Nancy Balza
Opina que a partir de la crisis de 15 años atrás, “nace la era de la fluctuación del voto” y que “la debilidad institucional de los partidos acentuó la personalización de la política y de los candidatos”.
Nancy Balza
Politólogo, docente de la Universidad Nacional del Litoral y autor de “La democracia que no es. Política y sociedad en la Argentina (1983-2016)”, publicado en noviembre, Hugo Quiroga repasa a los acontecimientos que derivaron en el diciembre trágico y analiza sus efectos sobre la política actual.
—¿Cuáles son las causas que desencadenaron la crisis de 2001 con sus episodios de violencia? ¿Predominaron las causas políticas, sociales, históricas, económicas?
—Fueron un conjunto de causas que desencadenaron el colapso institucional de 2001, con la renuncia del presidente De la Rúa. Sin duda que las causas políticas y las económico-sociales fueron las sobresalientes. Pero hay que recordar también los antecedentes inmediatos. La política y la acción de gobierno habían sido ya objeto de severos cuestionamientos en las elecciones de octubre de 2001. El movimiento contestatario de diciembre, que incluyó saqueos, asambleas, protestas espontáneas y otras maquinadas por intereses políticos, golpearon el débil escenario de ese fin de año. Anomia y violencia social eran uno de sus rasgos fundamentales. La protesta social que se manifestó en buena parte de la Argentina, con la consecuente represión gubernamental, dejó un saldo muy elevado de víctimas. A comienzos de diciembre había nacido la era del “corralito” que provocó la desconfianza en la moneda y en el sistema financiero. El desorden económico estaba a la vista. Esta conjunción de factores debilitó al poder gubernamental y profundizó la crisis de confianza entre ciudadanos, gobernantes y dirigentes políticos. El resultado de este proceso fue la crisis de confianza en la moneda y en la economía, y la crisis de confianza en la autoridad política. En definitiva, la desconfianza social estuvo en el trasfondo del colapso de 2001.
—¿Por qué esto fue suficiente para derribar un gobierno democrático?
—Las instituciones de la democracia descansan en la confianza de los ciudadanos. La confianza, como factor cultural, crea fuertes vínculos sociales, que producen efectos sobre la estabilidad de las instituciones y el poder. También incide en la estabilidad de la moneda. Y la confianza es, como alguien la definió, una “institución invisible”. Tengamos en cuenta que en diciembre de 2001 se produjo un derrumbe del sistema de representación y la manifestación más visible fueron las marchas, las cacerolas, la consigna “Que se vayan todos”, coreada masivamente en las calles. Se produjo un divorcio entre política y sociedad.
—¿Cuál fue el cambio más trascendente en la sociedad argentina a partir de aquellos hechos?
—Lo más trascendente fue la modificación en el sistema político vigente, ya no es el mismo que se instituyó en 1983. A partir de la crisis de representación de 2001 y 2002, se produce una fragmentación en el sistema de partidos, una disolución de las identidades políticas masivas, y nace la era de la fluctuación del voto. Recordemos que en 2002 los dirigentes políticos no podían circular libremente en las calles ni asistir a lugares públicos sin temor a ser agredidos, mientras el Congreso permaneció vallado durante buen tiempo.
—¿Cuáles son los efectos que se proyectan hasta nuestros días?
—Los partidos políticos no existen como tales, con su antiguo formato, sólo hay fragmentos de partidos. A partir de las elecciones de 2003 los partidos tradicionales, el peronismo o el radicalismo, no se presentan a las elecciones nacionales con su propio sello, lo hacen siempre como Frentes, Coaliciones. La debilidad institucional de los partidos acentuó la personalización de la política y de los candidatos. Estos son más importantes que el partido. Otro efecto es que se vive bajo el reino del voto fluctuante, se puede votar a candidatos de diferentes coaliciones o partidos en el orden nacional, provincial o municipal. El voto de pertenencia ha disminuido sensiblemente. Si bien la desconfianza hacia la política o los partidos ha disminuido, no por eso ha desaparecido. La relación más orgánica de los ciudadanos argentinos con la política se da a través de las urnas.
Perfil
Hugo Quiroga es profesor en la carrera de Ciencia Política, dependiente de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales y de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL. Además, profesor de la Universidad Nacional de Rosario, en la Facultad de Ciencia Política. Autor de numerosos textos nacionales e internacionales, acaba de publicar “La democracia que no es” (Edhasa).
Por Mario Cáffaro ([email protected])
Un gobierno fuerte para capear el temporal
Hacia fines de 2001, a diferencia del débil gobierno nacional de la Alianza quebrada tras la salida de Chacho Álvarez, en Santa Fe había un gobierno fuerte conducido por un Carlos Reutemann que había sido plebiscitado dos años antes. Sólidas mayorías en ambas Cámaras legislativas; meses atrás había impuesto los nombres de Rafael Gutiérrez y de Eduardo Spuler para reemplazar a Decio Ulla y Jorge Barraguirre en la Corte Suprema de Justicia, mientras que Raúl Álvarez estaba por dejar su lugar para la llegada de María Angélica Gastaldi. Las cuentas públicas ordenadas por Juan Carlos Mercier pese a las discusiones continuas con Domingo Cavallo y funcionarios nacionales. El otro dato no menor es la Policía conducida por Enrique Álvarez, un hombre de Inteligencia que tenía el control más allá de que el ministro de Gobierno era el médico Lorenzo Domínguez.
En ese marco político, Santa Fe aportó 10 muertos por los disturbios que tuvieron como epicentro Rosario. pero réplicas en esta capital durante tres días.
Las crónicas tras la renuncia de De la Rúa ubican al propio Reutemann como uno de los principales aspirantes a la presidencia de la Nación por el PJ. Es más, su nombre siguió instalado hasta 2003 cuando el propio Eduardo Duhalde lo esperó hasta último momento antes de validar a Néstor Kirchner.
La investigación de las muertes es un capítulo aparte. La mayoría reutemanista en ambas Cámaras evitó la formación de una comisión investigadora como propusieron sectores opositores y apenas avalaron la presencia del ministro de Gobierno en reuniones informativas. Álvarez fue protegido por la mayoría en la Legislatura. Diputados opositores llevaron adelante, con organizaciones sociales de Rosario, una investigación no oficial de los hechos, y dieron un informe muy crítico sobre la responsabilidad policial en los hechos de Rosario. En la Justicia, no hubo una causa única, al contrario todo fue seccionado y las sanciones fueron para personal policial. Nunca se avanzó sobre las responsabilidades de funcionarios o del propio titular del Poder Ejecutivo.
Al año siguiente, el Tedéum del 25 de Mayo en la Catedral tuvo el ingreso de unas 300 personas al grito “que se vayan todos”, un clásico de aquellas semanas y la agresión al entonces ministro de Salud, Carlos Parola.
Más allá del diciembre trágico y más allá de la inundación del Salado de 2003, Reutemann pudo transmitir el mando a otro justicialista, Jorge Obeid, quien prometió que era la última elección con Ley de Lemas y cumplió, contra la voluntad de gran parte de sus legisladores.
Ambas crisis -diciembre 2001 e inundaciones- le valieron a Reutemann un quiebre con algunos sectores sociales, especialmente en esta capital, pero no le impidió ser electo dos veces senador nacional por la voluntad popular.
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“Fue shockeante”
Quienes participaban la noche del 19 de diciembre de 2001 de la reunión convocada de manera urgente por la intendencia local para analizar los hechos de violencia ocurridos durante la jornada y organizar la entrega de alimentos en distintos puntos de la ciudad, supieron de la muerte de Claudio Pocho Lepratti de boca de Marcelo Delfor, secretario adjunto del consejo directivo provincial de ATE. Esa tarde, la dirigencia gremial recibió un llamado telefónico desde Rosario para avisarle que Lepratti había sido herido gravemente, mientras trabajaba en el comedor de una escuela de barrio Las Flores. Más tarde llegó la peor noticia. “Fue increíble, shockeante”, recuerda ahora. “Yo tenía una relación personal con Pocho”, contó Delfor a El Litoral. Los dos habían estudiado Filosofía y se conocían como militantes en el gremio. “No podíamos creer que hubiera recibido un disparo, cuando estaba en una escuela, desarmado y con las manos en alto pidiendo que dejen de tirar”. Luego de la conmoción vino la solidaridad: “Con los compañeros de Rosario, viajamos con Jorge Hoffmann, secretario general de ATE, al otro día y cuando lo llevaron para su sepultura a su pueblo de Entre Ríos (Concepción del Uruguay) el cortejo pasó por la sede de calle San Luis, donde lo esperaba una multitud”.
Quince años después, para Delfor es fundamental “tener mucha memoria, porque la memoria da identidad y permite tener perspectiva hacia el futuro. Hay que encontrarle un sentido a esas muertes y el sentido es reafirmar los lazos de solidaridad y unión, y a partir de ahí tratar de que esas situaciones no vuelvan a ocurrir. Y sólo pueden dejar de ocurrir en la medida en que haya un modelo de país que incluya y no excluya, que sea igualitario y dé lugar a la educación y a la salud”.