Mariela Goy
Santa Fe albergó a cinco familias de refugiados laosianos en 1979. Sólo los Inthavong quedaron en la ciudad, con sus tres hijos, hoy totalmente integrados a la vida de Occidente. La sucesora ya llegó y se llama Rita.
Mariela Goy
Cinco familias de laosianos se instalaron en el Vivero Provincial, pero sólo los Inthavong quedaron allí. Las otras cuatro emigraron hacia distintos lugares. Foto: Amancio Alem
Santa Fe, un destino divino
Si bien la Junta Militar que ocupaba el poder en la Argentina por el año 1979 ofreció recibir a 1.000 familias surasiáticas, sólo 293 arribaron al país entre ese año y 1981 (266 laosianas, 21 camboyanas y 6 vietnamitas), según consta en el Informe Narrativo sobre el Programa para Refugiados Indochinos en la República Argentina del Acnur y en el documento Programa de Refugiados del sudeste asiático (*).
El matrimonio Inthavong, con su pequeño hijo Makoto de un mes de edad, integraba esa cifra. “Nosotros esperábamos ir a Francia y no pasaba nada; a Estados Unidos y tampoco. Alguien nos dijo: ¿quién quiere ir a la Argentina? Te dan casa y trabajo para vivir. Fui a anotarme con ella y mi hijo, y una semana después ya salimos de Tailandia en avión. Llegamos el 14 de octubre de 1979 a Ezeiza, y diez días más tarde nos trajeron a Santa Fe”, cuenta Phengta, mientras Som añade: “No conocíamos dónde quedaba Argentina, y nos decían: es en América Latina”.
A la ciudad de Santa Fe, llegaron cinco familias laosianas en total, que el gobierno destinó al Vivero Provincial ubicado en Recreo Sur, dependiente del Ministerio de la Producción de Santa Fe. Allí se construyeron cinco viviendas y se les dio trabajo en la multiplicación de especies forestales.
Los refugiados que vinieron al país -procedentes del medio rural de las tierras altas de Laos en su mayoría- lograron con el tiempo una inserción en las actividades económicas de la región a la que les tocó ir. No obstante significó un shock cultural importante. “Allá había cultura de arroz; no sabíamos nada de vivero, tuve que aprender”, dice Phengta, que ya está cerca de la jubilación. “Sufrimos muchísimo porque no sabíamos hablar nada y porque era otra comida, otra cultura, todo nos resultó difícil al principio”, recuerda su mujer.
Poco a poco, las otras cuatro familias se fueron yendo hacia distintos lugares y sólo quedaron Phengta y Som con sus tres hijos viviendo aquí. “Si Dios nos mandó a Santa Fe es por algo: acá tuvimos los hijos, trabajo, una vida tranquila”, señala el hombre. Som completa la idea: “Argentina nos adoptó enseguida. La gente es muy amable; lo primero es agradecer. Estamos contentos de estar acá. Santa Fe es muy linda y acá voy a morir”, dice esta laosiana, bien convencida de su elección, como lo estuvo también aquella vez, de no dejarse vencer por las balas ni por río.
(*) Informe 2012 del Ministerio del Interior de la Nación: www.mininterior.gob.ar/poblacion/pdf/Documento07.pdf
"Sufrimos muchísimo porque no sabíamos hablar nada y porque era otra comida, otra cultura; todo nos resultó difícil al principio”. Som, la última laosiana en Santa Fe
Los tres hijos del matrimonio, junto a la primera nieta
“Estamos orgullosos de ellos y de su lucha”
Casa y trabajo. Dos cuestiones básicas que la Argentina proveyó a los inmigrantes laosianos que llegaron al país entre 1979 y 1981. Phengta Inthavong fue empleado en el Vivero Provincial, ubicado en Ruta 11 km 478, y allí sigue trabajando aún hoy. Foto: Flavio Raina
Además de Makoto (37 años) que nació en el campo de refugiados de Tailandia, el matrimonio Inthavong tuvo dos hijos en la Argentina, a los cuales decidió ponerles nombres de estas latitudes: Néstor (34) y Nicolás (23).
Los tres hermanos ya tienen sus respectivas parejas: Vanesa, Leticia y Aurora. Y la tercera generación de laosianos es Rita, de apenas siete meses, y fruto de la pareja de Nicolás y Aurora.
“No podemos menos que sentirnos orgullosos de ellos y de su lucha, de todo lo que pasaron para llegar hasta acá y de lo que hicieron para que nosotros tengamos una vida relativamente normal”, dice Makoto, el primero en tomar la palabra, como buen hermano mayor.
“Nuestros padres se esforzaron y mucho. Venir a un lugar donde no manejaban el idioma, ni la cultura, tratar de que nosotros podamos ir a la escuela, integrarnos y, a la vez, conservar algo de la cultura de su país”, agrega Makoto, que continuó en la universidad y hoy es arquitecto.
Néstor, que trabaja en la administración pública provincial, dice que la integración en la escuela no le costó y que “a cierta edad uno no le da bolilla a los comentarios” por lo que su escolaridad “fue normal”, asegura. Nicolás, quien se desempeña como agente penitenciario, asiente con la cabeza.
En cambio, los primeros años de Makoto no fueron tan fáciles. “Yo en la escuela era el ‘chinito nuevo'. Quizá era otra época, pero les costaba ver al morochito de ojos rasgados y nariz chata. Fue al principio nomás y por eso tuve problemas de conducta; después ya pasó”, cuenta el mayor, quien con su esposa Vanesa tienen decidido ir a conocer Laos en algún momento.
Los hijos del matrimonio entienden bastante el idioma de sus padres, pero nunca llegaron a hablarlo. “La fonética es muy complicada, tiene muchas consonantes que en castellano no existen. Cuesta mucho y más aún cuando no tenés con quién practicarlo. No estamos en una comunidad donde se pueda mantener vivo el idioma”, sostienen.
Si bien se autodefinen como “argentinos” y fueron criados en el catolicismo, los hermanos intentan mantener algo de la cultura de sus ancestros. “El respeto hacia los padres y algunas comidas típicas, por ejemplo”, dicen. Sobre una repisa de la casa del hijo mayor se ven estatuitas de budas y elefantes, propios de la cultura asiática.
La vida cotidiana Tatuajes. Phengta se saca la camisa y se le ven los tatuajes de tigres y dragones en pecho y espalda. Uno de los hijos explica que se los adjudicó un maestro de Artes Marciales y que cada uno tiene un significado que se corresponde con la personalidad del que los porta. Budas y crucifijos. El sincretismo religioso se advierte a primera vista en la vivienda de los Inthavong en el Vivero Provincial, la misma que recibieron hace 37 años. “Éramos budistas pero acá no hay muchos templos, así que nuestros chicos son católicos y nosotros también”, dice Som. Alimentación. “Ellos comen muchas ensaladas picantes, hechas con mamón. El arroz es fundamental en la alimentación. Carnes poco y nada”, explica Makoto. Tiempo libre. “Salimos a visitar a algún paisano o al río. Phengta pesca y nosotros siempre tenemos una quintita con la verdura nuestra: zapallos blancos, esponja, espacias, hay de todo”, señala Som. Raíces. Phengta tuvo la oportunidad de viajar dos veces a Francia para volver a ver a su madre y a tres hermanas. En cambio, Som si bien se enteró de que fallecieron sus padres y algunos hermanos, nunca más vio a algún miembro de su familia y dice que le gustaría volver a Laos de visita alguna vez. Libro y documental. La historia de los últimos laosianos de Santa Fe tiene un libro, autoría de la escritora santafesina Susana Persello, que lleva el título “Los días de Sol”. Fue editado en 2010 por el Centro de Publicaciones de la UNL. También hay un documental denominado “Los últimos laosianos” de Ignacio Luccisano, cuyo trailer puede verse en YouTube. El diario El Litoral también relató su historia en una oportunidad anterior en la pluma de la periodista María Alejandrina Argüelles.