Luciano Andreychuk
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Twitter: @landreychuk
Nivelar algunos “desequilibrios presupuestarios” de los últimos años es una de sus metas.
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Albor Cantard, el santafesino y ahora ex rector de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), ya es secretario de Políticas Universitarias de la Nación. Se le ha encomendado encabezar un lugar político neurálgico para el sostenimiento y mejora de todo el sistema universitario argentino, nada menos. Antes de su partida a Buenos Aires para asumir en el cargo, dialogó con El Litoral en extenso sobre las problemáticas que deberá enfrentar.
Habló de “uno de los peores indicadores de la educación superior”, que es el de las tasas de egreso -la cantidad de alumnos universitarios que se reciben por año con respecto a la que ingresa-. Pero explicó las causas y marcó diferencias entre el modelo de ingreso nacional, gratuito y libre, y el de otros países como Brasil, donde el sistema es restrictivo.
Dijo que en los últimos años “hubo una excesiva discrecionalidad de fondos asignados a determinadas universidades”. Por eso, una de sus metas será empezar a corregir esos desequilibrios, y nivelar la distribución de los presupuestos para las casas de estudio de gestión estatal.
Indicadores y rankings
—Respecto del diagnóstico que se quiere establecer sobre la calidad educativa en el país, ¿cómo se piensa hacer en términos prácticos esa radiografía? Porque no será fácil.
—Para avanzar en ese diagnóstico, hay que determinar con qué indicadores vamos a contar para medir la calidad y así saber adónde estamos parados hoy. Durante los últimos años, se habló mucho de los rankings internacionales, que tienen sus propios indicadores y que hay que tenerlos en cuenta. Pero no necesariamente son indicadores que sirvan para el modelo latinoamericano ni argentino de educación superior.
Un indicador central que aparece en estos rankings internacionales es la relación ingreso-egreso a la universidad. Esta última (la tasa de egreso) es por lejos uno de los peores indicadores que tiene la Argentina. Hay que trabajarlo y mejorarlo: es decir, lograr que los estudiantes egresen.
Pero hay un hecho que explica claramente qué es lo que hace que este indicador sea tan negativo: que en nuestro país el acceso a la universidad es libre y directo. Todos pueden ingresar con un estudio secundario culminado. Eso hace que también haya una deserción en el ciclo básico mayor que otros sistemas educativos, como el de Brasil. ¿Pero qué ocurre en ese país? Que la selección se hace antes. En Brasil entran a la universidad menos del 20 % de los que aspiran a ingresar. Un 80 % queda afuera.
Con otro agravante: quienes ingresan son los que tienen la posibilidad económica de prepararse mejor para ese ingreso. Por lo tanto, los que entran son los que más recursos tienen, y acceden a un sistema gratuito. Y lo que más necesitan de un estudio son los que quedan excluidos.
A ese sistema nosotros no lo queremos, es un sistema restrictivo. En Chile ocurre algo parecido y, además de ser pago, es caro.
Las bajas tasas de egreso son un indicador que hay que mejorar. ¿Cómo? Trabajando con becas de apoyo para aquellos estudiantes que por falta de recursos materiales abandonan sus estudios. Pero además, en los primeros dos años de la universidad (que es donde se produce la mayor deserción de estudios), hay que profundizar las experiencias de tutorías académicas.
Articulación con la escuela
—¿Cómo afinar la articulación del secundario con la universidad, el primero federalizado, de cada provincia, y el segundo de Nación?
—Hay que apuntar a una articulación de doble sentido: no se trata de echarle la culpa desde la universidad a la secundaria porque los chicos vienen mal formados, o porque no saben comprensión de textos. Basta de eso. Porque los que forman a los chicos en los colegios son los mismos profesores que nosotros formamos en la universidad.
Si no hay un relacionamiento fuerte entre ambos niveles, difícilmente podamos mejorar el nivel de la calidad educativa de nuestros profesionales de la educación. Se trabajará a nivel jurisdiccional y con el Consejo Federal de Educación. De otra forma es imposible.
Presupuestos bajo la lupa
—Usted habló de rever las distribuciones presupuestarias. ¿En estos últimos años, hubo o no desequilibrios en las asignaciones?
—El sistema de distribución presupuestaria es bastante complejo. Hay un presupuesto nacional del cual entre un 85 y 90 % de esa masa presupuestaria se destina a salarios para los trabajadores universitarios. Pero ese presupuesto, reproduce año a año la histórica distribución, lo cual implica que, por ejemplo, universidades con 10 mil estudiantes menos que la UNL tengan más presupuesto que esta última. Porque en algún momento, esa universidad tuvo un aporte presupuestario adicional.
Esto se corrige con un plan a mediano y largo plazo. Porque a esa universidad más chica en matrícula -volviendo al mismo ejemplo- no se le puede decir de un día para el otro que se le reducirá significativamente el presupuesto desde el año que viene. Porque el histórico ya lo tiene comprometido. Se tratará de ir haciendo planificaciones para ver cómo hacemos esas correcciones más nivelatorias.
Hay otros ingresos presupuestarios que funcionan a través de dos fuentes: los Planes de Infraestructura Universitaria, que ahora serán administrados desde el Ministerio de Educación Nacional (y no de la cartera de Planificación, como se hizo en la gestión kirchnerista). Y la otra fuente son los programas de apoyo al desarrollo de iniciativas de las universidades, conocido como Contrato Programas. Es un contrato especial de tres años para financiar una oferta educativa nueva (la sede de Sunchales de la UNL está financiada con este tipo de contratos).
“Si en los próximos 4 años corregimos el 5 % de esta distribución inequitativa de presupuestos, ya habremos hecho un avance”.
Justamente acá ha habido una excesiva discrecionalidad en la distribución de esos fondos. Hay universidades que se vieron muy beneficiadas. Algunas alineadas al kirchnerismo, pero no en todos los casos. Ante esto, lo que planteamos es transparencia y equilibrio. Si vemos que en los últimos 4 ú 8 años se han producido estos desequilibrios, nuestro planteo será: “No le vamos a sacar este tipo de financiamiento a las universidades. Pero sí empezaremos a equilibrar”.
Una educación “enciclopedista”
que debe adaptarse a los cambios
—La lentificación de los tiempos de cursado y egreso es otra de las problemáticas de la universidad argentina. Hay un promedio de entre 8 y 10 años de egreso para una carrera de grado que dura cinco años...
—El sistema universitario argentino debe actualizarse en este aspecto con lo que ocurre en el resto del mundo. En la mayoría de los países, las carreras de grado son más cortas. En las discusiones de los planes de estudios, las corporaciones dentro de las propias universidades actúan muy fuertemente y nadie cede contenidos.
“La universidad argentina sigue siendo muy enciclopedista. Esto no sirve, porque el mundo cambia vertiginosamente”.
Al ejemplo lo hago propio: en nuestra facultad de Derecho de la UNL, hace 15 años encaramos un reforma en el plan de estudios. Queríamos bajar de 6 a cinco años la carrera de Abogacía. ¿Cómo terminó esa historia? Que en vez de 30 materias, terminamos con 36 (risas). Entonces, éste es un debate que hay que dar. La universidad argentina sigue siendo muy enciclopedista. Esto ya no sirve, porque el mundo cambia vertiginosamente.
Volviendo al ejemplo: ¿Qué sentido tiene hacerle estudiar durante 6 años a un alumno de Derecho del primero al último artículo del Código Civil y del Comercial, si de un día para el otro derogan los dos y hacen un nuevo Código? Hay que estar preparados para los cambios. Ésa es una de las razones por las cuales se lentifican tanto las carreras. No es que los estudiantes argentinos sean “vagos” respecto de los de otros países. Todo lo contrario. No podemos seguir haciendo carreras promedio en los papeles de cinco años, y en la realidad de ocho.