Joaquín Fidalgo
Tenía 20 años. Vivía para su familia y sus amigos. Trabajaba de mozo y reparando vías del ferrocarril. También estudiaba. Lo mataron en mayo de 2015, para robarle la moto. Sus asesinos, que le dispararon por la espalda, siguen en libertad.
Joaquín Fidalgo
Pablo Goytía tenía 20 años cuando fue asesinado por ladrones, el 31 de mayo de 2015. Estudiaba, trabajaba y vivía para su familia, sus amigos y su novia. Delincuentes lo ejecutaron en Guadalupe Oeste, prácticamente frente a su casa. Su madre y una de sus hermanas escucharon los estruendos de los balazos que impactaron en su espalda y le quitaron la vida. Los criminales se llevaron su moto nueva, la que todavía no había terminado de pagar. Unas horas después, la dejaron tirada en barrio Barranquitas. “Quemaba” demasiado. Entonces lo mataron por nada, porque ni siquiera pudieron quedarse con su Honda Invicta roja. La investigación del caso nunca progresó demasiado y los autores del homicidio no pudieron determinarse.
Pablo Alfredo Ayrton Goytía vivía en Pasaje Páez al 2400, junto a su familia. Desde chico, nunca le esquivó al trabajo. En 2015 se ganaba la vida trabajando de mozo en un servicio de catering de esta ciudad y, desde hacía dos meses, también reparando vías del ferrocarril en Laguna Paiva, junto a su padre. Con tanto “laburo”, había “aflojado” en su carrera de agrimensor.
Prácticamente no descansaba. Era “hiperactivo”, recuerdan sus conocidos. Iba y venía. Visitaba amigos, hacía trámites, llevaba y traía a su novia y dos hermanas más grandes. Adoraba a sus sobrinitos. No podía estar quieto. Al principio manejaba una vieja moto Guerrero. No sin esfuerzo, en septiembre de 2014 había podido comprarse una nueva, una Honda Invicta de color rojo. La “sacó” en cuotas, en varias cuotas. Todavía le faltaba pagar unas cuantas esa mañana del 31 de mayo de 2015.
El día anterior, Pablo asistió a un baby shower. Una amiga estaba embarazada y reunió a sus conocidos en un club. Volvió a la tardecita a su casa, comió con su mamá, se bañó y se cambió para salir. Estaba contento. “Mirá vieja, estoy más flaco”, dijo y posó para la foto. El trabajo en el campo le había hecho perder unos cuantos kilos. Con sus amigos fueron esa noche a un boliche céntrico y se divirtieron hasta cerca de las 6 de la mañana.
Finalmente, llegó la hora de volver al hogar. Pablo se subió a su Honda y manejó hasta su casa. Cuando sólo le faltaban unos metros para arribar y ya tenía las llaves en la mano, aparecieron de entre las sombras dos delincuentes armados, también en moto.
Pablo sabía que si lo escuchaban llegar, su madre y su hermana iban a salir a recibirlo. Siempre lo hacían. Sus vidas estarían en peligro. Así que no dudó y aceleró. Los criminales tampoco dudaron. Le dispararon por la espalda. Dos proyectiles le dieron al joven que igualmente alcanzó a manejar por una cuadra y media antes de perder el control y caer desplomado, en calle Larrea, casi en la esquina con avenida Aristóbulo del Valle.
Los ladrones lo siguieron como un depredador a una presa herida. Sólo se llevaron su Honda Invicta y desaparecieron. Pablo murió ahí, en pocos minutos. Ya había dejado de existir cuando su familia llegó sobresaltada por el ruido de los disparos.
Temor
“Escuchamos los tiros. Nos asustamos y lo empezamos a llamar al celular. A eso de las 7.15 me atendió un policía y me dijo que había pasado ‘un hecho’. Mi hermano fue un héroe con lo que hizo, porque si no trataba de escapar nos iban a matar a nosotras”, asegura Paola Goytía.
“A la moto la encontraron al día siguiente en barrio Barranquitas. Los tipos que la tenían se escaparon. Anduvieron toda la mañana por el lugar, impunemente, mientras nosotros enterrábamos a Pablo. La policía desoyó todas las denuncias de vecinos al 911. Desde entonces yo investigué personalmente, creo que más que los fiscales. Recorrí toda la zona buscando testigos y filmaciones en las cámaras. Mucha gente me llamó para darme información, que yo se la remitía a los fiscales, pero nada pasó. Yo quisiera saber dónde está el expediente de mi hermano ahora. Muchas cosas no se tomaron a tiempo, como por ejemplo las huellas dactilares de la moto. Todavía estoy esperando que me den los resultados. ‘Ya te vamos a llamar cuando haya una novedad’, me decían. Todavía estoy esperando”, ironizó la mujer.
“Nosotros queremos justicia, pero en la investigación todas fueron excusas. Siempre antepusieron mil ‘peros’. Siento que no se esforzaron para resolver el caso. Investigaron más a mi hermano, para ver si andaba en algo raro o si estaba amenazado, que a sus asesinos. Lo trataron en muchos sentidos como a un delincuente. Finalmente, cuando dimensionamos algunas cosas, sentimos miedo. Nos sentimos solos y temimos por la seguridad de nuestra familia. Yo tengo una hija pequeña y mi hermana tres. Nos dimos cuenta de que si seguíamos presionando para que se investigue el caso, poníamos otras vidas en riesgo”, se lamentó Paola.