por César Luis Carli ... mientras tanto, en la ciudad deshecha, el campesino con su granja arruinada esperaba en vano la promesa solemne que cada legislador le hiciera de traer gente que pusiera de nuevo todo en orden... Si fuera necesaria alguna prueba que muestre que la arquitectura está errando el camino, véase el llamado angustioso que se hace desde los lugares afectados por los terremotos, los tsunamis, las inundaciones, los maremotos de médicos, de enfermeros y aun de ingenieros. Pero jamás de arquitectos. Curioso. Porque en todas esas circunstancias, los elementos más afectados y destruidos, los más necesarios de reparar cuando no de rehacer totalmente, son los habitáculos, las casas, todo aquello que debiera ser el patrimonio exclusivo de los arquitectos. El refugio, la construcción de lugares a salvo de la fuerza desatada de la naturaleza que los protegiera de los posibles remezones, de la insistencia del agua, de la marea, del lodo, de la lava hirviente, todo ello se convierte en el clamor de los afectados, tanto o más que la salud. ¿Y los arquitectos? Ausentes. Porque el arquitecto está abocado a la competitiva tarea de “crear” cosas novedosas, “diferentes” y, de ser posible, “espectaculares”; cosas que lo hagan famoso -edificios inmensos con “formas” diferentes-, o resignarse a obedecer a las inflexibles e impiadosas leyes establecidas para los edificios de los especuladores inmobiliarios, esos de diez o veinte pisos, tristemente repetitivos, que inundan las ciudades -y de pesos los bolsillos de los accionistas-, círculo en el que los arquitectos resultan figuras absolutamente prescindibles. Todo esto muestra y demuestra que nuestro camino no es el correcto. Que además de las multitudes que sufrieron los embates destructores de la naturaleza nos esperan ¡mil quinientos millones de seres humanos que viven prácticamente en la intemperie! Eso sí, minuciosamente cuantificados, exaltados en conferencias internacionales, pero finalmente olvidados. Ahora bien, ¿quién otro si no los arquitectos debieran ser, por lógica, los encargados de llevar alivio y solución a esta gigantesca masa de los sin-casa? Un razonamiento elemental dirá “¡los arquitectos!” Pero no lo son. Es verdad. El arquitecto solo, aislado, poco puede hacer. Son numerosas las instituciones que debieran intervenir ante tamaño desafío (los legisladores de Le Corbusier, los políticos y enormes inversiones agregamos nosotros), pero eso no nos exime de las culpas y de la soledad en que se ha sumergido esta profesión, enfrascada en el estrecho universo de lo estético formal, en la apariencia, en las imágenes, encerrada dentro de esas serias desviaciones mencionadas más arriba, prisionera del círculo vicioso del pleonasmo funcionalista por todo lo cual ha ido resignando las incumbencias que le son propias y debieran ser intransferibles. Una de ellas, tal vez la éticamente más importante, es la lucha por la vivienda digna que no se someta a la acción despiadada de la naturaleza o a la ignorancia del hombre. Ése debiera ser el horizonte que guíe esta profesión que ha tomado por un camino que debe ser corregido. Todo sea por los mil quinientos millones de seres humanos que, desprovistos de todo (como dijera Fernando Pessoa “aquellas -excepciones- a una regla que no existe”) esperan que se les provean bienes concretos, a los que se les debe mucho más que las mendaces y elusivas citas de los capitostes de esas descomunales sociedades internacionales saturadas de miles de burócratas de todo el mundo con que suelen rematar sus altisonantes discursos, eludiendo prolijamente cualquier impugnación al poder económico que es precisamente quien lo provoca. Y por qué no. Si esos seres desvalidos, abatidos, los que nunca tuvieron acceso a la vivienda o fueron despojados de ellas vieran aparecer un día a los que mediante un giro copernicano se hubieran transformado en los nuevos arquitectos, abriéndose paso valientemente entre el fárrago de oposiciones y trabas, poniéndose a trabajar codo a codo junto a esos eternos despojados en procura de un mundo nuevo y más justos, entonces retornaría el orgullo de tener esa maravillosa profesión que acompañara al hombre desde sus remotos orígenes. Sería muy bueno que en las Facultades de Arquitectura se abrieran direcciones académicas o posgrados tendientes a adiestrar arquitectos tipo “arquitectos sin fronteras”.