil hacerlo. Para ello hace falta carisma, garra, decisión, coraje cívico, y suerte, bastante suerte.
¿Massa? Bien pero no llega. Creo que en el fondo se daría por bien pagado con quedar para el futuro como el principal líder opositor. Si lo logra o no, está por verse, pero a la fecha le veo a Massa un perfil opositor más claro que un Macri que todavía pareciera seguir creyendo que el discurso de un candidato a presidente debe ser algo así como un mensaje de autoayuda escrito por Paulo Coelho.
¿Tiene otra chance la oposición? Las tiene, pero no son muchas. Una es que en estos setenta días se descompagine la realidad económica, un hecho no deseable por nadie. Otra es que el kirchnerismo cometa errores irreparables, algo que hasta el momento no ha hecho. ¿Un acuerdo con Massa? Tarde. Como dijo Solá: lo hubieran pensado antes. Otra variable sería la de comprometerse como dirigentes opositores a realizar -en caso de ser electo uno u otro- un gobierno de unidad nacional. Esta variante habría que explorarla más, pero además de anunciarla hay que saber hacerla y convencer a los votantes de que es creíble.
Posibilidades hay, pero ninguna es sencilla, ninguna asegura el pasaje a la gloria y en todos los casos reclama de liderazgos fuertes, convincentes, algo que también habrá que ver si se logra. Lo objetivo es que el oficialismo sacó más votos que la oposición; también es un dato objetivo que el oficialismo está unido y la oposición marcha dividida. Con este cuadro de situación no es descabellado suponer que el oficialismo dispone de mejores chances para ganar.
¿Es invencible el kirchnerismo? No lo es, pero en este caso conviene insistir que la victoria del kirchnerismo hasta la fecha depende más de los errores de los adversarios que de sus propios aciertos. Nos podemos enojar o no, pero lo cierto es que así se ganan las elecciones y, como ocurre en la vida, no siempre los más buenos o los más justos son los favorecidos por los dioses.
El kirchnerismo es vulnerable y lo ha probado en varias ocasiones, pero en la actualidad está bien parado y la vulnerabilidad no está de su lado. De todos modos, faltan setenta días y en esta Argentina que nos ha tocado vivir pueden pasar muchas cosas. El oficialismo tiene el partido a su favor, pero el match aún no ha concluido; es más, falta bastante para que termine.
El kirchnerismo es vulnerable y lo ha probado en varias ocasiones, pero en la actualidad está bien parado y la vulnerabilidad no está de su lado.