Ignacio Andrés Amarillo
Ignacio Andrés Amarillo
Lisandro Aristimuño, el cantautor de la voz leve salido de Viedma y Luis Beltrán para revolucionar la canción popular a base de ritmos y texturas, fue el artista elegido por la Universidad Nacional del Litoral para festejar su 97° aniversario, en la cita de cada octubre convocada en la explanada del Rectorado, sobre el bulevar Pellegrini.
Pasadas las 21, sin alejarse demasiado del esquema (el evento se transmitía por Litus TV), el escenario cobró vida para recibir a un público diverso pero compacto.
Fusión local
Los santafesinos de Infusión Kamachuí tuvieron a su cargo la apertura de la velada, en el contexto de su relanzamiento con “Espesura”, su nueva placa. Pablo Ignacio “Pif” Ferreira (voz), Esteban Lagger (guitarra), Carlos “Charlie” Bechi (guitarra), Iván Wolkovicz (bajo) y Luciano Dato (batería) salieron pintados y vestidos en blancos y negros (la estética del disco); afianzados en el quinteto de dos guitarras (alguna vez fueron quinteto con teclado), se mostraron más sueltos que nunca, al menos desde que asumieron cierta solemnidad del nuevo disco, con un Ferreira movedizo casi como en los tiempos del doble “Equinoccio”.
Abrieron con la sutileza de “Ramas tocando río”, para luego levantar con “Al caer” (el hit de “Equinoccio I”) y “Cúpula” (el de “Equinoccio II”), que lució matices renovados. Una espesa línea de bajo abrió paso a la electricidad de “Corpo seco”, que dejó su lugar a las voces procesadas y los arpegios de “Ver”, entre Spinetta y Simon & Garfunkel. Llegó el único tema nombrado, “Cuencas”, el aire de zamba que salió como primer corte de “Espesura”.
El tramo final pasó por el groove jazzístico de “Traducir la luz”, el tiempo de chacarera de “Bruma” y el lirismo sincopado de “Espina”, terminando con la energía bien arriba.
Clásicos
“Buenas noches, bienvenidos a este festejo: 97 años de esta universidad preciosa. Un gusto estar tocando para ustedes al aire libre. Y viva la educación pública”, fueron las palabras de apertura del rionegrino, desde su fortaleza construida entre sus guitarras a un lado, sus parafernalia electrónica al otro y el monitoreo al frente. Como siempre, capitaneando a Los Azules Turquesas, con algunos cambios, como la ausencia de la cellista y corista Leila Cherro, dejando los únicos cellos en manos del bajista Lucas Argomedo, y los únicos coros femeninos a cargo de la percusionista, corista y bailaora Rocío Aristimuño (la hermana del dueño del quiosco). Tano Díaz Pumará se sumó al Fernández Fierro Pablo Jivotovschii en violines, en una formación que se completa con Carli Arístide en guitarra eléctrica, charango y ronroco y Martín Casado en batería.
El concierto empezó festivo, de la mano de “ABC”, para venirse hacia el presente con la sinuosa “Por donde vayan tus pies”, con Rocío brindando la parte de Hilda Lizarazu en “Mundo Anfibio”. “Voy a hacer una canción que tuve la suerte de que la grabe Catupecu Machu”, anunció, pero aclaró que (como siempre) viene primero el homenaje a Gustavo Cerati con un fragmento de “Avenida Alcorta”, antes de que una voz ancestral de pie a “Para vestirte hoy”, intensidad analógica sobre nervio electrónico.
Ahí nomás, antes de que nadie reaccione, Lisandro tiró como arpegio muteado esa especie de joropo que por abajo va en chacarera, uno de sus himnos indiscutidos: “Azúcar del Estero”. Y sí, el coro popular concordó en alimentar el alma con risa y caramelos. La ráfaga de temas míticos siguió con la tensión de la base de “Tu nombre y el mío”, con las cuerdas sobrevolando y el final a capella.
Químicas
Ahí volvió al repertorio más reciente con la electrónica “Anfibio”: habló con conocimiento de causa de las inundaciones santafesinas y pidió “que alguien se haga cargo”, que no pase más y “que pongan la plata donde tiene que estar”. Aplausos. El tono político y electrónico siguió con “How Long”, cuando cantó “O acaso también se paga... Mauricio”, recibiendo una ovación.
Pero los fans saben que la gracia de esa canción llega al final, cuando quedan mano a mano el solista con su guitarra eléctrica y su hermana zapateando sobre la tarima: él acompañándola y tirando líneas de “Get up, stand up” de Bob Marley, ella sincopando y redoblando con los pies y devolviendo las puntas: siempre una épica especial.
Nuevo aire, y presentó una canción lenta pero positiva: otro sample desde los confines del tiempo abrió “La última prosa”, despacio, para que el improvisado coro femenino repita eso de que “la buena noticia sos vos”. La intensidad (y el contenido de desamor) subió con “En mí”. Las luces se pusieron verdes para “Green-Lover”, dedicada “con mucho amor” a las Abuelas de Plaza de Mayo: la voz aguda sobre el machacar de guitarra y bajo, las cuerdas etéreas. El sabor latinoamericano volvió con “Mi memoria”, del disco II de “Las crónicas del viento”, seguido por el groove funky de “Traje de Dios”, abierta a las suspicacias.
Contrapuntos
Pasada la hora y diez de show, el cantante de sombrerito empezó a activar su "ferretería" sobre una base cadenciosa, para ir entrando a “Blue”, con Rocío en dúo y contrapunto vocal. Ahí Lisandro se quedó solo por primera vez, para una versión intimista de “Me hice cargo de tu luz”, otro himno con identidad patagónica, otro regalo a los fieles de siempre.
La banda regresó, con Arístide en el ronroco abriendo “Anochecer”, algo como un aire de huayno ligero y fluido. El salto fue a “Pozo”, una semana desgarrada. El tramo volvió a levantar con un “Buenas noches Santa Fe, muchas gracias”, antes de entrarle a “Es todo lo que tengo y es todo lo que hay", con su melodía en los violines y el estribillo en la gente.
Ahí vino la despedida de la banda, pero como siempre en estos casos, fue una mentirijilla, como diría Ned Flanders: volvió nuevamente en solitario para invitar a entonar juntos “Canción de amor”, especialmente irresistible para la concurrencia femenina.
Con la vuelta de sus compinches, Aristimuño disparó desde un pedal un grito de guerra, señal de largada de “Elefantes”, el tema más rockero de “Mundo anfibio”. Ahí vino la despedida en serio, la presentación de los integrantes (ovación especial para la dama) y la crew técnica, el agradecimiento a la universidad y “que siga siendo pública por el resto de nuestras vidas”. Y ahí se fue el compositor austral, la voz ligera pero firme, con su copa de vino, como diciendo “es todo lo que había”... al menos por hoy.