Un nuevo orden parece estar extendiéndose a escala planetaria. Y lejos de ser el promotor de este cambio histórico, Donald Trump es apenas una consecuencia. En realidad, los síntomas de esta transformación en el esquema global se vienen manifestando desde hace tiempo. Luego de un proceso de globalización económica y de vinculación racial que se dio en los principales países de occidente -más allá de inocultables problemas, las corrientes migratorias se multiplicaron-, el movimiento pendular de la historia comenzó a generar una inocultable cerrazón frente a la supuesta amenaza de todo aquello considerado diferente. Europa fue el primer escenario donde esta situación se hizo evidente. Se inició hace algunas décadas, pero se profundizó a partir de las oleadas de refugiados que llegaron al Viejo Continente desde regiones atravesadas por el hambre o aniquiladas por las guerras. La elección que determinó la salida del Reino Unido de la Unión Europea -conocida comúnmente como Brexit- fue otra evidencia clara. Quienes votaron por esta decisión, expresaron el pensamiento de los que anhelan aquellos tiempos en los que no había que consultar a socio alguno para tomar decisiones. Quizá resulte exagerado hablar de nacionalismos aislacionistas. Pero evidentemente enormes franjas de la población buscan protección ante todo aquello que consideran amenazas: diferencias raciales, posibilidad de pérdida de empleo, terrorismo internacional, mayores recursos económicos para sostener a los desvalidos recién llegados y cierta nostalgia por aquellos “buenos tiempos” que quedaron en el pasado. Trump supo leer este escenario. Y por eso apuntó su discurso -en numerosas ocasiones falaz y agresivo- hacia todos aquellos que por distintas razones se sienten amenazados en los Estados Unidos. En primer lugar, a esos enormes sectores de norteamericanos que viven en los Estados del centro del país, particularmente conservadores y totalmente desinteresados por lo que puede suceder fuera de sus fronteras. En los Estados más cosmopolitas ubicados sobre las costas, Hillary Clinton logró mejores resultados. Pero no alcanzó con esto. Entre otros motivos, porque incluso hubo sectores minoritarios que también optaron por las promesas de Trump. Entre ellos, vastas franjas de latinos. En gran medida, porque en los últimos años lograron la ciudadanía norteamericana y no quieren que nuevas oleadas lleguen desde sus países de origen porque temen perder los beneficios obtenidos. Desde hace al menos cuatro décadas, los Estados Unidos decidieron modificar su perfil de potencia industrial, para transformarse en la gran potencia de la innovación tecnológica y el conocimiento. Los resultados están a la vista. Gran parte de los avances tecnológicos de los que goza el mundo se deben a esta decisión. Sin embargo, los empleados poco calificados quedaron al margen. Quizá no perdieron sus empleos, pero sus remuneraciones se vieron reducidas. Ya no les fue posible repetir las historias de sus padres. La gran pregunta es si Trump será capaz de hacer realidad todo aquello que prometió. En gran medida, fueron bravuconadas de campaña. Además, el sistema político estadounidense de equilibrios y contrapesos está pensado para impedir que el presidente de turno goce del poder absoluto. Si seguirá funcionando de esta manera, es una verdadera incógnita. Ya nadie se atreve a dar nada por seguro. Las cosas a partir de ahora serán diferentes. Se trata, nada menos, que del país que representa el 25% del consumo planetario. Y gran parte de lo que consume, lo produce fuera de sus fronteras. El tablero mundial cambia de manera irrefrenable. Y en este nuevo escenario, la duda es de qué manera se terminará reacomodando cada una de sus piezas.