Nancy Balza
Habla de “juvenicidio”, concepto que se funda en la cantidad de muertes violentas de jóvenes en Latinoamérica. Dice que, a diferencia de su país, “en Santa Fe hay Estado”, y apuesta por un trabajo en red a nivel local y global.
Nancy Balza
Carlos Cruz nació en Ciudad de México. Desde muy joven se involucró en la violencia y llegó a ser líder de una pandilla barrial y capitán de un grupo de choque integrado por otros 5.000 pares. La muerte de un compañero y la certeza del riesgo seguro que corría su propia vida y la de sus amigos lo hizo cambiar el rumbo. Con esos jóvenes, “cansados de tanta violencia”, formó Cauce Ciudadano, una organización que lleva 15 años de trabajo con chicos y chicas de 12 a 29 años para tratar de cambiar violencia por un proyecto de vida que se sostenga en el tiempo. Ésa es la experiencia que trajo a Santa Fe durante la primera semana de agosto, invitado por el Programa Nueva Oportunidad.
En diálogo con El Litoral, reseñó el trabajo de la organización que lidera y advirtió que si no iniciamos una acción continental en contra de la violencia, “no va a pasar nada. Porque si se juntan los homicidios de Estados Unidos con los de América Latina, se embolsa el 39 ó 40 % de homicidios en el mundo. Y no estamos en guerra”.
—¿Qué es Cauce Ciudadano? ¿Cuál es la experiencia que trae a Santa Fe?
—Es una organización que nació en el año 2000, cuando decidimos que nadie iba a cambiar nuestra realidad y que teníamos que movilizarnos para modificarla. Fue entonces cuando empezamos a discutir qué podíamos hacer, cómo construir un espacio distinto donde modificar, por un lado, las relaciones humanas que nos estaban siendo impuestas, porque la representación del Estado para nosotros estaba asentada en términos de justicia, de sistemas policiales, emergencias y panteones. Y por el otro, el ambiente en que vivíamos y nos desarrollábamos. Al principio, lo único que pensábamos era en tener un lugar físico donde estar tranquilos en los horarios más “calientes”. Ahora, trabajamos en siete Estados de la República Mexicana y en cuatro ámbitos de los jóvenes: en las escuelas secundarias; en la calle donde están los que ya no van a la escuela; con los que están en conflicto con la ley, y con los que ya están en prisiones para adultos. Diseñamos una estrategia que permite disminuir los actos violentos pero, sobre todo, permite un cambio de conductas de las personas y que éste se sostenga en el tiempo.
—¿Y cómo lo logran?
—Tenemos cuatro líneas de intervención pero son también cuatro niveles. Si trabajamos en una zona donde se requiere hacer mediación, lo hacemos desde la promoción de la paz, educación para la paz y la resolución de conflictos a través de Justicia restitutiva, la coexistencia, el perdón y la memoria. Trabajamos con promoción de hábitos saludables donde identificamos a chicos que, aún estando en el barrio, son sanos y necesitan conservar su nivel óptimo de salud. Y operamos desde la perspectiva de la prevención del riesgo, es decir, sobre asertividad, empatía, pensamiento crítico, pensamiento creativo, manejo de emociones y estrés; y después en la atención del daño con intervenciones que controlen las secuelas. Y por último, en rehabilitación, con quienes están en la cárcel. El consumo de sustancias es lo último que nos preocupa porque hay otros factores que provocaron el consumo.
—Si no priorizan el tema del consumo, ¿cuál es el que más los preocupa?
—Que los chicos aprendan a conocerse a sí mismos; que aprendan a ser más empáticos con otros, con las mujeres, por ejemplo, para disminuir la violencia en el noviazgo; que aprendan a construir un proyecto de vida. Ésas son cosas que para nosotros dan mejor resultado que estar pensando solamente en que el chico tiene que dejar de consumir.
—¿Qué puntos en común encuentran entre la experiencia que están desarrollando y lo que ocurre en Santa Fe?
—En Santa Fe, estamos buscando acompañar la reducción de actos violentos que no solamente tienen que ver con el homicidio porque también hay mucha gente lesionada; que tengan más herramientas para generar mecanismos de inclusión social y, por último, que podamos generar una masa activa, es decir, personas que sean capaces de entender la dinámica juvenil y hacer intervenciones que disminuyan actos violentos y generen mayor inclusión.
En comparación, lo que podemos ver en relación con México, es que en Santa Fe hay Estado. Hay muchísima gente que sabe aproximarse a los jóvenes, a la “papa caliente”. Pero hay que darles más herramientas para saber qué hacer porque, si no, se queman. Encuentro una problemática que se empieza a sentir en el homicidio juvenil pero hay otras violencias alrededor. Y encontramos un programa que se llama Nueva Oportunidad que nos parece interesante por la manera en que están abordando a los jóvenes, además de un grupo de facilitadores con muchas capacidades y mucha voluntad. También hay necesidad de dialogar interinstitucionalmente y de trabajar en red. Hoy, la provincia tiene la capacidad de frenar el juvenicidio, pero también de generar mecanismos de mayor inclusión y un ambiente mucho más pacificador. No veo eso en otras zonas. Acá veo una preocupación por hacerlo desde la perspectiva social y eso, desde nuestra especialidad, es lo mejor que se puede hacer.
"Hay que tener cuidado con las políticas de mano dura, las políticas represivas y las que sólo incluyen policía mejor armada. Eso es un negocio para la venta de armas, para los que equipan; pero el mayor riesgo termina siendo para la población civil”.
Carlos Cruz
CUATRO CLICKS —¿Qué hecho te produjo el click para que decidas cambiar de vida? —Fueron cuatro. Aprendí a leer muy pequeñito y aprendí matemática muy rápido, pero en el barrio no había una escuela especial; cuando quise ver estaba en el bachillerato con muchos problemas, no por la inteligencia sino porque el nivel de aburrimiento era tremendo. Eso me llevó a un primer click en el año ‘87. No supe cómo reaccionar a un fenómeno de violencia y me vi involucrado; empecé siendo líder y, después, el capitán de un grupo de choque de 5.000 jóvenes. El segundo fue en 1991, cuando vi que de esos jóvenes que empezamos a dar la pelea en contra del abuso de otros jóvenes, sólo vivíamos tres y yo cumplía en ese momento 18 años. El siguiente fue la ruptura con los vínculos políticos porque muchos grupos son controlados por los gobiernos y, donde nosotros ponemos los muertos, ellos se quedan con la plata. Y el cuarto fue la muerte de nuestro compañero Carlos Guadalupe en 2000. Yo ya estaba muy cansado, en el ‘98 había comenzado a correrme un poco de la pandilla; en esa época me veía como ahora y tenía 26 años. Hoy tengo 43. La violencia se come la mirada, hunde la mirada y me veía en el deterioro físico, emocional y afectivo donde ser el duro de los duros implica que todo el mundo te tiene miedo o respeto. Y ahí me indigné.
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