Remo Erdosain No sabe muy bien por qué, pero a José se lo ve moderadamente contento. La observación merece hacerse porque en los últimos días al hombre no le ha ido políticamente bien. Sin embargo hoy se lo ve, no feliz, porque decir eso sería una exageración, pero satisfecho, y hasta con una sonrisa levemente burlona en sus labios. —Veo que el principio dictado por el general de que todos somos peronistas se cumple al pie de la letra -descerraja José como para abrir fuego. —No sé a qué te referís -responde Abel algo incómodo. —¿A qué me voy a referir? A la decisión (y esa palabra me gusta) a la decisión del compañero Macri, así lo voy a llamar de aquí en más, de nombrar dos jueces por decreto. Realmente un maestro. Ni al más avezado peronista de la guardia vieja, de esos peronistas que dicen que toda la estructura jurídica del régimen no es más que un pretexto del liberalismo vendepatria para seguir dominándonos, se le hubiera ocurrido. —¿Podés explicarte un poco mejor? -insiste Abel. —No hay nada que explicar. La designación de los jueces habla por sí sola. Sin palabras, como se dice en estos casos. Confieso que yo mismo todavía estoy asombrado. Lo esperaba de cualquiera, lo esperaba de Massa, de De la Sota, hasta de Del Caño, pero no de Macri. —Vayan aprendiendo -interviene Marcial- ustedes que lo creían algo así como un Isidorito Cañones, ahora les enseña cómo se hace política. —¿Pero no es que ustedes llegaron al gobierno para dejar atrás los vicios antirrepublicanos de los peronistas? —Somos republicanos pero no giles -responde Marcial- nos dejan un país en ruinas, con sus instituciones deshechas y encima pretenden que nosotros nos comportemos como tiernas ovejitas para que después los lobos nos coman crudos. —Y yo que estaba empezando a creer en la república -se queja José. —Creé en lo que quieras -responde Marcial -pero no nos subestimes. Ustedes no son los únicos vivos y mucho menos los únicos que saben gobernar. Tu Señora después del papelón del traspaso de gobierno debería haber aprendido que Mauricio es cualquier cosa menos otario. —Vos pensá lo que quieras -admite José- pero lo más interesante es que los amigos de ustedes son los que más critican a Macri por lo que acaba de hacer. —Esos amigos -dice Marcial con su sonrisa burlona- alivian sus culpas burguesas criticando a Macri. Y otros, sencillamente, están enojados porque no les dieron los cargos o los reconocimientos que pretendían. —Si me permiten -digo- yo estoy de acuerdo con la decisión del presidente, pero estoy de acuerdo por razones diferentes a las de mi amigo Marcial. Yo creo que lo que se hizo es constitucional, puede que esté en las orillas de la legalidad, pero es legal. Los jueces designados en comisión deberán ser ratificados por la Cámara de Senadores. —¿Qué apuro había en hacerlo? —La Corte Suprema estaba al borde de la acefalía. Como ustedes a los problemas legales de la Justicia no le dan pelota, nunca van a entender por qué era necesario poner orden en este tema. -Deberías explicarte un poco más. —Cómo no. No soy un jurista pero tengo algunos años y presto atención a lo que pasa. Me fijo, por ejemplo, en el hecho de que los dos candidatos propuestos son intachables en lo personal y profesional; no son del PRO, uno es amigo de los radicales y el otro, además de un excelente constitucionalista es de clara filiación peronista. O sea, que Macri no designa en la Corte a dos punteros de su partido o a dos inútiles. Por otra parte, el presidente de la Corte acepta lo decidido y lo mismo piensan los propios designados. —Es previsible que estén contentos. —Puede que sí, pero uno y otro no se morían por ser jueces supremos, motivo por el cual si hubieran creído que había algo anormal no iban a correr el riesgo de ser cómplices de alguna matufia política. —Según me contaron -dice José- el tal Rosenkrantz es abogado de Clarín. —¿Y qué tiene de malo? -pregunta Abel-, basta de joder con Clarín. Es una empresa como cualquier otra, una empresa que paga sus impuestos, brinda empleo, ofrece servicios y acierta y se equivoca como cualquier hijo de vecino. Ser abogado de Clarín no es ser abogado de Al Capone o el Pibe Cabeza. Tampoco de Lázaro Báez. —Lo de Clarín, más o menos -dice José. —De acá, más o menos -tercia Marcial- gracias a Clarín, la Argentina no es una dictadura como Venezuela, gracias a Clarín y a La Nación, entre otros, hubo posibilidades de resistencia a un régimen que como dijo su propia titular, pretendía ir por todo, lo que traducido al buen castizo quiere decir una sola cosa: dictadura. —Volvamos a lo nuestro -propone José-, lo que acaba de hacer Macri con los jueces me asombra y me intimida. Ni Cristina se hubiera animado a tanto. —Para animarse a estas cosas -reacciona Marcial- hace falta leer la Constitución, algo que tu Señora no hizo ni piensa hacer, aunque todos sabemos que seguirá siendo una abogada exitosa, sin título pero exitosa al fin. —No creo que sea Macri la persona indicada para poner como ejemplo de lector -ironiza José-, al hombre lo veo más cómodo hablando de fútbol con algún barra brava o haciéndose el lindo con Susana Giménez o Mirta Legrand, que debatiendo ideas con intelectuales. —No es un intelectual, pero está aprendiendo a ser presidente que es más importante -reconoce Abel-, además no pretende hacerse el pensador contemporáneo, un gesto que tu querida Señora jamás se le ocurrió hacer; la pobre hablaba y daba consejos a cuatro manos, pero sus pretensiones intelectuales estaban muy por debajo de su deplorable realidad. —Digan lo que digan -observa José- lo cierto es que estamos ante una flagrante violación del principio de división de poderes e independencia del Poder Judicial. —Si hay algo que me enternece -apunta Marcial- es ver a los peronistas hablando de república y división de poderes. —No sé por qué no podemos hacerlo. —Por la sencilla razón de que nunca creyeron en eso y nunca practicaron los hábitos republicanos. No lo hicieron con Menem, no lo hicieron con Kirchner y no lo van a hacer nunca porque ustedes no creen en eso. —No comparto- concluye José.