Luis Rodrigo [email protected]
Luis Rodrigo [email protected]
Ponga en Google las palabras “mujeres” y “Rosario”. Verá que el mayor editor del mundo tiene dos versiones predominantes para su búsqueda. Si no se aparta de la primera oferta del buscador (“todos”) aparecerán títulos de noticias sobre el Encuentro Nacional de Mujeres en la ciudad del sur provincial y -sobre todo- de los hechos violentos que también fueron parte de una movilización masiva e histórica. En cambio, si antes hace clic sobre “imágenes”, las cosas cambiarán. Ud. verá mujeres junto a paisajes muy de Rosario, y las verá exactamente muy en la contracara de cómo quieren ser vistas las miles y miles que se expresaron el fin de semana pasado. Google lee noticias y muestra fotografías según los gustos de la mayoría. Premia el éxito de los clics, y obedece a los más tradicionales conceptos de la comunicación en la sociedad de masas. Amplifica estereotipos al por mayor, por más que digan que las nuevas tecnologías los superan. El buscador, a la hora de elegir imágenes, repite, invariable, a mujeres en Rosario desvestidas o vestidas con los colores del fútbol de esa ciudad. De la movilización sólo mostrará, muy abajo en la pantalla, unas pocas fotografías. Y aparecerán sobre todo aquellas que exhiben a las manifestantes furiosas y desnudas, o simplemente desnudas. La movilización está en las noticias. Logra lo que se propone: molestar y cuestionar. Se hace contra la sociedad, al menos contra ésta, tal como está. Y, cuanto más no sea por unas horas, pone en crisis las cosas, legitima cambios sociales profundos. En las imágenes, en cambio, hay bastante poco de la masividad de la movilización, del contenido de las denuncias, de las chicas que luchan, de sus sueños de dar vuelta el orden, de su bella anarquía de reivindicaciones y cuestionamientos a las buenas costumbres, la religión y las reglas de lo correcto en el sexo. En la superficie, se discute por pintadas en las paredes, por la victimización y por la represión. Pero, al menos por unos días, las mujeres y lo que les pasa están en la superficie. Secuelas, hay. Paredes y vidrieras dañadas, hay. Causas para la furia, hay. Violaciones y femicidios, hay. Sería bueno que la discusión no se ocupe de mezclar daños municipales y delitos penales. Es una pulseada simbólica injusta, e injustificable. El movimiento de mujeres no es un actor político. Su masividad es incuestionable, también los lugares comunes de sus reivindicaciones -la bandera del aborto las unifica-, y sobre todo sus logros en materia de legislación sobre la representación parlamentaria. Pero no es un actor político, más parece un vehículo que obliga a encontrarse a grupos, agrupaciones, grupejos, corrientes, correntadas, individuos (individuas) que presiona. Ocurrió en Rosario, a espaldas de la clase política provincial, con una organización que mayoritariamente adhiere a la izquierda. Sin embargo, no podría decirse que ese sector conduzca a ese vehículo enorme, apenas lo pone en marcha. Un conflicto político de las que organizan ha surgido también a la superficie, tras el Encuentro: este año, a diferencia de los 32 anteriores, no hubo sólo una lectura sobre qué ocurrió. Entre trotskistas y pseudo maoístas hay acusaciones de fraude para definir el escenario de la movilización en 2017 (un año electoral). Unas gritaron “Caba” (la ciudad de Buenos Aires) y otras “Chaco” y no se escucharon (ni votaron). Todavía se discute el resultado... El internismo patológico de la izquierda, psicobolche y arcaico, es unisex. Y puede quebrar una fuerza colectiva que se desata todos los años, sin barbas ni voces graves.