Incansable analista de la realidad santafesina, sostiene en su último libro que en 2003 la ciudad ingresó a un nuevo tiempo histórico. Aquí, sus razones.
Nancy Balza
Nació hace 85 años en Santa Fe, una ciudad sobre la que sigue estudiando, investigando y escribiendo, “por necesidad y compulsión”, admite. En su último libro, “Historia presente de la ciudad de Santa Fe. Memoria, representaciones, centralidad, sustentabilidad económica”, analiza el cambio “radical, material y simbólico, del plano urbano” a partir de 2003, año en que coincide la mayor inundación que sufrió esta capital con el alza “geométrica” del precio de la soja que benefició en materia de ingresos “a un reducido grupo de la sociedad”.
Licenciado en Ciencias Políticas, hace 50 años que es docente y desde ese lugar también analiza la realidad local, con sus altibajos.
—¿Qué lo atrae de seguir escribiendo sobre la ciudad?
—Nací en Santa Fe, me crié acá y me incliné por la investigación; me focalicé en la ciudad y sobre todo en el presente. El tema es que el tiempo histórico pasa tan rápido y los hechos te van dejando atrás y, en realidad, hace por lo menos 25 años ha surgido en Europa una corriente histórica que establece que tenés que estar al lado de los hechos para entenderlos y ofrecer no una solución pero sí una comprensión de lo que pasa, y que si se está alejado es un poco difícil. Y segundo, plantea que lo que ocurrió hace 100 años o 200 es historia muerta que hoy en día no influye en la vida de la gente ni genera problemas. Los problemas son fuerzas (presiones?) que nacen hace 5, 10 ó 15 años, sobre todo con algunas grandes fuerzas, algunas globales, como la sociedad de consumo y la revolución electrónica, y otras locales, que es lo que planteo, a partir de 2003, con la inundación de un tercio de la ciudad.
—En su libro, marca claramente un antes y un después de la inundación de 2003.
—La inundación y el aumento brutal del precio de la soja que generó un flujo inconcebible de dinero a la ciudad, pero a un pequeño sector de la sociedad. El problema es que todo ese flujo de dinero, que son cientos de millones de dólares, no se canalizó hacia lo productivo sino hacia las inversiones inmobiliarias y en alguna medida a la sociedad del espectáculo; pero, sobre todo, al mercado inmobiliario, que genera bienestar pero no crecimiento. Y, según los datos oficiales con los que contamos, ésta es una ciudad vegetativa que no recibe divisas del exterior y que simplemente sobrevive. La población sigue creciendo, los migrantes pobres de capital social siguen llegando del norte, pero no se le da solución a casi la mitad de la población que, según el censo de 2010, vive en zonas periféricas ni al 45 % que no tiene seguridad social. El tema es si ésa es una sociedad con la cual queremos convivir o que queremos para el futuro. Lo que uno ve es una sociedad fragmentada que se va empobreciendo.
—Va creciendo en número y en edad. Porque el otro dato que arroja el censo de 2010 es que la población envejece.
—En carencias va creciendo; hay un dato oficial que dio la propia Municipalidad: en 2012, la ciudad de Santa Fe exportó por valor de 92 dólares por habitante y Rafaela por 5.300 dólares por habitante. Entonces, allá está la sustentabilidad económica y acá no. Acá hay una situación vegetativa, en el sentido de que hay un sector tal vez más grande que se quedó más atrás, separado de esa nueva centralidad que surgió en base al boom inmobiliario.
Nuevo tiempo histórico
—¿Por qué para usted es tan importante este corte que se produce en 2003?
—Venían todas las fuerzas de cambio de la globalización: la sociedad de consumo, la revolución electrónica. Pero la inundación produjo un corte social con gente que perdió todo. El otro tema es ese flujo de dinero tan grande de un sector que permitió que una parte de la ciudad creciera sustancialmente en su nivel de vida, en gastos de sociedad de consumo y físicamente tendiera a alejarse -del otro sector que vive en el oeste- hacia el este. También pasa una cosa muy importante, muy simbólica: la plaza 25 de Mayo siempre fue el eje cívico, el centro histórico de la ciudad. A partir de 2003 se convirtió en la plaza de los que reclaman por carencias: inundados, gente sin trabajo, gente que tiene hambre, personas que piden por seguridad. Desde 2003, la plaza 25 de Mayo dejó de ser el ícono simbólico de lo cívico y lo histórico, y pasó a ser el ícono de reclamos por carencias. Y eso me parece que no vuelve más para atrás.
—Y aumentó la brecha.
—Aumentó la brecha y la fragmentación.
—¿De la fragmentación tampoco se vuelve?
—No, en realidad la brecha aumenta e incluso a nivel educacional no hay forma de volver para atrás. Si uno toma la población mayor de 10 años, el 31 % apenas tiene escuela primaria y hay un 23 % más que ni siquiera terminó la escuela secundaria. Suman el 54 % de la población mayor de 10 años en esa situación.
—Como docente, este tema le debe preocupar especialmente.
—Claro, todo esto ocurre mientras estamos entrando en una cuarta revolución industrial: en casas de comercio se venden impresoras 3D.
—Me llamó la atención este enfoque de historia presente en su libro, porque siempre relacionamos la historia con el pasado.
—A los ciudadanos nos gusta lo que viene de atrás y los historiadores académicos prefieren, en general, trabajar con lo que ocurrió cien años atrás y no con el presente. Por eso, es que ha surgido una corriente de historiadores en Francia, Italia y España, que dice que hay que trabajar el presente, tomando raíces históricas, por supuesto, pero proyectadas al presente. Un historiador de primer nivel como Luis Alberto Romero hoy está trabajando historia presente del país. Cuando vino la última vez a Santa Fe no habló de Estanislao López, sino de lo que está pasando hoy en la Argentina.
—Para los estudios sobre la historia presente, ¿en qué se basan los investigadores?
—En las estadísticas oficiales y la mirada cualitativa de lo que uno hace y de lo que conoce. En este libro todas las estadísticas son oficiales, para evitar críticas.
Una brecha creciente
—¿Qué busca con este libro? ¿Un diagnóstico, una propuesta?
—Un diagnóstico y una propuesta. Porque lo que digo es que si se prosigue en este capitalismo comercial -que no es malo, pero es único- si no pasamos a un capitalismo industrial, Santa Fe no tiene salida. Sigue siendo una ciudad vegetativa donde los sectores fragmentados van a seguir creciendo. Si se mira bien, en Santa Fe no hay ningún interés en hacer inversiones industriales; no hablo de una Pyme con 30 ó 40 obreros que produce para el consumo interno. Hablo de industrias que exporten y generen divisas con las que se pueda crecer. Si no se va hacia allí, habrá un sector que camine hacia adelante y otro para atrás; pero este último será cada vez más grande.
—¿Desde cuándo ve que esta situación va para atrás? ¿Desde antes de 2003?
—Sobre todo comienza en la época de (Carlos) Menem, que da un primer salto hacia la sociedad de consumo y el conocimiento de alto nivel, con gente que a la vez se va quedando atrás educacionalmente. Pero es una situación que se potencia con la inundación y con la soja, y está llevando a niveles muy altos la fragmentación. Haciendo cálculos con un arquitecto, un edificio de 20 pisos cuesta 4 millones de dólares. En Santa Fe, se han hecho 2.000 edificios en torre desde 2003 y no hubo un dólar para la industria. Fue para alimentar más consumo del propietario, que tiene el mismo derecho a ganar dinero. Pero con edificios en torre no crece la sociedad: crece un sector.
—¿Estamos a tiempo de planificar?
—Si bien la planificación está en caída, se puede hacer: depende del dirigente político, de los poderes políticos y de los poderes privados. De la conjunción de acciones de ambos sectores. El tema es que toda la sociedad empuja en otra dirección: empuja hacia el crecimiento del consumo y el abandono de la sociedad fragmentada.
El norte y el sur —¿Con qué otras ciudades se puede comparar a Santa Fe? —Hay ciudades que son lo opuesto. Si uno va a Esperanza, Rafaela o San Carlos Centro, ve lo opuesto. Recoquista y Avellaneda estuvieron en lo opuesto y ahora en Reconquista están empezando a crecer las villas miseria. Me asombró, pero -claro- están allí los quebrados del azúcar y del algodón, los peones de Chaco y del norte de Santa Fe. De todas maneras, sigue siendo superior, en lo edilicio y en lo social, al promedio de Santa Fe. Rosario, si bien hay mucha miseria y marginación, según los datos oficiales está mucho mejor que Santa Fe. En proporción, hay menos gente que está en malas condiciones y es una ciudad donde el crecimiento industrial es monstruoso, también el crecimiento portuario y el ingreso de divisas. —Ahí también debe haber dinero por soja, pero se invirtió en otros rubros. —Hay dinero por soja y a la vez hay salidas de exportaciones. Por Rosario sale más dinero en exportaciones que todo el presupuesto de la provincia. Y gran parte de eso queda en la ciudad, en impuestos, compra de gasolina y mano de obra. Hay una situación parecida en ciertos sectores pero no del nivel de Santa Fe. En Santa Fe un 8 % de la población trabaja en industria y en Rosario es un 18 %. Y acá cuando decimos industria, en realidad hablamos de talleres. El final de esto es que no hay sustentabilidad económica para crear una sociedad incluyente.