Adriana Calabrese: “Hay que poner un poco de cada parte”
Los chicos crecen y, en un abrir y cerrar de ojos, están en la universidad. Dos casos de familias con estudiantes que siguen viviendo en la casa paterna o que decidieron mudarse hace poco. Cambios en la dinámica hogareña y el campo de lucha por el espacio de estudio o la computadora. El equilibrio no es imposible.
Adriana Calabrese: “Hay que poner un poco de cada parte”
Somos una gran familia de 6 integrantes, con dos universitarias viviendo en casa: una estudia Arquitectura, la otra Medicina. La convivencia a veces se dificulta porque somos muchos y porque las dos más mayores empiezan a tomar decisiones de acuerdo con sus necesidades, gustos y con su edad, ya que son más grandes.
El inconveniente es -quizá- que son más adultas pero siguen viviendo en nuestra casa, donde mantenemos ciertas reglas. Algunas veces les tengo que recordar: “Todo bien, pero hasta acá, porque sigue siendo mi casa”. Creo que un poco de límites no viene mal. Igual, como padres, tratamos de no ser tan estrictos y ceder bastante porque el cambio del secundario a la vida universitaria no es fácil. Considero que el equilibrio se logra poniendo un poco de cada parte.
El espacio físico no fue un problema porque nuestra casa es grande: las dos más chicas comparten pieza, y las universitarias cada una tiene su propia habitación. Así y todo, cuando mi hija mayor comenzó 1er. año de arquitectura, esa pieza no le servía porque tenía que preparar maquetas y juntarse en grupo. Entonces invadió, literalmente, el quincho, que lo transformó en su lugar de estudio. Las peleas surgen algunos fines de semana, cuando tiene que levantar el campamento de apuntes y trabajos.
Luego se sumó mi segunda hija a la universidad. Medicina es una carrera de mucho estudio, de quemarse las pestañas, y a ella le sirve ir cambiando de lugar constantemente para no cansarse. Entonces es expansiva: a la mañana, cuando no hay nadie, copa la cocina, el comedor, su habitación, la de su hermana -que ahora está en el extranjero haciendo un intercambio-, y también el quincho. A veces volvemos del trabajo y de la escuela, y nos encontramos con los apuntes sobre la mesa familiar y con amigas estudiando en casa.
Al vivir con nosotros, las dos universitarias tienen resueltas las cuestiones hogareñas principales: lavado de la ropa, supermercado, limpieza, tampoco se tienen que ocupar de trámites o del alquiler. Generalmente se cocinan solas, otras veces, preparan algo para toda la familia. Con las hermanas, una adolescente y otra nena de 12 años, se complica cuando ellas ponen música o el televisor fuerte. Por ahí, las universitarias se van a estudiar con compañeros que viven solos, para poder concentrarse. Es una búsqueda constante de equilibrio.
¿La computadora? Una para cada universitaria, porque hacen un uso intensivo. Para nuestra tranquilidad como padres, ellas tienen hábito de estudio, nunca les tuvimos que insistir que estudien o que se levanten temprano. Viven en casa, pero en el estudio son independientes. Siempre tratamos de educarlas con libertades, que al mismo tiempo son responsabilidades.
Nancy Balza: “La vida familiar se vuelve bien dinámica”
La vida en una casa con una hija y dos hijos de diferentes edades es bien dinámica. Sobre todo si están atravesando distintas etapas de su vida escolar y por lo tanto dejan de coincidir horarios, rutinas e intereses. Por varios años, la mesa de comedor fue el espacio en disputa para el estudio, los deberes y el recorte de palabras graves, agudas y esdrújulas. Luego, vinieron los cambios.
El primer salto fue del secundario al terciario, pero sin cambiar de institución. Lo protagonizó la mayor y al no modificarse el lugar de estudio, se siguió hablando de “la escuela” (en este caso, de Artes Visuales Juan Mantovani) con total naturalidad, aunque la exigencia claramente era otra y en la progresión de los trabajos se podía corroborar el crecimiento personal y académico. También en la demanda de espacio, en un cumplimiento más estricto de los plazos, en el volumen de los apuntes y la manera de presentar los informes.
Hubo que hacer lugar en bibliotecas y armarios para guardar papeles y materiales (arcillas, pinturas, pinceles, herramientas, maderas, alambres y varios etcéteras). La computadora se insinuaba como espacio de disputa, aunque por las características propias de la carrera, se imponía la práctica manual.
El segundo salto fue del terciario al universitario, protagonizado por la misma estudiante. Esta vez se incorporó a “la universidad” al lenguaje cotidiano y se priorizó un espacio propio en el cual preparar los exámenes de ingreso, el diseño de una estrategia que permita cursar la mayor cantidad de materias, y una concienzuda agenda con las obligaciones (y recreos) semanales. El uso de herramientas virtuales es inescindible de la carrera de Diseño de la Comunicación Visual: la computadora pasó a ser un espacio de disputa.
Hace poco, la misma estudiante decidió independizarse: otra casa, otra rutina, nuevos deberes y derechos, más libertad y espacio para apuntes y trabajos. Aunque... la computadora es la misma, está en el mismo lugar y se sigue compartiendo: el uso es intensivo, pero ahora los horarios se coordinan.
El año que viene vendrá otro salto, ya con el segundo ingreso a la universidad, en este caso a Ingeniería Eléctrica en la Tecnológica (Regional Santa Fe). Ya empezaron las consultas, se confirmaron fechas de exámenes, de cursos de nivelación y un calendario general para arrancar el nuevo ciclo. También se hicieron las fotocopias para preparar uno de los exámenes de ingreso; el material para la otra materia está en formato virtual... Eso sí, en la mesa del comedor ya casi no hay papeles.