Roberto Maurer
Roberto Maurer
Coincidiendo con la novena plaga de Egipto en Telefé, en el 9 debutaba un talk show o sea un espacio donde se lavan nuestras miserias: en la exitosa tira bíblica, el pueblo recibía el azote de la oscuridad, y pudiera ser una metáfora acerca del aporte de los talk shows a los conflictos privados que ahora incluyen el ejercicio de la brujería. Posiblemente, los participantes no llegan buscando la luz, o no principalmente, sino una paga en dinero o en minutos de notoriedad en la tele para formar parte de un circo.
“El show del problema” (lunes a viernes a las 13) es conducido por Nicolás Magaldi, en cuyo discurso inaugural aseguró que “ésta será la casa para encontrar soluciones a las cosas que nos pasan”, y que los conflictos se resolverán “hablando y mirándonos a los ojos”. Como su nombre lo indica, es un show, sin la intimidad y la penumbra del confesionario adecuadas para ventilar humedades domésticas o la asepsia de una higiénica mesa de mediación, sino una cuasi pista de patinaje iluminada a pleno y una tribuna ruidosa. Sin embargo, la puesta en escena no parece desanimar a quienes llegan con sus tragedias personales para resolverlas “hablando y mirándose a los ojos”.
Cama para tres
Si bien Magaldi afirmó que se atenderá a la infinidad de problemas que diariamente afligen a los argentinos, se puede observar que los mismos no parecen estar representados en su toda su dramática riqueza. El primer caso, por ejemplo, se inscribió en el universo amplio de los propietarios de mascotas, fue titulado “El perro es el dueño de la cama” y marcó la orientación de un ciclo inspirado en un formato que ya sufrió las cachetadas de la decadencia. Se trató del conflicto conyugal creado por un perro que duerme entre esposo y esposa y fue perfectamente ilustrado con una cama en el estudio a los efectos de que el trío ofreciera una demostración.
Definido claramente el rumbo en el primer programa, las siguientes entregas lo ratificaron: se trata de explotar conflictos ridículos o ridiculizados, y posiblemente imaginados y fraguados, donde la raza humana desempeña un papel penoso.
En el segundo programa, un nieto acusó a su abuelo de 82 años de coquetear con sus amigas. Es un octogenario digital que entra al facebook de su nieto, ve las fotos de las jóvenes, les pone un “me gusta” y a veces las piropea. No se trata de discriminar a un viejo verde, sino de un nieto que se avergüenza de su abuelo. Exhiben la página de facebook donde, efectivamente el anciano escribe frases a las chicas, sin propasarse, y también sube fotos haciéndose el banana en la barra de un bar y otras donde lo escoltan diversas señoritas. “Siempre fui mujeriego”, reconoció el pecador.
Me hicieron magia negra
Las situaciones forman parte de la vida cotidiana, como las relacionadas con los “celos en el trabajo” o la denuncia “mi mamá me reta demasiado”. Sin embargo, apareció una asociada a cuestiones menos terrenales, una incursión al Mundo Oscuro a la cual llamaron “Me hicieron magia negra” y donde Román, un chico de 14 años de expresión preocupada, denunció a su mejor amiga por haberle realizado un “trabajo” aprovechando una invitación a merendar. Cuando volvió de comprar facturas la encontró en su habitación con un libro en la mano del cual copiaba signos que reproducía con sal en el piso. Desde entonces, el pobre Román ha vivido un infierno: oye ruidos en su habitación, ve sombras que se menean y objetos que se mueven sin ayuda.
María Emilia, de 16, está para defenderse y negar que le haya “dejado un demonio”, todo lo contrario: ya que “veía mal a su ex mejor amigo” realizó un ritual para generar “buenas energías”. Solamente usó palabras y velas, es decir, fue “magia blanca”.
Se ofrecen pruebas, como videos de una lámpara que gira. La chica cuenta de su participación en un grupo de amigas que llama “secta” creada con el edificante propósito de derramar buenas energías en el planeta, y contraataca acusando a Román de que hace un tiempo salieron y él la llevó a “una zona turbia de gente no buena”. Testifica su madre, jurando que su hija “es un ser especial, transparente y demasiado buena”.
Rosarios para todos
Son asuntos delicados, algunos sienten miedo, “hay un productor que no quiso estar en el piso”, nos alarma Magaldi, y presenta a un especialista, el Padre Manuel Acuña, un símil cura de anteojos y talante doctoral. “Es severo el tema”, advierte con gravedad, la juventud parece estar volcándose a la magia negra y ya no solamente a las drogas, el alcohol, el sexo, el rocanrol y el Pokemón.
Diagnostica que los embrujos fueron provocados por la visita irresponsable a la mencionada “zona turbia” y proporciona el remedio: a los dos inocentes les entrega para que coloquen en la puerta de su casa sendos crucifijos de San Benito. Además, aconseja agua bendita y padrenuestros rezados desde adelante de la casa hacia atrás de la misma. Finalmente, también hay un obsequio para Magaldi, “de mi último viaje a Roma”, un rosario bendecido por el Papa. Como se sabe, vivimos una moderna sociedad donde siempre estamos pendientes de la distribución de rosarios bendecidos en el Vaticano.
Magaldi editorializa, cuestiones de sectas, magia y religiones deberían hablarse en familia, y se pasa a las técnicas de conciliación del programa. Primero el “cono de silencio”, los enemistados se miran frente a frente durante un minuto y sigue otro minuto de diálogo sin audio. No los escuchamos, pero la grieta ha desaparecido. Hay reconciliación, los nuevamente amigos se abrazan y lloran. Ella ha prometido hacer una “limpieza” de la casa de Román y se conoce el voto de la gente: el 89 por ciento está en contra de la magia negra y es, al menos, un alivio en la turbulenta vida de los argentinos: por mayoría abrumadora estamos en contra del Diablo.
El show en ningún momento se salió de los límites del esoterismo, negro o blanco. Si se quiere superar freudianamente la oscuridad, involuntariamente pudo ser una caricatura de la sublimación de energías adolescentes no declaradas que no hace falta llamar por su nombre.