Por Hugo Valderrama
Por Hugo Valderrama
Médico geriatra, gerontólogo y director de la Licenciatura en Gerontología (UCSF).
Si bien en algunos casos es la persona mayor la que decide ingresar a un geriátrico, la inmensa mayoría de las institucionalizaciones son tramitadas por algún familiar y casi siempre, después de agobiantes intentos de lograr que permanezca en el hogar cuidado por alguno de sus seres queridos. Estas situaciones se dan en los casos en los que, como consecuencia de enfermedades crónicas, sus secuelas o de discapacidades, el adulto mayor frágil y vulnerable necesita no sólo de cuidados médicos, sino también los cotidianos, como ayudarlo a caminar, comer, bañarse e ir al baño; o en situaciones más complejas, el asistirlo con la alimentación por sonda, cambios de pañales, curaciones de escaras, etc.
La familia, dentro de la que siempre se destaca una cuidadora principal (habitualmente una de las hijas), se apoya en ella para todo, hasta que el dedicarse al anciano olvidándose de su propia vida (trabajo, estudio, pareja, hijos) produce el derrumbe de sus mecanismos de defensa y estrés o, lo que aún es más grave, el síndrome del cuidador “quemado”, llevando a la cuidadora a la consulta médica afectada de un proceso depresivo.
Es común que se critique a la cuidadora porque no llevó al adulto mayor a tal o cual médico; no le hizo hacer un determinado estudio; no controla adecuadamente a cuidadoras externas; o se le dice que su queja no es para tanto, por lo cual le corresponde a ella continuar haciéndose cargo del mayor porque es “soltera”, “no trabaja” o “sólo estudia” o, simplemente, porque la familia nunca va a aceptar que al abuelo/a lo “depositen o tiren en un geriátrico” y alguien lo tiene que cuidar.
No es infrecuente además, que la cuestión económica sea gravitante en estas crisis, en las que siempre son los mismos los que afrontan los gastos, así como también son los mismos los que critican todo lo que se hace.
La situación relatada se hace insostenible y, luego de probar todo (cuidadores externos, médicos especialistas, centros de día, etc.), plantear la incorporación a un establecimiento geriátrico es el camino que queda por intentar. Muy frecuentemente, la familia profundiza su crisis porque la opinión de todos no es coincidente y puede dar lugar a distanciamientos y peleas.
Si bien la incorporación de un anciano dependiente con pérdida de su autonomía en un geriátrico debe ser muy bien analizada por la familia, es esencial la consulta al médico geriatra, neurólogo o psiquiatra. Entender cabalmente la situación médica del paciente y su contexto familiar y socioeconómico ilumina el camino a seguir. Porque más allá de todas las crisis familiares que un proceso de deterioro de seres queridos genera, deseo destacar que los argentinos somos un pueblo que no abandona a sus ancianos y que si bien en algunos casos ocurre, son los menos.
Los cuidados, si se hacen necesarios en la vejez, deben iniciarse en el hogar y tratar de que ése siga siendo el lugar en el que naturalmente se continúen brindando, pero no siempre es factible. Empecinarse en mantener a una persona mayor en un lugar, que por las características de su cuadro socio-sanitario puede no ser apto para que reciba los cuidados profesionales que requiere, es una situación que conlleva a la afectación de la calidad de las prestaciones que se le brindan y que deteriora la calidad de vida de su familia.