Habría que preguntarse por qué la economía de Chile es más grande que la de Venezuela, cuando el país trasandino posee casi la mitad de los habitantes. No hay una respuesta única a este interrogante, pero cualquiera de las variables de análisis dan como conclusión que en Chile la cultura del trabajo está mucho más consolidada que en Venezuela, donde el chavismo llevó hasta el paroxismo la ilusión de que cavando un hoyo en la tierra se saca petróleo y con ese insumo se resuelven todos los problemas de los venezolanos, incluso los de la región.
No es una fatalidad que los países que disponen de recursos petroleros estén condenados al subdesarrollo con todas sus secuelas negativas en materia social e institucional. Noruega en ese sentido parece contradecir esta afirmación, pero salvando el principio de la excepción que confirma la regla, no deja de ser por de más sugestivo que las economías que dependen del petróleo suelen disponer de regímenes políticos despóticos, agresivos y socialmente injustos.
Retornando a Venezuela, podría decirse que lo grave de este cuadro de situación es que alrededor de este prejuicio o fantasía “petrolero”, conviven la gran mayoría de los venezolanos, incluso algunos de los más caracterizados dirigentes de la oposición, también convencidos de que la salvación del país reside en el cada vez más devaluado “oro negro”.
Sin subestimar este “detalle” que da cuenta de una poderosa mentalidad colectiva, a nadie se le escapa que el chavismo es el régimen político que con más intensidad cultivó este punto de vista. La imputación alcanza por supuesto a su enajenado sucesor Nicolás Maduro, cuyas diferencias con Chávez no son psicológicas, emotivas y mucho menos ideológicas, porque, más allá de cuestiones temperamentales, la identidad de Chávez con Maduro es absoluta, los cual no deja de ser una evidente desgracia para los venezolanos, quienes deben soportar impotentes la etapa de declinación de un régimen que sólo puede ofrecer miseria, corrupción y violencia.
Los balances en este sentido son desconsoladores. Venezuela suma a los índices de inflación más altos del mundo, la creciente pobreza, el aumento exponencial de la violencia delictiva y la paralización de la actividad económica. El régimen como tal avanza a paso firme hacia una dictadura y es cada vez más evidente que su soporte institucional son las Fuerzas Armadas y las bandas paramilitares y parapoliciales.
Al respecto, en la región ya es un secreto a voces que el negocio del narcotráfico se ha ido trasladando por diferentes caminos- desde Colombia a Venezuela y que coroneles y generales de la “gloriosa” revolución chavista suelen ser los jefes de los flamantes cárteles de la droga que se constituyen al calor del socialismo del siglo XXI. La corrupción en las altas esferas del poder incluye a funcionarios civiles y reconocidos familiares de Maduro y Chávez. El pueblo venezolano, en definitiva, está pagando un alto precio por haberse dejado seducir por los cantos de sirena del populismo, en sus versiones más radicales y corruptas. Desde la Argentina, el único comentario que nos corresponde hacer se parece más a un resignado suspiro de alivio: “De la que nos salvamos”.