Por María Teresa Rearte
Por María Teresa Rearte
En junio se cumplieron treinta años de la muerte de Jorge Luis Borges, cuyo fervor literario se apagó en Europa. Más precisamente en Ginebra, donde murió el 14 de junio de 1986. El Bicentenario de la Independencia argentina es marco apropiado para evocar su “Poema conjetural”. El cual pertenece al libro “El otro, el mismo” (1964), en el que el escritor recuerda la vida y la muerte del Dr. Francisco Narciso de Laprida, distante antepasado suyo, de conocido desempeño en el Congreso de Tucumán.
Antes, por primera vez, el poema se había publicado en la edición del 4 de julio de 1943, del diario “La Nación” de Buenos Aires. En él Borges rememora a Laprida, unitario, derrotado por los federales. Lo hace con la reconstrucción de lo que, según el escritor declara en el epígrafe, es lo que “el doctor Francisco de Laprida, asesinado el día 22 de septiembre de 1829, por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir”.
Así escribe Borges sobre Francisco de Laprida, diputado del Congreso de Tucumán: “Zumban las balas en la tarde última. / Hay viento y hay cenizas en el viento, / se dispersan el día y la batalla / deforme y la victoria es de los otros. / Vencen los bárbaros, los gauchos vencen. / Yo, que estudié las leyes y los cánones, / yo Francisco Narciso de Laprida, / cuya voz declaró la independencia / de estas crueles provincias derrotado, / de sangre y sudor manchado el rostro...”
“Yo, que anhelé ser otro, ser un hombre / (conjetura Borges acerca de Narciso de Laprida), de sentencias, de libros, de dictámenes, / a cielo abierto yaceré entre ciénagas; / pero me endiosa el pecho inexplicable / un júbilo secreto. Al fin me encuentro / con mi destino sudamericano”.
En esa hora también el congresista, el diputado y hombre de leyes, al decir de Borges “evoca a cierto capitán del Purgatorio”... Los libros de historia argentina nos dirán que a Francisco de Laprida lo persiguieron las tropas montoneras, después del fusilamiento de Dorrego en 1828. Que al final le dieron caza y lo mataron. De todo lo cual podrán ilustrarnos más y mejor los historiadores. Yo no lo soy.
Borges recrea y mezcla los datos de la historia. Conjetura. Y desgrana en su poema palabras, versos, que estremecen a quien, como la suscripta, no se resigna a que la máxima autoridad de la Nación, en el Bicentenario de nuestra Independencia, no dijera más que posiblemente los congresistas también tuvieran “miedo”, en un lamentable parangón con la empresa economicista y utilitaria del actual gobierno nacional. Y pretendiera “edificarnos” éticamente con una “figura” extraída del juego popular del truco, por carencia de fundamento digno y sólido para una exposición que el pueblo aguardaba con expectativa. Y la audiencia, que incluía al monarca emérito del Reino de España, que quiso homenajear a la República Argentina con su presencia, lo merecía.
De esa evocación borgeana quiero retener y reiterar que dice “al fin me encuentro / con mi destino sudamericano”. Pensarlo. Madurarlo. Y evocar la carta del Papa Francisco a las autoridades y al pueblo argentino, cuando alude a la común idiosincrasia y destino de la Patria grande que configuran estas tierras del sur de América. Sobre todo lo cual, que cada uno saque sus propias conclusiones, por ejemplo con relación a las nuevas formas de colonización que se insinúan e introducen bajo el espejismo de los anhelados capitales que deberían llover sobre nuestro suelo. Aclaro que no soy necia. Que distingo entre capital y capitalismo.
El hombre está alterado. Se siente solo en medio de cosas también alteradas. Necesita de la esperanza. O bien se deja tentar por la droga, cuando palidecen las motivaciones nobles. Caudillo, lanzas, la muerte, entre ciénagas, a cielo abierto, fue un destino que el escritor nos muestra. Y que se anheló de otra manera: entre libros. En cambio se siente: “El íntimo cuchillo en la garganta”. Hago votos a favor de que se recobre la conciencia como núcleo de la dignidad humana.