Roberto Schneider
Roberto Schneider
Será difícil borrar de nuestra memoria la impactante experiencia artística provocada anoche en el Centro Cultural Provincial —un punto altísimo del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia que propició el encuentro con los santafesinos- con la presentación de La Zaranda Teatro Inestable de Andalucía la Baja, el ya emblemático grupo de lo mejor que ha dado el teatro español en las últimas décadas. “El grito en el cielo” es el título del montaje que con dirección de Paco de La Zaranda conmovió a los espectadores que colmaron la platea del CCP, a raíz de su alto contenido humano e ideológico y a partir de una puesta en escena por varios motivos imborrable.
Mientras se escuchan los acordes de la Obertura de “Tanhausser” de Richard Wagner, una enfermera se saca obsesivamente, para descartarlos, guantes de látex que se usan en la Nueva Alborada, la residencia de ancianos en la que trabaja. El espectador se encuentra con una obra de tesis que aborda la condición humana, los excesos del poder, la obsesión por la libertad absoluta, la mentira, la felicidad, la vida, la muerte, la vejez y hasta la concepción del mundo. Un texto en apariencia complejo, centrado en la figura de esos cuatro viejos abandonados como están en un espacio que conduce a la nada. Dividido en varias secuencias bien diferenciadas, éste es un espectáculo del exceso y del abuso. Y, más allá de las referencias concretas a diversas épocas históricas y sus dolores más abominables —el Holocausto y los campos de exterminio-, es un texto que mantiene un claro discurso, sin ambigüedades. La totalidad es contundente. Es también una de las más directas reflexiones sobre el poder, porque muestra su permanente cara lacerante. De tal modo, la narración se enmarca en un parpadeo de la historia, instante en que adquiere espesor el contorno de mucha gente postergada, y se diluyen en la sombra las siluetas de los poderosos. Momentos que La Zaranda reconstruye desde diversas perspectivas de sus protagonistas. Todo, envuelto en una tristeza expansiva que abreva en el fraseo de la conversación y en una respiración coral que serpentea de un personaje a otro en una especie de monólogo de varias voces.
Se construye un emotivo y lacerante paisaje de la frustración, la muerte y el paso del tiempo; una parábola singular sobre esas realidades indefinibles que el ser humano puede descubrir a través del negro y el blanco, de la tristeza o la alegría o una ineludible desesperación. En el capítulo de los logros se destacan varios factores: la excelente calidad de los rubros técnicos como el fuerte impacto del espacio escénico de Paco de La Zaranda y la soberbia iluminación de Eusebio Lalonge. Y la música: a la ya citada obra de Wagner debe agregarse la transcripción del mismo tema para piano y orquesta de Franz List, el Adore te Devota de Santo Tomás de Aquino y los mambos de Pérez Prado.
Párrafo aparte para los excelsos actores de La Zaranda, ensamblados como están en perfecta sincronía con la escena. Celia Bermejo, Iosune Onraita, Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez, los cinco entregados con indisimulable pasión, que alcanzan su más alta expresividad dramática en la secuencia de la ducha. Logran transmitir la angustia interior de esos seres abandonados como despojos a su propio destino. La Zaranda pone en funcionamiento la maquinaria de su espectáculo, crítico de la hipocresía y de la atmósfera asfixiante de la sociedad contemporánea. Atrapa por la profundidad que sostiene su observación de la realidad y por la valentía para decirnos que no somos lo que pretendemos ser, y menos, lo que se nos dice tantas veces desde el poder. Así recorre los pasillos urticantes de la sociedad, para clavar el escalpelo profundamente.