Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
“A la culpa de las inundaciones la tiene la soja”, es una expresión afirmativa, realizada y escuchada por millones de personas, que sin embargo no se corresponde con la realidad. Es, por el contrario, una maliciosa e ideologizada acción de formadores de opinión pública que, consciente o inconscientemente, abrevan en fuentes vinculadas con la Teoría Crítica, construcción intelectual del neomarxismo que apunta a actuar no ya en términos de revolución proletaria sino sobre la acción comunicativa, para instalar en la sociedad paradigmas representativos de su pensamiento.
Así la demonización de la soja, cultivo estrella y salvador de la economía argentina, legitima cualquier acción estatal discriminatoria para apropiarse de la renta agraria que ella produce.
Allí están las retenciones aplicadas a su exportación, que aún subsisten y que según la promesa oficial se irán reduciendo un 5 % anual desde el año que viene.
La atribución de culpa por las inundaciones, obedece al falso fundamento de que por su sistema radicular poco profundo y la casi unánime práctica de la siembra directa, así como el supuesto bajo consumo de agua del subsuelo por parte del cultivo, producen el ascenso de las napas freáticas y reducen el percolado del agua de lluvia.
Al respecto, el Inta de Rafaela ha puesto a disposición de quien lo quiera consultar, un registro de profundidad de las napas freáticas desde 1908, que indica que los períodos de napas altas, incluso a flor del suelo, se han registrado en varias oportunidades entre 1908 y 2016. Y en todos los casos se corresponden con períodos de precipitaciones pluviales muy superiores a media normal de 950 mm. anuales.
Resulta verdaderamente indecente que personas que ignoran la realidad agraria argentina, afirmen con ligereza, como verdades incontrastables, mentiras comprobables. En algunos casos, la razón de estas actitudes puede ser la ignorancia, pero muchas otras veces la motoriza la manifiesta intención de manipular a la opinión pública.
Lo más penoso, en estas circunstancias, es que miembros del propio gobierno provincial se suban a estas afirmaciones, ya sea para patear la pelota a la tribuna, para no hacerse cargo de las cosas no hechas o mal hechas o, simplemente, por enfoques ideológicos que atrasan.
Hay situaciones y circunstancias que son demostrativas de estas afirmaciones.
Si tomamos como referencia los volúmenes de lluvia en distintos lugares del ámbito provincial, encontraremos situaciones muy disímiles, causadas por factores morfológicos pero también por la intervención humana a través de obras públicas y privadas, así como de su vigilancia y mantenimiento, o la falta de ambos.
Probablemente, uno de los sitios más expuestos de la geografía provincial sea la ciudad de Santa Fe, que al igual que otros lugares recibió precipitaciones por un valor superior a los 500 mm en un mes. Pero afortunadamente, las obras realizadas y el funcionamiento prístino de las bombas, ha permitido superar la contingencia sin reeditar históricas inundaciones de la ciudad y de los barrios que crecieron sobre valles de inundación, sobre todo del río Salado. Esto, sin perjuicio de que todavía haya obras faltantes e inconvenientes puntuales en algunos sitios.
Las zonas inundadas del departamento Castellanos, que forman un gran plano y tienen un pobre sistema de desagüe, en realidad han repetido circunstancias históricas a las que se intentó solucionar en otros tiempos mediante, por ejemplo, la construcción del canal Vila-Cululú, que ha funcionado como sistema de drenaje de esa cuenca. Pero ese canal tiene una capacidad limitada, aun en las mejores condiciones de limpieza. Lo cierto es que aporta un significativo volumen de agua al arroyo Cululú, que en muchas oportunidades ha superado sus niveles de inundación históricos, avanzando en tales casos sobre campos no inundables, en un desplazamiento que transfiere la inundación aguas abajo mientras escurre de las tierras situadas aguas arriba.
Creo que estos temas, y el debate político que se ha suscitado, demuestran la preocupación meramente coyuntural de los actores políticos, quienes tratan de capear el temporal cuando éste se produce, pero no tienen convicción ni realizan acciones conducentes para solucionar el problema de fondo. Hace falta un programa serio de manejo del agua, que se apoye en los estudios pertinentes y, a partir de allí, avance con la ejecución de las obras necesarias, máxime cuando la problemática del clima, con sus picos cada vez más agudos de inundaciones y sequías extremas, asume una dimensión que obliga a repensar la región.
El desafío excede a la política tradicional. Se necesita construir un sistema que desplace lo circunstancial del ámbito de discusión e institucionalice una autoridad autárquica que planifique, ejecute y sea el ámbito de aplicación de toda la problemática del agua en la provincia, y su relación con provincias vecinas.