Por Susana E. Dalle Mura (*)
Por Susana E. Dalle Mura (*)
El Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte -conformado por Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda-, el 23 de junio pasado, votaron en un referéndum histórico, su decisión de marcharse de la Unión Europea. Ese proceso denominado Brexit planteaba: salir o permanecer en esa integración. Ganó por poca diferencia el salir con un 51,9% frente al 48,1% por permanecer. Esa fue la votación en la que se decidió abandonar el proceso de integración más importante y paradigmático del mundo, no sólo por ser el primero y más avanzado, sino por la posibilidad de hacerle frente a las grandes potencias. El ex primer ministro británico, David Cameron, era partidario de continuar en la UE, pero después de la derrota renunció a su cargo. Fue la primera víctima del Brexit. En un comienzo Cameron era escéptico respecto a la permanencia británica en la UE, pero luego hizo campaña a favor. El resultado del referéndum no fue el esperado y las consecuencias en numerosos campos son impredecibles. El portazo a Europa puede suponer que tanto Escocia como Irlanda del Norte decidan convocar a sendos referéndums, en los que se planteen su futuro no sólo ya fuera de Gran Bretaña sino también unidas a la UE (la última votación probó a través de sus votos que es en ese el lugar donde ambas desean permanecer).
Inglaterra y Gales, sin embargo, votaron mayoritariamente por marcharse del proyecto comunitario, salvo contados feudos pro-integración. Los jóvenes votaron mayoritariamente a favor de la permanencia; mientras que la población de más de 65 años inclinó desfavorablemente la votación para salir. Otra característica del voto es que las personas con formación universitaria votaron masivamente por la permanencia; a mayor nivel educativo es siempre superior la adhesión a los procesos de integración. Los líderes defensores de más control de las fronteras y críticos con la inmigración canalizaron la insatisfacción popular en esta consulta: el miedo al desempleo y la inseguridad fueron protagonistas. Un caso paradigmático es el del Reino de Noruega, que por dos referéndums rechazó su ingreso a Europa (en 1972 y 1994, respectivamente). El Reino Unido mira atentamente este caso, ya que siempre fue tradicionalmente “euroescéptico”, especialmente entre su población de adultos mayores, educados en una potencia económica que desde el año del ingreso a la Comunidad Económica Europea (1973), cede cada vez más soberanía a favor de la burocracia de Bruselas (Eurocracia).
También influyó el temor frente al aumento paulatino de poder de las dos grandes “locomotoras” de esa Unión: Francia y Alemania. En ese contexto, el Reino Unido nunca encontró su lugar en Europa. Por ejemplo, rechazaron el euro y conservaron la libra esterlina, como moneda nacional. Los británicos hacen un contrapeso importante entre alemanes y franceses. Ahora sin ellos, Alemania tendrá más poder en este nuevo desequilibrio europeo. Para Europa significa además perder uno de los cinco miembros permanentes, con derecho a veto, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y sólo retendrían uno (Francia). Sólo hay un caso de salida previa y fue el de la isla de Groenlandia, que pertenece como territorio autónomo al Reino de Dinamarca. Groenlandia, originalmente, se unió a la CEE (antecesora de la UE) como parte de Dinamarca en 1973. Sin embargo, se retiró en 1985, tras una disputa por los derechos pesqueros y un referéndum. La actual Primer Ministro británica, Theresa May -quien no era partidaria de la salida antes del referéndum-, después de su triunfo manifestó que Brexit es Brexit. El año pasado, el gobierno británico perdió una crucial batalla en el alto tribunal de justicia para poner en vigencia el artículo 50 del Tratado de Lisboa (2009) e iniciar una rápida salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
El tribunal estableció que para poner en marcha el Brexit se necesita de la aprobación del Parlamento, con un voto favorable tanto de la Cámara de los Comunes como la de los Lores. El gobierno británico apeló la decisión ante la Corte Suprema para hacer efectiva y rápida la salida de la UE. Los jóvenes ingleses desearían un nuevo referéndum, con más información y conciencia, de la implicancia de abandonar la UE. Las consecuencias ya son palpables: muchos bancos importantes analizan abandonar el Reino Unido y hasta habrá menos recursos para investigación científica, puesto que muchas de esas partidas provienen de fondos europeos. Continuar en Europa representaría -para Gran Bretaña y la propia UE- más certezas y beneficios que la actual incertidumbre por la salida de uno de sus socios estratégicos. Para el Brexit, se están elucubrando dos versiones: una denominada “dura” o “limpia” y otra “blanda” o “suave”. La primera implica una ruptura clara con Bruselas. La relación entre el Reino Unido y los restantes 27 Estados miembros actuales de la UE sería comparable a la que tienen con Canadá. Los ciudadanos europeos deberían solicitar permiso de trabajo para vivir y trabajar en Gran Bretaña. Además, se necesitaría un acuerdo de libre comercio que permitiera la libre circulación de bienes y servicios, sin tasas aduaneras. Los expertos calculan que se necesitarán al menos unos diez años para elaborar los acuerdos necesarios. El otro denominado “Brexit blando” significaría la búsqueda por parte de Londres de un vínculo con la UE similar al que tiene con Noruega, que no es miembro de la Unión, pero que tiene pleno acceso al mercado único. Para ello, debería contribuir al presupuesto comunitario, permitir a los ciudadanos de la UE vivir y trabajar en el país y asumir una gran parte de la legislación europea. Gran Bretaña, probablemente, se inclinará por el Brexit “duro”. No es casual que, en una entrevista reciente, Donald Trump opinara: “Sí, creo que otros países van a salir... creo que mantener unida a Europa no será tan fácil como cierta gente piensa”. También vaticinó que la salida de Gran Bretaña de la UE “terminará siendo algo fabuloso” y que espera con agrado poder tener relaciones bilaterales con Gran Bretaña. La UE post Brexit, a más de cincuenta años de existencia y a la luz de los acontecimientos recientes, continúa siendo un proceso en debate tanto para la integración como para la desintegración.
(*) Escritora. Autora de “Los Derechos del Niño Globalizados. Historia de Flores” (2010).