Por J. M. Taverna Irigoyen
Por J. M. Taverna Irigoyen
“Para mí, esta ciudad es y será siempre la Meca de la fotografía y los grandes desafíos profesionales”. A. Sessa
Calles, edificios, gente, cielos, van nombrando sin nombrar. El espiritu de Manhattan está allí, sin letreros.
Cronológicamente ritmando tiempos, modas, espacios. Toda una semiótica de estadios humanos que hacen a una ciudad, a una modalidad de vida, a una convención social, quizá.
Aldo Sessa, artista de lúcida indagación, descifra códigos y miradas que maduramente nutren su lente fotográfica. No lo movilizan artilugios técnicos (que conoce a fondo) ni retruécanos conceptuales de post fotografía. Su trabajo está cifrado en una suerte de work in progress: obra abierta, que se revitaliza sobre sí misma, que continúa desarrollando la posibilidad de nuevos registros sin descartar los anteriores. Que redimensiona lenguajes. Que amplía los propios campos de visualidad. Sin trampantojos, el zoom de su mirada estructura toda una semiosis de acuerdos sensoriales y sensitivos. Lo captado / descubierto, frente a lo imaginado / intuido. Lo objetivo, entrando a la esfera plural de lo subjetivo. Y viceversa. Por ello, esta Manhattan que retrata revela otras luces, otras sombras. Sin juegos de espejos, pero a través de una empecinada voluntad de recursos que vuelven sobre sí mismos. Multiplicados.
¡Cuánta agudeza la de Sessa para percibir y mostrar perceptualmente un rincón de la gran ciudad, las ruedas que giran anónimamente por sus pavimentos, las luces de sus semáforos de vida, la sonoridad silente de sus caminantes! En el claroscuro de su papel de impresión está, así, grabado algo más que un latido neoyorquino. Y algo más que la perspicacia de un artista cabal fluye para que a través del resquicio de un pequeño campo quepa sin presiones, limpiamente, toda una geografía humana (algo más que la simple capacidad de hacer una toma feliz, inteligente).
Por sobre más de 20.000 registros alcanzados a lo largo de 45 años, el argentino Aldo Sessa da su impronta de Manhattan. La gran manzana está allí, fuera de toda espectacularidad. Los planos conjugan el exacto dinamismo. Alturas y abismos de un centro de la Nueva York de luces, trepan en las formas y descienden en los vínculos desnudados de lo cotidiano.
Sessa descifra los signos de la gran ciudad. Los identifica, los reúne, los ensambla, les da el exacto parentesco que pueden tener en su interpretación. Central Park y la estatua de la Libertad; el MoMa y Park Avenue; el Guggenheim y la nieve sobre el Chrysler Building; el Metropolitan y los hierros de los puentes; la bandera que ondula y el tiempo atrapado. Por sobre texturas y efectos, sobre contraluces y tramas, sobre perfiles y sombras, sobre acentos de trompe l’oeil y espacios descifrados.
Obras sepiadas, en blanco y negro, en color digital, conjugan los vínculos, desnudan los trasfondos.
Y es extraño que, serialmente, sus fotografías no reiteren conceptos, no vuelvan sobre soluciones ya usadas. Cada una asume, en cambio, la propia definición. Con rigor de fiel de balanza. Y a la vez, con la sutil gracia de lo inesperado, de lo fortuito, de lo incidental, de lo buscado.