Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
La evaluación realizada en todo el ámbito nacional, por el Ministerio de Educación para obtener un diagnóstico sobre el estado de la educación primaria y secundaria en el país, ha comprendido a 1.400.000 alumnos en una gran cantidad y diversidad de escuelas. Pero el primer dato, mientras se esperan los resultados, ha sido la clara exteriorización de los sindicatos docentes en contra de su realización. La actitud gremial de la docencia pone de manifiesto, más allá de cuestiones opinables desde el punto de vista técnico, una visión corporativa de su actividad, que confunde la educación con los reclamos y reivindicaciones laborales de los maestros y transforma las aulas en sedes sindicales. En esa praxis, se desplaza al alumno del lugar de sujeto de aprendizaje a la lamentable situación de rehén de sus intereses corporativos y acciones gremiales. Si este nuevo y criticable episodio tiene alguna virtud, es la exposición descarnada de un enfoque que posiciona lo gremial sobre lo educacional, y la pretensión de condicionar el rumbo de la educación a expensas de la legitimidad política del gobierno y el poder legislativo, elegidos democráticamente en las urnas. De modo que aquí también se expresa la voluntad de correr de su sitio a los responsables institucionales de la definición de las políticas públicas educativas, legal y legítimamente habilitados para buscar un camino superador que permita salir de la manifiesta decadencia de la educación argentina. Es razonable que los gremios discutan condiciones de trabajo, salarios y aspectos técnico-educativos de su competencia, pero no lo es que pretendan sustituir definiciones políticas asociadas con el desarrollo de la sociedad y las estrategias para lograr competitividad internacional. Son cuestiones que exceden el pensamiento del partido gobernante y se extienden a las demás fuerzas políticas en la compartida responsabilidad de lograr construir verdaderas políticas de Estado. Sin duda, en estos procesos, los gremios de la educación tienen aportes que hacer, pero no pueden o, mejor, no deben anteponer sus intereses corporativos a toda acción o discusión que apunte a echar luz sobre las causas de una larga decadencia de la enseñanza. En este caso, el objetado relevamiento en busca de información básica. La historia argentina demuestra lo que se puede lograr en esta materia cuando los esfuerzos empeñados son coherentes y sostenidos en el tiempo. La secuencia educativa que se iniciara con Sarmiento, Avellaneda y Roca, luego prolongada con variantes y matices por los primeros gobiernos radicales, transformó un país poblado de analfabetos en una Nación alfabetizada y moderna. Lo interesante es que esa secuencia tuvo continuidad histórica en el privilegiado tratamiento de la educación dentro de los objetivos centrales del Estado Argentino, lo que se tradujo en el aporte de los correspondientes recursos y la realización de las inversiones necesarias para su concreción y sostenimiento. Aun a la distancia, constituye un recuerdo valioso la recurrencia por parte de Sarmiento a las maestras norteamericanas para concretar en la práctica las escuelas normales, que fueron sin duda importantes centros formativos de futuras maestras que se diseminaron por todo el territorio. La ley 1.420, dictada en el gobierno de Avellaneda, fue la piedra angular para la extensión de la educación a todos los rincones del país, sobre la base de su condición pública, universal y gratuita. Y esa estructura, que con cambios y adaptaciones subsiste en parte, fue la expresión de una estructura social capaz de superar disensiones y controversias políticas, incluidos enconos personales, para plasmarse en principios como los que irradia nuestra Constitución Nacional, con su plexo de libertades, derechos y garantías, y las consecuentes instituciones, y con la mira puesta en el mejor desarrollo de nuestra sociedad. Para eso, era fundamental darle a los chicos, a través de la educación, los elementos para que aprendieran a discernir y labrar su destino, en un marco ideal de igualdad de oportunidades. Nada tiene esto que ver con la visión corporativa de los maestros de hoy, que en gran medida han incorporado a su accionar ideologías para uniformar y disciplinar a la gran masa docente, pensamientos y actitudes que se transfieren, con su carga de frustración y resentimiento, a chicos que acuden a las aulas para adquirir con libertad los conocimientos que les permitan abrir en el futuro sucesivas puertas de oportunidades.
Hay una visión corporativa que confunde la educación con los reclamos y reivindicaciones laborales de los maestros, y transforma las aulas en sedes sindicales.