Hacer pronósticos electorales no es conveniente, pero suele ser inevitable. Sobre todo en un balotaje, cuando compiten dos candidatos que son muy parecidos en muchos aspectos pero que, por diferentes motivos, expresan las alternativas del cambio o la continuidad. Los votos, por lo tanto, hay que contarlos el 22 de noviembre y espero que se puedan contar bien y, sobre todo, que la oposición no se duerma en los laureles y se deje robar la elección que puede ganar en comicios limpios.
Insisto, en política no son prudentes las adivinanzas, pero tampoco es aconsejable desconocer lo obvio. Y lo obvio, en este caso, es que Macri se perfila como el nuevo presidente de los argentinos y Scioli como el candidato derrotado. Puede haber cambios en los próximos diez días, puede ocurrir lo inesperado, pero es lo más difícil. Lo previsible ya está en la calle, se respira en el aire, se distingue en el rostro distendido de los ganadores y en la expresión desencajada de los perdedores.
El lunes 23 de noviembre se comenzará a escribir la historia de este singular proceso electoral en el que el candidato oficialista fue saboteado por sus propios promotores. Raro. Raro, porque Scioli perdía si se acercaba mucho a la Señora, pero también perdía si se alejaba demasiado. Jaque mate, escribí en una nota anterior y me parece que es la imagen que mejor expresa su situación. Si tomaba distancia del kirchnerismo rompía con sus principales soportes políticos pocos días antes de los comicios. Un desastre. Si se identificaba demasiado con ellos, perdía la adhesión de los votantes que podían reconocer en él una variante “moderada” de la causa K.
En definitiva, poco creíble como oficialista y mucho menos creíble como opositor. En esas condiciones, la derrota es más una consecuencia lógica que una resolución inesperada. En ese contexto, la denominada “campaña sucia” del oficialismo era inevitable, porque ése suele ser el recurso de todos los perdedores. Macri casi no se acuerda de Scioli, mientras que Scioli no hace otra cosa que hablar de Macri. Cuando esto ocurre es porque el resultado está cantado.
Por otra parte, tengamos presente que la “campaña sucia” está incorporada en el cuadro genético de la causa K. El relato, como tal, incluye la suciedad como el vino incluye a la borrachera. La lucha del bien contra el mal, la causa de los pobres contra los ricos, la solidaridad contra el egoísmo, justifican estos procedimientos. Se podrá discutir si es justo o deseable que así sea, pero básicamente, la objeción más seria que presentan estas polarizaciones es que son mentirosas y falsas. Y porque son mentirosas y falsas es que hay que recurrir necesariamente al miedo, a la calumnia y al agravio. Algunos K no saben que están chapaleando en el barro; otros lo saben y lo disfrutan; y otros lo hacen porque no saben hacer otra cosa.
El problema es que con esos insumos electorales se puede hacer ruido, se pueden provocar algunos escándalos, se puede ofender, pero no se pueden ganar elecciones. Lo siento por ellos, pero es así. Además, no hace falta que yo lo diga; ellos lo saben, ellos saben que pierden. Y muchos de ellos, muchos de los que advierten que si ganara Macri los chicos se van a quedar sin escuelas, las mujeres sin maridos y los trabajadores sin trabajo, lo que están haciendo es curándose en salud, porque muchas de las tragedias con las que amenazan en realidad a los únicos que los puede afectar es a ellos. Dicho a modo de boutade: si Macri ganase, muchos K no se van a quedar sin trabajo, sino todo lo contrario, porque por primera vez en doce años se van a ver obligados a trabajar en serio, y eso es lo que los tiene preocupados y furiosos.
La cuestión de fondo en estos comicios es que mayoritariamente la gente quiere cambiar, quiere que haya otro gobierno, otros funcionarios, otra manera de abordar los problemas políticos y sociales. ¿Cambiar hacia la derecha? Habrá que probar que es así y, sobre todo, demostrar que la sociedad argentina en la actualidad se mueve alrededor de las opciones de izquierda y derecha. Pero incluso admitiendo el giro a la derecha: ¿Qué tiene de malo o de trágico? La derecha es un actor necesario e inevitable de una sociedad moderna y, por lo tanto, si queremos ser democráticos en serio debemos admitir su legitimidad.
Sin ir más lejos, en Chile ganó en su momento un candidato de la despreciable derecha. Sebastián Piñera creo que se llamaba. Era burgués, multimillonario, partidario de la economía de mercado y algunos de sus colaboradores fueron amigos de Pinochet. Y sin embargo ganó. Pero lo más notable es que sus opositores socialistas o democristianos no vivieran esa derrota como una tragedia nacional, por el contrario aceptaron el veredicto de las urnas, ejercieron una oposición responsable y cinco años después retornaron al poder que ejercen actualmente, sin que esté escrito en el cielo que se van a quedar en ese lugar para siempre, porque ellos saben mejor que nadie que en democracia hay alternancia y está bien que así sea.
Sin embargo, si le vamos a creer a los voceros K, acá en la Argentina estos avatares propios de una cultura democrática se viven como una tragedia. Lo más lindo de todo es que quienes denuncian la llegada de la derecha están muy lejos de ser de izquierda, sus principales dirigentes son multimillonarios y algunos de ellos están más cerca del fascismo que de una supuesta estrategia liberadora.
Seamos claros. Los K no defienden la derecha o la izquierda, la liberación o la dependencia, lo que defienden, de lo que se agarran con uñas y dientes es del poder, de los beneficios y los privilegios de poder. Lo demás es “verso para la gilada”. Temas como “nacional y popular”, son recursos del relato, insumos ideológicos en el peor sentido de la palabra para movilizar a incautos y justificar el poder.
Estas ambiciones y pulsiones son las que corren riesgo cierto de una derrota el próximo 22 de noviembre. Por eso corresponde hablar del cambio y no de continuidad, de un cambio que rompe con las pretensiones de poder de un régimen populista que se está cayendo a pedazos, con el riesgo de que en su inexorable caída nos precipite a todos al fondo del mar.
Scioli pierde por sus defectos, por su pésima administración en la provincia de Buenos Aires, por el sabotaje que ejercen sus propios compañeros, por las felonías de la Señora, pero por sobre todas las cosas pierde porque el régimen que intenta representar está agotado, la sociedad ha decretado su agotamiento en cualquiera de sus variantes, incluso en la versión moderada que él pretende encarnar.
En un régimen concentrado y personalizado, está claro que el principal responsable de la derrota es su titular, es decir la Señora. También está claro que todas las variantes políticas actuales se han esforzado por tomar distancia de Ella. Tan marcado ha sido ese rechazo, que el propio kirchnerismo se vio obligado a promover al candidato que aparentemente menos tiene que ver con la causa.
No es casualidad que así haya sido. El kirchnerismo como tal, como proyecto y práctica de poder, no está en condiciones de promover ningún candidato. Su última maniobra es presentarnos a un candidato que aparentemente reúne las condiciones opuestas a ellos. Para los K de paladar negro, Scioli es una fatalidad y una desgracia, pero al mismo tiempo es el único madero al que se pueden asir. ¿No les gusta? Claro que no les gusta, y a la primera que no le gusta es a Ella. ¿Porque es de derecha? Nada de eso; no lo quiere por la sencilla y exclusiva razón de que para Ella el poder empieza y termina con Ella y, en el más generoso de los casos, con su familia.
Digámoslo de una buena vez: los argentinos estamos hartos de Ella. Estamos hartos de su prepotencia, de su frivolidad, de su mala fe, de su hipocresía, de su egoísmo, de sus desequilibrios emocionales, de sus arrebatos autoritarios. A ese hartazgo se suman muchos peronistas, algunos por oportunismo, y otros porque, sinceramente, también están hartos de esta mujer.
por Rogelio Alaniz [email protected]
Los argentinos estamos hartos de Ella. Estamos hartos de su prepotencia, de su frivolidad, de su mala fe, de su hipocresía, de su egoísmo, de sus desequilibrios emocionales, de sus arrebatos autoritarios.