Remo Erdosain Marcial comenta que el otro día, o la otra noche, para ser más preciso, a su cuñada la asaltaron en la calle. —Venía caminando por la vereda de su barrio, cuando de la oscuridad salieron dos pibes que no sólo le manotearon la cartera, sino que la tiraron al suelo y de yapa le metieron un par de patadas. —¿Ella se resistió? -pregunta Abel. —¿Y se puede saber qué importancia tiene si se resistió o no? -repregunta Marcial algo fastidiado. —Preguntaba nada más; no es para que te lo tomés tan a pecho. —Como se dice en estos casos, la pregunta ofende. Falta que digas que mi cuñada tiene la culpa de lo que le pasó porque se le ocurrió pensar que lo que le estaban haciendo esos cursientos era incorrecto. —Pienso -interviene José- que estamos ante un problema social serio y que los chicos de la calle son una realidad dolorosa de la que todos tenemos que hacernos cargo. —¡Qué tierno lo tuyo! -exclama Marcial- ahora resulta que la presencia intimidante de estos delincuentes en la calle son un problema social serio. Desde ya te aviso que, para tu satisfacción, esos chicos pueden robar e incluso matar y nadie los mete presos, porque las personas como vos y como Abel suponen que son víctimas, tiernas criaturitas de Dios a las que tenemos que pedirle disculpas. —¿Por qué no van presos? —Te cuento. Mi cuñada hizo la denuncia y la policía le explicó muy suelta de cuerpo que ni se iban a tomar el trabajo de ir a buscarlos porque si lograban detenerlos, a la hora estarían en libertad ya que, como dicen nuestros amigos, se trata de chicos indefensos, de menores que deben ser protegidos. —Nada se arregla con salir a matar menores. —Nadie dice de salir a matar menores, pero no creo ser demasiado primitivo si reclamo que nos protejan, o a los que roban y asesinan el Estado decida hacerles algo, además de derramar cálidas lágrimas por las injusticias de este mundo. —No nos detengamos en los detalles -invita José-, y vayamos a las cuestiones de fondo; son el hambre y la pobreza los que provocan la delincuencia, y en la Argentina este tema está a la orden del día. —Hambre y pobreza -digo- que existen desde hace años, pero de todos modos me alegra oírte hablar de esos temas, porque en los últimos doce años nunca pronunciaste esas palabras. En tu paraíso kirchnerista no sólo no había hambre ni pobreza, tampoco había inflación ni corrupción. —Sos encantador, tierno y dulce para expresarte -le dice Marcial a José-, “no nos detengamos en los detalles...” para vos que a mi cuñada la hayan robado y golpeado es un detalle; que a un tipo lo asalten y asesinen es un detalle, que a una mujer la violen es otro detalle... a vos te van a liquidar los detalles. —Está bien, no es un detalle, pero desde el punto de vista sociológico es necesario ubicar a las reales reales víctimas de un sistema. —Lo único que te falta decir es que mi cuñada tiene que ir a las casas o a las tolderías de estos delincuentes a pedirles disculpas. —Vos querés arreglar estos problemas metiendo bala y así no son las cosas; en una sociedad civilizada hay garantías, derechos. —Yo no quiero meterle bala a nadie, pero lo que no quiero es que me metan bala a mí, y no quiero que le metan bala a nadie, mucho menos a la buena gente que trabaja, estudia y quiere vivir como Dios manda. —Todo muy lindo, pero pareciera que desconocés los derechos de los menores. —Puede que sí; y la verdad te digo, que si ser menor significa que tenés luz verde para robar y asesinar, estoy dispuesto a desconocer esos derechos. Increíble. Según sea el tema, los menores están preparados para votar, para organizarse en centro de estudiantes y hacer política en los colegios, pero no responden por los delitos que cometen. Además, no jodamos: hasta el último pordiosero sabe que no se puede matar, violar o robar. En definitiva, son responsables, deben ser responsables porque son personas, no animales. —No es que no sean responsables -subraya José- pero para no ser demagogo hay que ubicar las cosas en un contexto. Estos temas no se arreglan en dos patadas como le gustaría a Marcial. —Dale todas las vueltas que quieras, pero acá la única que recibió dos o más patadas fue mi cuñada. A ustedes les encanta usar la palabra “víctima” para justificar a estos facinerosos, pero en el tema que nos ocupa la única víctima real fue mi cuñada que venía caminando por la vereda sin molestar a nadie. La molieron a palos, le robaron y no la violaron de casualidad, pero resulta que para las almas bellas las víctimas son los delincuentes. —Los delincuentes también tienen derechos humanos. —Ninguna duda, pero acá no estamos discutiendo los derechos humanos de los delincuentes, sino los de mi cuñada. Ustedes podrán hacer las construcciones sociológicas más sofisticadas, pero a la hora de la verdad, a la hora de la comisión real del delito, los derechos humanos vulnerados fueron los de mi cuñada. Ella podrá ser rica y los ladrones ser unos secos, pero a la que le sacaron la plata y la ardieron a patadas fue a ella. Cuando un delincuente apunta con una pistola a un vecino desarmado, a la fuerza, el poder lo dispone el delincuente, e importa poco que uno sea un seco y el otro sea un millonario. —Ése es tu punto de vista. —Por supuesto que lo es, pero es además, el punto de vista de la verdadera justicia. Y te digo más, es un punto de vista obvio, elemental, te diría. Tuvieron que llegar los garantistas capitaneados por ese rufián prostibulario que se llama Zaffaroni, para desayunarnos que los asesinos y los violadores son las víctimas. —Yo creo que Marcial tiene algo de razón -acepto- pero sólo algo. No es verdad que en la Argentina los delincuentes estén en libertad, porque si así fuera no se explicaría por qué las cárceles están llena de presos y todos los días hay reclamos para construir nuevas cárceles, ya que hasta los calabozos de las comisarías están llenos de presos. Yo por principio no me voy a oponer a que existan garantías, garantías para todos, pero una cosa son las garantías propias de una ciudad civilizada; y otra, muy diferente, parece ser el garantismo, sería como comparar a la democracia con el democratismo o a las libertades con el libertinaje. —Yo me resisto a caer en un Estado policial; prefiero que un culpable quede en libertad a que un inocente marche preso -reflexiona Abel. —En mi caso, a la hora de defender lo deseable, a la hora de navegar por el universo de las abstracciones, prefiero que no haya ni culpables en libertad ni inocentes presos. —Insisto en que es un problema complicado -reitera José. —Ya sabemos que es un problema complicado, pero todo se hace mucho más complicado cuando se suma la confusión o se supone que los asesinados son culpables y los asesinos son víctimas. —No comparto -concluye José.