El caso movilizó a la población y mereció un intensivo tratamiento periodístico. El repaso de lo sucedido en los últimos 360 días ofrece un panorama tan plagado de incertidumbres como trágicamente revelador.
Emerio Agretti
Un fiscal denuncia por encubrimiento a la presidente de la Nación, con motivo del acuerdo internacional suscripto entre nuestro país y el gobierno del estado que aparece como principal sospechoso del peor atentado terrorista registrado en América Latina. Pocos días después, el funcionario judicial aparece muerto en su departamento. Un año después, las causas de su fallecimiento continúan siendo inciertas, y el crimen de odio que se ubica en los antecedentes necesarios de esta secuencia, sigue impune.
Expuesto en esos términos, desprovisto de especulaciones y versiones interesadas, marchas y contramarchas, extremismos y matizaciones, y derivaciones insospechadas, el “caso Nisman” revela de manera palmaria su gravedad institucional. Desplegado de manera cronológica, refleja en cada sucesión de hitos un vergonzoso recorrido signado por presiones políticas de distinto tipo, manipulaciones que afectan el desempeño
de los tres poderes del Estado, operaciones mediáticas, héroes con pies de barro y villanos con cara de piedra, cinismo extremo y explicaciones ofensivas a la inteligencia. Sopesado en sus múltiples aristas y facetas, permite vislumbrar y en parte apenas sospechar un submundo de corrupción, privilegios, prácticas deleznables, intereses espurios y conexiones alarmantes. En este primer aniversario, desde el poder central -cambio de signo político mediante- se producen hechos que pretenden funcionar como señales de una genuina voluntad por avanzar en el esclarecimiento, se repiten pronunciamientos firmes y desgarradores, y se reeditan interrogantes, cuyo análisis encadena otros nuevos y reabre el abanico de hipótesis. Por eso, la secuencia que acompaña estas líneas tiene un principio que se hunde en el pasado, un desarrollo que en buena parte permanece en las sombras, y carece de final. Como una herida, como una deuda y también como una legítima expectativa, el caso Nisman sigue abierto.