Se sientan a la mesa blanca, inmaculada, adornada con rojo y con comida, mucha comida.
Natalia Pandolfo
Se sientan a la mesa blanca, inmaculada, adornada con rojo y con comida, mucha comida.
—No hablemos de política -dice uno, y todos asienten.
Hablan, claro, del tiempo. Tiempo loco. Ni siquiera del tiempo: del clima. Y para mañana está anunciado calor, dice alguien. Todos asienten, presurosos. Pasame el vitel. No tomes tanta coca cola, te va a hacer mal a la panza. Dejala para el fernet. Te acordás la nona, le daba todos los días al fernet y decía que era para la digestión. Una genia la vieja. Y se murió de vieja, sin haber pisado nunca un consultorio, ni siquiera para parir a sus hijos. Qué capa.
Luego todos posan los ojos en los chicos: pobres, los chicos, carne débil para alojar los miedos, los prejuicios, los enojos que no se atreven a vestir con palabras los mayores. Allí van a parar los silencios: allí encuentran tela para cortar, algo para decir. Qué lindo que está. Qué grande. La señorita el otro día dijo que iba a ser buen cantante, que tenía linda voz. Y ella, una princesita. Qué le pediste a Papá Noel. Seguro te lo va a traer, con la libreta que trajiste este año. A qué grado pasaste. Y después qué vas a hacer.
Silencio. Tintineo de cubiertos. El perro, fiel, viene a tapar agujeros. Basta, Ron, ya comiste mucho hoy, che. Dejalo, pobrecito, se asusta con los cuetes. La mía, en cambio, no come otra cosa que no sea su alimento. Marca tal, que se compra en la veterinaria tal. Carísimo me sale, pero es el único que le cae bien. Viste cómo es, uno hace cualquier cosa.
Avanza la comida, desciende la bebida en las botellas. Los chicos dan por concluida su titánica tarea y se van a jugar en estampida. El perro, astuto, escapa con ellos. Qué rico estaba todo. El arrollado está buenísimo, Beatriz, cómo lo hiciste. Cada año mejor te sale.
—Al fin se fueron las ratas.
Dice alguien empinando el codo y quebrando el código. Alguien se atraganta con pollo. Alguien patea debajo de la mesa. Dos se miran, turbados. El que dijo se ríe, desafiante. A ver quién se anima, quién sigue la ronda, quién pone otra pieza en la trifulca que acaba de plantar su cimiento fundacional.
—Como ratas se fueron.
Redobla la apuesta. Alguien mira para abajo y trata de contar. No va a caer en la provocación, se dice. Respira profundo, como le han enseñado. Va a dejar pasar, una vez más, que al fin y al cabo es Navidad y es familia. Mira a los ojos a quien habló, tiene tanto por decir, y sin embargo. Se pregunta en qué momento la mesa se partió en dos, como se quiebra en dos la cama de quienes han dejado de amarse. Se pregunta cuál fue su parte de la culpa.
Nadie toma el guante. El silencio puede tocarse, pesado, denso. Pueden verse las siluetas de las palabras bailando sobre la mesa su danza hiriente y majestuosa. Puede olerse el esfuerzo por callar y seguir masticando.
—Las doce, mamá, son las doce.
Dice un pibe que espera su play con esa ansiedad que sólo los chicos. Y entonces todos se abalanzan sobre él, otra vez, agradecidos.