Espacio para el psicoanálisis
Espacio para el psicoanálisis
Luciano Lutereau (*)
Entre ciertos psicoanalistas que son críticos del feminismo, está el problema de tildar de “fálica” a la mujer que avanza en espacios tradicionalmente masculinos. Se denuncia la competencia con el varón, porque implícitamente (como prejuicio) se afirma que habría lugares propios para la mujer. Un psicoanálisis crítico del feminismo tiene que ser primero crítico del psicoanálisis. No por decir, con Lacan, que “La mujer no existe” se deja de tener una posición esencialista y/o sexista.
Para Freud el temor a la “pérdida de amor”, propio de las mujeres, era una variante de la “angustia de castración”. Este es el falocentrismo freudiano, que subordina el amor a la falta (del falo). Sin embargo, hoy en día, los miedos que rodean lo amoroso parecen haberse independizado de esta vía fálica. Para hombres y mujeres. Por eso ha podido hablarse, en los últimos años, de una “feminización” de los varones. Aunque éste es otro prejuicio masculino, que ahí donde no comprueba la hegemonía fálica supone una posición femenina; y, por lo tanto, define lo femenino como lo contrario de lo masculino. Esta actitud podría no ser más que la traducción de una opinión de sentido común, la que define incluso como “histérico” al varón actual. No obstante, el problema sería que así quedan en posición simétrica la histeria y la feminidad.
En nuestro tiempo
Volvamos al amor contemporáneo. En nuestros días, en el amor se busca seguridad, tranquilidad, un remedio para la soledad. El amor como “pharmakon” de nuestro tiempo, y los síntomas de las parejas actuales, poco tienen que ver con las condiciones que el falo le imponía al deseo. Este aspecto sí es preciso destacarlo, más allá de una cuestión de género. Del amor-fetichista hemos pasado al amor-osito-de-peluche-de-Taiwan (como dice la canción de Los auténticos decadentes: “Al ratito te comienzo a extrañar/ me preocupa que te pueda perder”), que demuestra que la verdadera relación de pareja contemporánea no es hombre-mujer (ni hombre-hombre, ni mujer-mujer) sino, cada vez más, madre-hijo/a. Antes que una feminización de la experiencia amorosa, quizá sería más preciso hablar de una “infantilización” de la misma, en convergencia con la anticipación de Lacan hacia fines de la década del ’60, cuando hablara de la época del “niño generalizado”.
No obstante, esto no quiere decir que el amor femenino no tenga matices específicos en el mundo contemporáneo. Aquí nuevamente cabe una distinción en torno a un prejuicio. Partamos de una frase que expone un malestar habitual en las mujeres: “Siempre quiero verte”. Alguna vez me lo dijeron. Muchas más veces lo escuché en mujeres que hablaban del sufrimiento que les produce amar. El amor femenino es “erotómano”, por eso es importante no neurotizarlo. Para eso ya están los hombres, que se quejan del reclamo amoroso; o las amigas, que sugieren ocuparse de otras cosas, no ceder al síntoma. Como si se pudiera. Pero el mayor extravío de un analista sería confundir esa forma de vivir el amor con un tipo clínico. Hay poco de histérico en este sufrimiento. Puede que sea de lo que hoy se llama “minita”, pero no de histérica.
La mayoría de las veces es un sufrimiento femenino sin más, que poco tiene que ver con la demanda neurótica que pone a prueba al otro. Por eso el hombre se fastidia, porque tiene que confirmar su amor, y eso puede ser algo que quiera ahorrarse. ¿Por qué una mujer le ahorraría a un hombre lo que éste quiere ahorrarse? Sólo impropiamente llamamos a esto “miedo a la pérdida de amor” o, más recientemente, “inseguridad”. Estos nombres son prejuicios masculinos que culpabilizan a una mujer por su modo de vivir la pasión. Lo femenino enseña que en el amor, como dice esa mujer que es el Indio Solari, “no me vas a regatear”.
(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.