Lejos de generar las crisis de otros tiempos, el relevo de Prat-Gay en el gabinete quedó circunscripto a la dinámica de grupo del gobierno. Pero abre interrogantes.
El Litoral
23:40
La salida de Alfonso Prat-Gay del gabinete de Mauricio Macri provocó inevitablemente un sacudón en la opinión pública -con una módica traducción en los mercados-, pero estuvo lejos del dramatismo que, en la reciente historia política argentina, solía acompañar este tipo de movimientos.
En realidad, el rol estelar de los ministros de Economía sufrió sucesivos embates en los últimos lustros. Se los propinó Carlos Menem en su afán de restarle protagonismo a Domingo Cavallo, se mezclaron en la vorágine del fugaz y frustrado mandato de Fernando de la Rúa y se repitieron durante la gestión de Néstor Kirchner, al punto de que Roberto Lavagna fue probablemente el último “hombre fuerte” en esa cartera, y también sucumbió al afán concentrador y de protagonismo del líder.
Acaso con motivaciones diferentes, pero similar temperamento, este esquema se repitió en el modelo de Cambiemos. La desaparición del ministerio de Economía diluyó la fuerza de la denominación, y “Hacienda y Finanzas” pasó a ser un estamento de poder compartido con otras carteras. El manejo centralizado de todos los resortes de la macroeconomía dejó de estar en un solo par de manos -como los superministros de antaño o los hiperpresidentes de hace menos- y se repartió entre diversos funcionarios que establecieron pautas sobre administración de recursos, tarifas, infraestructura e inversiones. Cobró dimensión preponderante el concepto de trabajo “en equipo”, sobre el cual el presidente tiene la última palabra. Como un mantra, estas líneas fueron repetidas insistentemente en las últimas horas, acompañadas por un nuevo desgajamiento de la cartera que ocupó el prestigioso y carismático ex ministro, y su reemplazo por dos funcionarios carentes de mayor exposición, aunque no de solidez y reconocimiento.
La palabra clave, en este contexto: confianza. Las discrepancias públicas y las disputas privadas entre Prat-Gay y otros miembros del gabinete, a las que aludió de manera atenuada pero sin eufemismos Marcos Peña cuando anunció el recambio, contribuían a dejar entrever algún nivel de inestabilidad. Por esto, también el jefe de Gabinete se aseguró de remarcar que se trataba de cuestiones de organización y funcionamiento, y no estaban cifradas en el rumbo de la política económica que -asegura- no tendrá cambios. En rigor, las discusiones sí tenían que ver con algunos aspectos de ella, y dicotomías como “shock” y gradualismo, saneamiento fiscal y contención social, niveles de endeudamiento y estímulo a la producción, no son aspectos colaterales en la marcha de un país que busca recomponerse, donde se siente el peso del corrimiento de los plazos para las expectativas favorables, y la afluencia masiva de inversiones sigue formando parte de ese lábil horizonte.
En cualquier caso, sería excesivo pretender la existencia de una “crisis” en el gobierno. Aunque también resultaría necio suponer que se trata de una mera formalidad. Al respecto, los primeros pasos que den las nuevas autoridades permitirá tener una idea más clara sobre el rumbo que tomarán sus gestiones -dentro del esquema ya trazado por el gobierno como tal-, en un año clave para la tranquilidad de los argentinos, las quizá demasiado módicas perspectivas de crecimiento, la afluencia de capitales y las necesidades electorales del oficialismo. Una vez más, la palabra clave es confianza.