Por Antonio Camacho Gómez
Por Antonio Camacho Gómez
No estamos en los tiempos de Diocleciano, aquel emperador romano elevado al trono por sus soldados y que al final de su mandato extremó las persecuciones contra los cristianos; ni en la de Nerón, tan cruel que mató a su madre y a su esposa, obligó al gran filósofo cordobés Séneca, su maestro, a suicidarse e incendió Roma para culpar a los seguidores de Jesús y procurar exterminarlos. Sin embargo, después de tantos siglos con evolución científica y tecnológica mediante; de múltiples organismos, con la ONU como ejemplo señero, orientados todos a mejorar la relación entre los pueblos, seguimos informándonos, y miles de personas sufriendo y falleciendo, los embates de grupos radicalizados; de un terrorismo que no sólo muestra su saña y afán destructivo en el Medio Oriente y África, sino en el mismísimo corazón de Europa, casos, principalmente, de Francia, España e Inglaterra y hasta en los propios Estados Unidos que parecían blindados a semejantes ataques y mantienen una alerta permanente después del desastre de las Torres Gemelas.
No es de extrañar, entonces, que esos genuinos representantes del mal, de concepción religiosa pésimamente interpretada y con cuyos postulados intentan justificar sus numerosos crímenes imiten a los emperadores de marras en su malvada arremetida contra los cristianos. No importa de qué color o procedencia sean, ni a qué tarea se dediquen, ni las edades o los géneros. Lo mismo les da asesinar a niños que a mujeres o ancianos, totalmente desarmados, vulnerables, desprotegidos. El suceso de las cuatro hermanas Misioneras de la Caridad, de la orden de la Madre Teresa de Calcuta -ejecutadas hace tiempo en un hogar de Aden, en Yemen, que llegó a ser conocido, vaya paradoja, con el nombre de Arabia Feliz, cuando cumplían su humanitaria labor con los internos- es un paradigma palpable de ello. Hecho -por cierto- que pasó en buena medida inadvertido, en líneas generales, para la prensa o, mejor dicho, el periodismo internacional, mientras el Papa Francisco habló del silencio globalizado y clamó por una paz que está, aún hoy, muy lejos de concretarse. También el grupo talibán pakistaní Jamaat Ul Ahrar cometió anteriormente otro atentado contra los cristianos que celebraban la última Pascua en un parque de Lahore.
Los secuaces de Haram en Uganda, los integrantes del mal llamado Estado Islámico en Irak y Siria, fundamentalmente, aunque con ramificaciones en Libia, Túnez y Egipto, entre otros países, continuaron su derrotero sangriento, a pesar de los bombardeos de rusos y norteamericanos, esencialmente, y sus asesoramientos a los débiles gobiernos de una parte de la región asiática, sin desconocer las atrocidades en Afganistán y Pakistán. Desde luego que existe un juego de intereses económicos de las grandes potencias y cuestiones geopolíticas que influyen en éstas, en el área convulsionada, tan rica en el codiciado petróleo.
Mientras tanto, hoy como ayer, van cayendo en el ensangrentado terreno en que impera el terrorismo internacional los nuevos mártires, en un holocausto que parece no tener límite.