Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
Las inquietudes ciudadanas por el maltrato animal con respecto a la utilización de caballos como medio de tracción en el transporte, particularmente la ejecutada por los recolectores informales de buena parte de la “basura” que cotidianamente genera la ciudad, popularizados con el vocablo lunfardo de “cirujas”, a mi juicio merecen una consideración más específica y soluciones más racionales y comprensivas. La “basura” quizá sea, al margen del empleo público, el principal medio de subsistencia de un numerosísimo contingente de personas que al no buscar o no conseguir un trabajo formal, encuentra en la actividad del “cirujeo” un medio de vida, orientado en dos direcciones: la recuperación y venta de material reciclable, y la recuperación de restos de comida, con la que alimentan a los porcinos que crían. Pretender la eliminación de esta actividad, que además cumple una función supletoria pero no menor en la recolección de residuos, con costo cero para el municipio, implica dejar sin fuente de sustento a un numeroso grupo de personas que, al estar en el último escalón de la marginación, sería condenado irremisiblemente a la delincuencia, a la prisión o a la muerte. La pretensión de eliminar la tracción a sangre entraña, en su proyección sociológica, la negación y ocultamiento de la cotidiana y odiosa visibilización de la pobreza, a la cual se pretende extirpar sacándola de las calles, no para que deje de existir sino para que no se vea. El maltrato animal es una consecuencia del maltrato social de los excluidos quienes, en algunos y no pocos casos, tratan a los animales como reflejo de sí mismos y del trato que reciben de la sociedad y sus autoridades. Como metáfora vale considerar la situación de un caballo mal alimentado por parte de un individuo y una familia mal alimentados. Es muy poco probable que quien no tiene para comer invierta lo poco que reúne en una bolsa de avena para a su caballo. Por eso creo, que los planteos escuchados o leídos en esta cuestión resultan, cuanto menos, inquietudes superestructurales, producto de una sensibilidad atendible pero que no enfoca a fondo el problema. En primer término, creo que la cuestión debe abordarse desde la decisión política de visibilizar la cuestión y su gravedad. En vez de emparchar el problema con propuestas grandilocuentes e impracticables, debería asumírselo con seriedad y, por qué no decirlo, metiéndose en la “mugre” en que vive mucha gente. En lugar de ignorarla, habría que organizar un sistema de trabajo que los contemple y los obligue. Creo que primero habría que entender que el maltrato animal que aparece en las calles reproduce problemas de quienes los conducen, en términos de exigencia de trabajo y insuficiente alimentación. Y que la falta de una adecuada alimentación es un mal endémico que castiga a nuestra región, que produce muchas muertes. Es que cuando se hace crónico, genera una discapacidad permanente en el caballo que hace que, a poco que se lo exija, quede extenuado o pueda desencadenar su muerte. A ese mal endémico se lo conoce como “anemia infecciosa equina” y es una enfermedad incurable, altamente contagiosa, cuyo principal vector es el tábano, y su consecuencia, además de producir muchas muertes es que discapacita e inhabilita para el trabajo al animal enfermo. El caballo anémico está contemplado en la ley equina, y su enfermedad se detecta mediante la prueba de anticuerpos que mide el test de Coggins: si el caso resulta positivo, el animal debe ser sacrificado en el lugar en que se encuentre o remitido a frigorífico para su faena. La anemia infecciosa no tiene solución y lamentablemente su eventual saneamiento en la población equina requiere la eliminación de los enfermos; y luego, un seguimiento de la población sana, con testeos al menos cada sesenta días, porque la enfermedad tiene una ventana en el contagio, cuya aparición puede detectarse a través de los anticuerpos en un período de hasta 150 días y aún más. Si consideramos las distintas alternativas que se manejan respecto de una difícil y costosa motorización del cirujeo, me parece más razonable organizar el saneamiento de la población equina, para luego eliminar a los enfermos en forma simultánea y proveer de caballos sanos en reemplazo de los que se elimine. Una vez producida esta primera etapa se requerirá un plan de vigilancia epidemiológica, con una rutina predeterminada y control permanente, así como la reglamentación de los requisitos exigidos para los caballos que andan por las calles. Aunque parezca difícil, es perfectamente practicable y el saneamiento es una práctica probada. Después de esta etapa, tendría que venir el control de los otros problemas, como el trato y la alimentación. Pero una vez saneado e identificado el parque caballar, identificados sus dueños y vigente un registro con inspecciones periódicas, es muy probable que muchos de los problemas que descalifican la tracción a sangre, desaparezcan. La anarquía y el abandono actual pueden superarse rápidamente. También puede resolverse mediante una adecuada organización, la lamentable y peligrosa proliferación de los minibasurales, particularmente en los barrios periféricos de nuestra ciudad, acumulaciones que ponen en peligro la salud de sus pobladores.