por Gustavo J. Vittori
por Gustavo J. Vittori
Los Lanatta son apenas una espectacular -y espectacularizada- ramificación del monstruo.
La “invasión” de fuerzas federales de Seguridad a Santa Fe y zona en persecución de los prófugos de la cárcel de Gral. Alvear hizo recordar por un momento a la intervención de Santa Fe por el general Eustoquio Díaz Vélez en 1814 en cumplimiento de una orden del Directorio porteño y en el cuadro del enfrentamiento de Buenos Aires con Artigas. Esta vez el móvil fue muy distinto; pero la sorpresiva llegada de las tropas fue parecida, y en un sistema institucional nominalmente federal, la falta de una previa comunicación a las autoridades provinciales produjo escozor político. Es cierto que seguían una pista secreta y certera de la Agencia Federal de Investigaciones (aunque Gendarmería erró el blanco por unos mil metros). Pero el malestar provocado por la irrupción flotó en el aire de los días subsiguientes. No obstante, pese a la tensión, la Policía de la provincia de Santa Fe cumplía de manera profesional con el papel secundario asignado por la Nación. Tesis conspirativas y desinformación Entre tanto, los medios de comunicación nacionales repetían sin cesar la tesis del apoyo logístico del narcotráfico a la espectacular huida de los hermanos Martín y Christian Lanatta y su cómplice, Víctor Schillaci. A sabiendas o no, sembraron en la opinión pública semillas de desinformación. Lo cierto es que los prófugos llegaron hasta la zona aledaña a San Carlos Sud en la camioneta Kangoo, que supuestamente le habían robado a la ex suegra de Christian (ahora detenida por presunta complicidad). Luego de balear a un jefe de Gendarmería en las cercanías de su aguantadero, le robaron una Berlingo de esa fuerza y se tirotearon cerca de Gessler con un control del mismo cuerpo de seguridad. Abandonado ese vehículo, secuestraron a un ingeniero agrónomo que trabajaba en un campo de la zona, lo subieron a su camioneta Amarok y usaron su conocimiento del terreno para llegar hasta la ciudad de Santa Fe y aguantarse en su departamento de soltero. Luego de casi dos días de recuperación, huyeron hacia el norte en esa camioneta, groseramente camuflada con letras cortadas a mano que componían la palabra Gendarmería y bandas laterales pegadas con el mismo propósito. En un camino secundario y a corta distancia de la Ruta Provincial Nº 1, en las proximidades de Campo del Medio, los prófugos volcaron y, golpeados, siguieron a pie hasta el establecimiento de un productor, a quien redujeron y maniataron antes de tomar su camioneta Toyota Hylux para huir hacia el oeste por la Ruta Provincial 62. Cuando Martín Lanatta dijo basta Sin saberlo iban hacia una trampa de agua provocada por el desborde de los Saladillos. Intentaron pegar la vuelta y quedaron empantanados en un campo de arroz. Martín Lanatta dijo basta y caminó como un zombie en busca de agua. Los otros dos siguieron chapaleando entre bañados. Al llegar a la casa de un campo vecino, el descalabrado jefe del grupo le pide un vaso de agua al puestero, quien, desconfiado, esconde a su familia y le hace señas a un vecino; éste le avisa a la comisaría de Cayastá, y a los pocos minutos una patrulla detiene al exhausto hermano mayor. Poroto para la Policía provincial. La noticia ilumina las pantallas de todos los canales informativos del país. Al rato, desde Buenos Aires, la Procuraduría General de la Nación oficializa la detención de los otros dos. Cartón lleno. Los tres han sido recapturados con vida. La ministra de Seguridad de la Nación proclama su alegría. Macri tuitea sus felicitaciones al “equipo”. Pero en la soledad de los campos inundados, integrantes de la Policía provincial dicen que los tienen cercados en zona, pero que todavía no los han podido detener. Esa verdad contrasta con la euforia oficial. El Litoral chequea varias veces la situación y cierra su tapa del sábado con la prudencia que la profesión recomienda: “Martín Lanatta está detenido. Christian y Schillaci, cercados”. Igual criterio se aplica a la web, con el agregado de que, según las fuentes, los terrenos anegados desgastan sin piedad a perseguidos y perseguidores bien entrenados. Todo es espectáculo En Buenos Aires, pese a que las anunciadas conferencias de prensa de autoridades nacionales y provinciales se demoran sin explicación (todo un dato para quien sabe leer entre líneas), en los estudios centrales de los principales canales de noticias, algunas periodistas comentaban los episodios con el candor de amas de casa mientras los periodistas confundían a cada paso las referencias geográficas y amplifican las teorías oficiales sobre la ayuda logística narco -y policías asociados- a los prófugos, al punto de hablar de la apertura de una “ventana de tiempo” para contribuir a su escape, cuando en rigor los prófugos se movían por los esteros con el agua hasta la cintura y sin señal de teléfono. La suma de unos y otros dislates ofrecía a los televidentes un pastiche informativo incomprensible e indigesto. Por su parte, el gobierno nacional se apuraba a aplaudir y copar la parada. Todos se felicitaban y destacaban un trabajo en equipo que no existió, al menos planteado en esos términos. De golpe asistíamos al nacimiento de un nuevo relato. La lucha entre el Estado de Derecho y el Paraestado Narco, que efectivamente existe en los entresijos del Estado, en sus contaminadas instituciones. Ése es el verdadero problema. Los Lanatta son apenas una espectacular -y espectacularizada- ramificación del monstruo. Hoy está claro que los tres se fugaron por las suyas, aunque quede por demostrar quién les facilitó el escape. La otra cosa cierta es que donde tuvieron apoyo fue en la provincia de Buenos Aires -la más corrupta del país-, y que se la proveyeron parientes, malandras millonarios camuflados detrás de pizzerías y panaderías, y la Bonaerense, que les facilitó traslados creando diversiones en otros sitios y pasando información que la jerga colorea con la figura del “pescado podrido”. Si no jamás habrían llegado hasta Santa Fe. Algunas hipótesis y sonrisas borradas Respecto de presuntos apoyos, sí llama la atención la tapera del campo próximo a San Carlos Sud con sus aberturas recién e insólitamente pintadas de rojo intenso, y el sobrevuelo -con la aparente intención de aterrizar- de una avioneta sospechosa en la zona de Matilde que desapareció apenas vio el despliegue de fuerzas de seguridad en el terreno. Esa pudo ser una vía de escape. Pero es sólo una hipótesis. Ahora se sabe que los prófugos sobrevivieron con secuestros y toma de rehenes, con amenazas de muerte para conseguir alimentos; también se sabe que parte del armamento se lo tomaron a Gendarmería. Y que al final del camino fueron aprehendidos, todos, y en dos tiempos, por policías de la denostada Policía de Santa Fe, la “narcoprovincia” señalada con el dedo por el kirchnerismo para desviar la atención de su responsabilidad sin parangón en el crecimiento del narcotráfico en nuestro país. Es de esperar que en este bautismo de fuego las flamantes autoridades nacionales hayan aprendido algo. Algunos signos hay, empezando por María Eugenia Vidal, a la que se le borró la sonrisa de la mañana a la noche. Mauricio Macri, a su vez, debe entender que las palabras repetidas se erosionan, se vacían de valor; por eso debe cuidar al máximo el vocablo “equipo” que connota un productivo sistema de trabajo. Pero no se lo puede usar para cualquier cosa. Ambos tienen ahora una dimensión más aproximada de lo que enfrentan. Por el momento sólo sufrieron la humillación de sucesivos ridículos y cierto desgaste de su autoridad provocada por la extensa saga de la fuga, que celebraron por igual las estructuras mafiosas de la provincia de Buenos Aires y las huestes kirchneristas que resisten al gobierno legal y legítimo. No hay duda de que el desafío es grande, y que en esta parada le va el futuro a la República Argentina. La lección de la Costa Por fin, esta tensa experiencia de días que parecieron años, deja otra lección para rescatar. Tiene que ver con la actuación de los policías de la Costa, que fueron eficaces, porque allí todavía funciona una relación de cercanía, conocimiento, confianza y colaboración entre los vecinos y los agentes. Por eso lograron lo que las cuatro fuerzas federales combinadas no pudieron. Es que conocían el terreno, para peor en tiempo de crecida, y los ojos de los pobladores fueron los suyos y la rápida comunicación de novedades, oral o telefónica, funcionó minuto a minuto. Es una lección para el país. Muestra un valor crucial que el gobierno nacional debe convertir en política pública: restituir la herida confianza entre la ciudadanía y las fuerzas de seguridad, y el orgullo de éstas de servir al país, porque el enemigo a vencer tiene un formidable poder de corrupción.
Se debe cuidar al máximo el vocablo “equipo” que connota un productivo sistema de trabajo.