Juan Ignacio Novak
Juan Ignacio Novak
Basta un parpadeo y las cosas cambian. Un ciclista-aviador cuyo artefacto echa humo de color azul irrumpe ante el público, se encuentra con un pibito ataviado como príncipe y la geografía de la plaza empieza a mutar. Por momentos será desierto africano, pequeño asteroide habitado por una rosa y ámbito para un viaje interplanetario que también podría ser una travesía hacia los recovecos del alma humana. Todo eso si se acepta de entrada el desafío de “resetear” la mirada y dejar que (al menos por una hora) la imaginación ocupe el centro de la escena.
“El Principibito”, flamante proyecto artístico del grupo de teatro La Tramoya que tuvo reciente estreno en el Paseo de las Tres Culturas, es una demostración de lo maleables que pueden resultar los clásicos. La “arcilla” de la puesta es la novela “El principito”, de Antoine de Saint Exupéry, adaptada (según las especificaciones de Héctor Alvarellos en “Canto de la Esencial) para los códigos del teatro callejero. Pero sin traicionar en ningún momento el mensaje diseñado por el escritor-aviador francés de que “lo esencial es invisible a los ojos” ni sus ácidas críticas a los “males del mundo adulto”, como la hipocresía, la vanidad y el egoísmo.
El espacio resignificado
Si, como afirma el príncipe-pibito, “lo hermoso del desierto es que en cualquier parte esconde un pozo de agua”, la plaza ubicada entre el convento de San Francisco y los Museos Histórico y Etnográfico se convierte en fuente inagotable de posibilidades dramáticas y narrativas bajo la lente de La Tramoya. El reloj de sol, las columnas, los bancos y los árboles son resignificados a partir de la incorporación de los recursos de las artes circenses, desde las acrobacias y los zancos hasta las telas aéreas, las máscaras y la música en vivo. Que resulta además muy efectiva y demuestra el dominio de los artífices Marcelo Blanche, “Nacho” Bellini, “Trompa” González, Natalia Isla, Matías Niisawa y Silvia Nerbutti. La utilización de la rueda alemana para emular el periplo del protagonista, planeta por planeta, es un buen ejemplo de esta cualidad grupal.
El título mismo del espectáculo (un aspecto que remarcaron los realizadores durante los días previos al estreno) no es un juego de palabras caprichoso. Más bien va a hacia la médula de lo que pretenden trasmitir a través de la obra: el protagonista no es un príncipe, o no lo es principalmente. Es un “pibito” que observa el universo con ojos maravillados, despojados de todo condicionamiento, dotados de un sentido común que, para los personajes con los cuales se cruza, es arrollador.
Opción
“Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante”. El principibito comprende esta lección recién al final de su periplo y la enseñanza queda impresa en todos aquellos espectadores que aceptaron el convite. Y también es una metáfora para definir la relación del grupo La Tramoya y el arte callejero, que representa una opción estética y ética para sus integrantes, sostenida durante los 25 años que llevan de labor independiente en la ciudad. La apropiación de los espacios públicos como “escenarios a cielo abierto” representa a la vez una interpelación a honrar lo propio y la posibilidad de que todos (sin excepción) puedan acceder al arte. En “El Principibito” (que se presentará nuevamente en Santa Fe el domingo 20 de noviembre a las 18, en el Paseo de las Tres Culturas), estos estandartes se mantienen altos.