Algunas circunstancias representan problemas coyunturales que inciden en el corto o mediano plazo. Otras, en cambio, no sólo repercuten en el presente, sino que jaquean el futuro.
La desocupación entre los jóvenes argentinos supera el promedio del resto de América Latina.
Algunas circunstancias representan problemas coyunturales que inciden en el corto o mediano plazo. Otras, en cambio, no sólo repercuten en el presente, sino que jaquean el futuro.
En 1992, un total aproximado de 470 mil chicos argentinos de entre 15 y 24 años no trabajaba, ni estudiaba. Representaban por entonces el 1,40% de la población total del país, según datos elaborados por el Banco Mundial.
De acuerdo con la misma fuente, en 2015 la cantidad de adolescentes y jóvenes comprendidos en ese rango de edades que no trabajaban, ni estudiaban, había crecido a 875 mil, lo que equivalía al 2% de los habitantes argentinos.
Lejos de mejorar, la situación continuó empeorando. Un reciente documento elaborado por el Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (Ieral) -que funciona en el marco de la Fundación Mediterránea-, revela que en estos momentos existen 984 mil adolescentes y jóvenes de entre 14 y 24 años que no estudian, no trabajan, ni buscan trabajo. Forman parte del núcleo comúnmente conocido como los “Ni-Ni”.
El fenómeno refleja un problema verdaderamente complejo. Desde el punto de vista del mercado laboral, la Argentina no genera nuevos puestos de trabajo desde hace por lo menos seis años. Y los que se crearon, por lo general, surgieron dentro del Estado. Se calcula que en las últimas dos décadas, el 10% de todos los empleos cambió de sector: pasó de la producción de bienes y servicios transables, al sector público. En 1996, el Estado captaba al 12% de los asalariados. Hoy, en cambio, llega al 21%.
Pero más allá de las dificultades del mercado laboral, lo cierto es que aunque se generaran puestos de trabajo genuinos y de calidad, gran parte de estos jóvenes o adolescentes no estarían preparados para cumplir con las expectativas. El 62% de los “Ni-Ni” habita hogares en condición de pobreza. Por lo general, se ven privados de acceder a una educación adecuada que les permita enfrentar los nuevos desafíos en materia de trabajo.
En agosto del año pasado, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) dio a conocer un informe revelador: la Argentina sufre la tasa de desempleo juvenil más alta de América Latina. El 20% de los jóvenes de 15 a 24 años que sí buscan trabajo, no tiene alternativas de acceder a esa posibilidad.
Según un estudio realizado por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), en la Argentina la tasa de desempleo en jóvenes de 15 a 29 años triplica los índices de quienes tienen entre 30 y 64 años. La brecha se amplió en los últimos 10 años.
En gran medida, quienes acceden al mercado laboral lo hacen en condiciones irregulares. El Ieral afirma que en el país cuatro de cada diez ocupados desarrolla su actividad con altas dosis de precarización (7,9 millones de personas). También 1,7 millones están desocupados (procuran un empleo y no logran conseguirlo), de manera que prácticamente la mitad de la población económicamente activa (47,8%) enfrenta serios inconvenientes de empleo (9,6 millones de personas).
Este cúmulo de datos plantea una realidad sombría para el país. Ninguna sociedad puede desarrollarse y acceder a una mejor calidad de vida, cuando enormes sectores se encuentran marginados del sistema. Sobre todo, cuando quienes sufren esta situación pertenecen a las franjas de adolescentes y jóvenes.
Todo indica que en el corto plazo la economía argentina comenzará a reactivarse y, seguramente, esto contribuirá disimular la gravedad de la situación. Sin embargo, se trata de un flagelo de profundas implicancias.
El presente es complejo, pero la mayor incertidumbre radica en los años por venir.