Planes de competitividad para preservar las industrias textil y del calzado; baja de cargas laborales para blanquear empleo en negro, reducción de costos de producción para acceder al mercado internacional, baja de impuestos provinciales y nacionales que acumulen ahogos a la producción, rojos en las cuentas fiscales, disputas por la coparticipación federal, reclamos por el déficit de las cajas previsionales, promesas de inversiones externas para mejorar la economía.
La escena puede describir algunos de los diagnósticos y desafíos de la economía argentina hoy, pero también de principios de los ‘90. Sin embargo, la historia -por cíclica que parezca- no se repite ni aún en la empecinada nostalgia tanguera de la Argentina. Y hay una novedad: esta vez la propuesta para salir del condenado atolladero populista no se basa en la magia de un tipo de cambio ficticio. Tal vez sea un dato de maduración.
Guillermo Pereyra, un duro gremialista del Sindicato del Petróleo y Gas Privado de la Patagonia, ha consentido dejar de cobrar sumas extras por vientos fuertes o por dormir lejos de casa -otro síntoma de sorprendente racionalidad- para hacer viable Vaca Muerta. Aunque no pocos burócratas de la atrofiada utopía denuncian la flexibilización laboral.
Hay que decirlo: el último aumento de las naftas en los surtidores de la esquina es porque las petroleras -multinacionales o no- compensarán así la baja en subsidios del Estado. Corrido por izquierda, Juan José Aranguren es un gorila que le saca plata al pueblo para ponerla en los bolsillos de grandes empresas; en términos de Estado, Macri elige deliberadamente ese camino para atraer las inversiones que le darían (se verá) energía a la Argentina.
Avalado por el silencio de un peronismo indeterminable pero con obsecuente mayoría parlamentaria, el kirchnerismo le mintió al país su promesa de industrialización mientras era incapaz de mantener encendidos los veladores de las mesitas de luz. No hay fábricas sin energía, y eso alimentó el desempleo.
¿Podrá el nuevo ministro Nicolás Dujovne bajar el déficit fiscal que Cristina dejó y que Macri hizo crecer? La Unión Industrial le pidió bajar impuestos, el Papa promueve incluir a los actores de la llamada “economía informal”, los gobernadores piden porque sobran incendios, inundaciones y pobres, los manteros negocian libertad de circulación a cambio de plata.
Excepto para los fanáticos que se niegan a la reflexión más elemental y a la profusión de las evidencias, imprimir billetes no es el camino para generar riqueza. Hasta el mismísimo Nicolás Maduro frenó las últimas remesas que él mismo había mandado a importar a la doliente ficción socialista de Venezuela, que no logra liberarse de los desvaríos chavistas.
El camino tampoco es la deuda si se toma sólo para ganar tiempo. El año electoral es una prueba de nivel para determinar si, frente a necesidades muchas veces dramáticas, hay -habemos- en la Argentina, oficialistas y opositores, empresarios y sindicalistas, dirigentes sociales y actores civiles, capaces de protagonizar un salto cualitativo o de avanzar hacia el repetido primer párrafo de estas mismas líneas. Aunque la historia no se repite.