Remo Erdosain —Abel no puede creer que Boudou haya truchado facturas en París para quedarse con los vueltos. —No sé qué es lo que te sorprende -dice Marcial que acaba de llegar y pedirle a Quito, el mozo, su habitual taza de té con galletitas. —Quiero ser claro -explica Abel simulando un suspiro- yo sé que es un corrupto, pero nunca me imaginé que además se dedicara a truchar recibos... es demasiado... después de todo fue un vicepresidente de la Nación. —Pensá, para no cocinarte con tu asombro -subrayo- que se trata del mismo tipo que declaró ser propietario de una casa en un baldío, truchó los bienes de su esposa y cambió los papeles de su auto y de su moto. —A mí, el señor Boudou me recuerda la anécdota de Timerman. —¿Padre o hijo? —Padre, por supuesto, el hijo no tiene anécdotas, tiene prontuario... —¿Y se puede saber cuál es la anécdota de ese gorila? -pregunta José, que sigue la conversación con gesto hosco y reconcentrado. —Muy sencilla y aleccionadora -explica Marcial-. Timerman es el autor del teorema que postula que los peronistas son los únicos tipos en el mundo con quienes, después de hacer un negocio de un millón de dólares, antes de irse te roban el cenicero. —Si es por eso, el señor Boudou debe tener una generosa colección de ceniceros. —Boudou es un pobre ladrón de gallinas -fustiga Marcial con tono despectivo. —Yo no lo subestimaría -plantea Abel- me parece que es algo más. —Depende con quién se lo compare. —¿Y se puede saber con quién lo compararías? —A Boudou -expresa Marcial con tono didáctico-, al señor que fue vicepresidente de los argentinos, hay que compararlo, por lo menos, con la compañera presidente. Y en esa relación, admitamos que, comparado con la que te dije, es apenas un pobre ladrón de gallinas. —Los gorilas nunca van a cambiar -sentencia José. —Además de acusarme de gorila, cosa que todo el mundo sabe -argumenta Marcial- ¿tenés algo más que decir? —Sencillo -responde José-, los gorilas se distinguen por su odio al peronismo, por su odio a los pobres y por la manía de acusarnos de corruptos. —Lo de corruptos -considera Abel- creo que está fuera de discusión, entre otras cosas porque, además, muchas veces se han enorgullecido de ello. Ahora, yo no odio a los pobres ni tampoco odio al peronismo, porque odiar al peronismo es como odiar a una abstracción, a una entelequia, lo que molesta -y molesta en serio- es que nos roben, creo que a nadie le gusta que lo roben y mucho menos en nombre de una patria libre, justa y soberana. —Ustedes parten del principio gorila de que los peronistas somos genéticamente ladrones. —Genéticamente no -admite Marcial- pero que disponen de una inusual capacidad de aprendizaje me parece que está fuera de discusión. —Los funcionarios peronistas no son ni más ni menos ladrones que nadie. —Hasta ahora, convengamos que los que más se han destacado en ese milenario oficio han sido tus compañeros. —Yo no creo -puntualizo- en las teorías genéticas, sí creo que el peronismo aparece más comprometido con la corrupción por la sencilla y simple razón de que estuvo más años en el poder; quisiera saber qué pasaría si otros partidos estuvieran veinte y pico de años en poder. —¿Qué quisieras saber? —Quisiera saber si no ocurriría lo mismo. —Cuando lo esté, veremos -contesta Marcial-, mientras tanto, admitamos que Menem y los Kirchner puntean la carrera y cómodos. Y que el no peronista que venga va a tener que esmerarse, y cómo, para alcanzar la performance lograda por los amigos peronistas en estos últimos veinticinco años —Habría que ver si los que dicen ser peronistas son peronistas -desliza José. —Claro, claro... -exclama Abel algo eufórico-, ahora nos venimos a enterar que Menem era afiliado al Partido Liberal de Suiza y los Kirchner eran militantes del Partido Verde Alemán; también me vengo a enterar que todos estos años el peronismo no existió, que todas las declaraciones de adhesión, todas las alcahueterías, sumisiones y pleitesías desparramadas públicamente por los peronistas a los gobernantes de turno no eran reales. O que, por detrás de esa apariencia, cabalgaba briosa, pujante y con los cabellos al viento, la causa peronista pura y cristalina. —Tanto con Menem como con Kirchner -explico-, todo el peronismo (gobernadores, sindicatos, partidos, bloques legislativos) se reportó a sus jefes naturales; a Carlos Saúl y a Néstor, se reportó y además se sacó fotos y se jactó de ser sus alcahuetes. —No generalicés... algunos marcamos diferencias. —Es verdad, hubo disidentes, pero sospecho con muy buenos fundamentos -y porque conozco el paño- que los opositores internos lo eran en tanto quedaban afuera del negocio o no les daban lo que ellos creían que se merecían. —Lo que digo -expresa José- es que históricamente los grupos oligárquicos, conservadores y gorilas se han valido de la cortina de humo de la corrupción para distraer a la opinión pública y engañar al pueblo acerca de lo que deben ser sus verdaderos objetivos. Discutamos los temas de fondo, no las anécdotas. —¿Me podés dar algún ejemplo histórico respecto de la corrupción como cortina de humo? —El caso de Hipólito Yrigoyen en 1930. —Es verdad, reconozco. En ese tiempo, la oposición golpista agitaba entre otras consignas la corrupción del que denominaban el “César octogenario”. —¿Pero sabés cuál es la diferencia? -pregunta Marcial, para responder en el acto-: que a Yrigoyen esas acusaciones nunca lo alcanzaron porque ni sus enemigos más encarnizados podían desconocer su austeridad; en todo caso, se hablaba de quienes rodeaban a don Hipólito, pero a él esas imputaciones no lo alcanzaban y la historia así lo demostró. —En cambio -agrega Abel- con Menem y los Kirchner, el centro de la corrupción estuvo en la cabeza del régimen, es decir en ellos mismos; ellos fueron los jefes de las respectivas bandas y me parece una mentira histórica, una mentira de muy mal gusto pretender comparar a Yrigoyen con estos farsantes. —Ustedes, los gorilas -refuta José-, siempre se detienen en la anécdota, en los detalles circunstanciales, nunca van a las cuestiones de fondo, que son las que realmente importan. —Claro, muy lindo, se chorearon todo, desplumaron al Estado, pero eso es una anécdota. Ni al abogado más crápula de Al Capone se le hubiera ocurrido una coartada tan eficaz. —Yo lo planteo al revés -digo- tanto en el menemismo como en el kirchnerismo la corrupción no fue una anécdota, fue el dato central de su gestión. Al revés de lo que piensa o sostiene José, la corrupción fue la estrategia, el gran objetivo y el discurso neoliberal, en un caso, y nacional y popular, en el otro, fue la anécdota, la cortina de humo, las palabritas lindas para engatusar a la gilada. —No comparto -concluye José.