Por Gastón Dubois
Por Gastón Dubois
Durante los últimos días previos a la final, bromeando en la redacción de El Litoral, les dije a mis compañeros que era posible ver a Lionel Messi alcanzar por única vez en su carrera un récord negativo: jugar tres finales —siendo él el capitán de la selección— y perder las tres. Claro, jamás me hubiera imaginado que además de cumplirse mi indeseada profecía erraría un penal en la definición desde los doce pasos. Esto es lo lindo y lo feo del fútbol, porque hasta los cracks marran penales, y Messi no fue la excepción. Justo él, que es una excepción a la regla, en cuanto a habilidad y determinación para terminar las jugadas y traducirlas en gol.
Es muy cierto que el rosarino tiene en su haber los mejores números posibles en la historia del fútbol, pero a la hora de las grandes competencias con la celeste y blanca no tiene nada de nada. Y no creo que sea un estigma, o una maldición. Tengo la sensación de que a Messi como a varios de sus compañeros le pesan las finales. No tiene la determinación que suele tener en su casa, el Barcelona. Es simplemente eso. Pareciera que a veces no quisiera estar ahí jugando o más bien creo que él necesita sentirse superior a sus rivales para ganar en confianza y “romperla”, como habitualmente se suele decir. Hace goles imposibles frente a cualquier rival, pero siempre a los de menor fuste. Gambetea a todos los que se paran adelante, pero en las finales y frente a defensores que juegan las mismas como las tienen que jugar, es un jugador que no aparece. No creo que como dice la tribuna se “borre”, solamente creo que tiene terror a la derrota y eso lo paraliza.
Uno se pregunta cómo es posible que el ganador de cinco balones de oro no pueda levantar un trofeo con la Selección Argentina y es que, aunque no lo admita públicamente, Messi es humano y también siente emociones internas que pueden paralizar a cualquiera de nosotros. Siente miedo. Miedo al fracaso con la selección. Miedo a no triunfar, miedo al qué dirán en la Argentina. Miedo a que siempre le pongan un techo futbolístico llamado Maradona. Miedo a que lo discutan, miedo a fallarle a la prensa aduladora y empalagosa que lo único que hace es cargarlo de una excesiva obligación triunfalista. Uno escucha al periodismo porteño y se cansa de tanto halago. Lo enfocan entrenando y comentan “mirá qué caño que tiró en la práctica” o escucha “mirá el tiro libre que pateó” en un entrenamiento. Ejemplos de periodistas adulones sobran en el mundo del fútbol. Eso lo único que hace es llenarlo de obligaciones en cada una de las finales que jugó. No quiere defraudar a nadie de sus fanáticos y de tanto que se obliga a ganar o ganar se paraliza y hace cosas de un jugador normal.
No hubiera querido jamás escribir este texto. Me hubiese encantado verlo levantar una copa con la Argentina, pero está muy claro que el rosarino del mundo cuando se convierte en jugador argentino, lo hace con todas sus virtudes y todos sus defectos, y mucho más cuando juega las finales. Messi no es D10s, Messi es Messi y no le ha ido mal por el mundo: ganador de todo lo que ha jugado con Barcelona y al mismo tiempo perdedor de tres finales seguidas jugadas para la Argentina. Messi es humano y falla también en momentos de extrema tensión. Paradojas de la vida que se extienden en el fútbol. Tuvo que emigrar desde chico a España por un tratamiento que en Argentina le negaron y ahora se le niega un título con nuestra selección.
Que nadie me acuse de detractor de este futbolista, es sólo una simple manera de ver el fútbol. En la Argentina, las estadísticas frías dirán que nuestra selección jugó tres finales seguidas y que perdió las tres. También dirán que Lionel Messi fue el capitán de aquella sufrida selección.