Por Roberto Rodríguez Vagaría (*)
Por Roberto Rodríguez Vagaría (*)
La crisis por la que atraviesa el sistema internacional y los organismos que lo expresan, hace tiempo que muestran su imagen inadecuada.
Desde 1945, el paso del tiempo, la irrupción de nuevos actores y la tecnología han ido trastrocando y modificando principios, paradigmas y el fundamento del status quo que permite mirarse al espejo y reconocerse. Del Congreso de Viena de 1813-15 a 1914 transcurrió una era que propuso modelos de convivencia no tan olvidados. El caos revisionista de 1917 a 1945 pretendió darnos una lección de antípodas y síntesis dialéctica con la fundación de la ONU. La paz era posible; la ideología, ponderable; el comercio debía fluir; mejor cooperar que guerrear; no debíamos inmiscuirnos en cuestiones internas de otros Estados y la tecnología nos proveería los mecanismos para ser mejores vecinos.
Pasamos de la no intervención, al derecho a intervenir colectivamente y desde allí, al deber de intervenir de Juan Pablo II.
Ya el fracaso de la “paz de los valientes” entre palestinos e israelíes en 1993 nos avisó que el mundo había cambiado su estructura de pensamiento. Yasir Arafat temió acordar, por el fanatismo de su gente; Isaac Rabin no esperaba ser asesinado por intentarlo. EE.UU. procuró lo máximo y lo mínimo del intento de razonabilidad que podía ofrecer, allí, el presidente Clinton. Los criterios comenzaban a modificarse.
La racionalidad empezaría a ser sólo una posibilidad entre muchas. La llave ideológica para administrar la paz ya no era dialéctica ni paradigmática.
¿Qué estaba sucediendo?
Las transformaciones formidables volvían desequilibrados los equilibrios admisibles entre países, bloques y regiones. El trabajoso concepto compartido por el cual todos necesitamos de todos, interdependientes de comunes objetivos se vio, crecientemente, como perjudicial y demasiado asimétrico para ser verdad.
La hiperglobalización económica y el terrorismo patrocinado cultivaron otras formas de pensar, de convivir, de producir riqueza, de ver y sentir al otro y a los gobiernos. Se vaciaron de contenido recomendaciones consideradas valiosas.
Alguien alertó sobre las fuerzas contrarias al sistema construido y ésa es la cuestión.
La ONU no podía sostener la paz de las regiones; los europeos se integraban para imponer un neoproteccionismo -que lastimaba a otros- y les permitía alcanzar cumbres que la burocracia de Bruselas y el Euro pusieron en duda, y su participación en la Otan se volvió errática, y tantos miembros, contraproducentes. Estar transfiguró Estados a tres velocidades incompatibles, frustrantes, huidizos.
La OEA era castigada por entidades pretendidamente sustitutas e ineficaces como los bolivarianos, Celac, Unasur, para no dialogar panamericanamente. Había que excluir a los EE.UU., sin mejorar.
La integración europea y la división compartimental de mercados impulsó la Alalc, la Aladi, el Pacto Andino, el Mercosur para promover la insignificancia; como la Liga Árabe, en otros aspectos; hasta que la globalización puso en jaque los compartimentos estancos e hizo del comunismo chino un capitalismo autoritario sin economía de mercado.
La lógica económica de la producción industrial con piezas transnacionales de la hiperglobalización eliminó la ideología y el terrorismo le dio el golpe de desgracia a las personas y reavivó, por reacción, el sentido profundo que tiene el pensamiento en Occidente que se expresa desde la Revolución Francesa y la Independencia de los EE.UU.: la racionalidad política de la sociedad abierta democrática amenazada. La concepción laica de la vida social y política. El consenso de que el sentimiento religioso es privado y gravitante en la esfera individual.
Incluso, despertó el cristianismo adormecido, que no nos expresa políticamente, en Europa, EE.UU., Oceanía, Asia.
El efecto que produce el terror es siempre replegarse, para afirmarse y contraatacar, en una lucha sin las reglas del Derecho Humanitario, desgraciadamente.
El alentado crecimiento asiático produjo saturación de ofertas de productos industriales y crisis en el comercio mundial. Pero también contribuye a la polución planetaria donde todavía no existe la figura punible del Estado envenenador y crea émulos.
Si bien se puso el acento durante décadas en la desnuclearización, las salvaguardas de buena fe entre Estados son el terrorismo el que aspira a nuclearizarse con armamento táctico de países poco fiables como Irán, Korea del Norte o Pakistán, donde la religión es política o la política es obediencia.
La perturbación diseminada motiva el cambio de época porque posee las 4 variables desestabilizadoras: la política camuflada de religión, la economía contradicta, las mareas humanas incompatibles, el crimen mundializado.
Tantos aportes historiográficos que hizo Eric J. E. Hobsbawn y se equivocó al afirmar que el siglo XX, era el siglo de la URSS (1917-1991). Fue el siglo de los EE.UU. Su vigencia está clara avanzado el XXI. Su crisis es nuestra crisis. Su angustia hace gemir a todos. En eso, consiste ser una potencia global y como tal no podrá eludir sus deberes globales y argüirá por sus derechos personalísimos.
No serán las Potencias Menores las que le impongan condiciones a la Gran Potencia, pero podemos organizarnos sincera y pragmáticamente en carriles paralelos coadyuvantes, aunque siempre será prioritario, para cualquier gobierno, la relación bilateral con los EE.UU., por su tecnología, sus capitales de inversión, sus créditos, su mercado interno, su sistema político-científico-cultural.
Habrá que sincerar el contenido de organismos enmohecidos y sobrepasados, pero no se puede sustituir el sentido para el que fueron creados sobre sucesivas carnicerías. Ni confundir la política con el diálogo interreligioso.
Iniciamos otra era. Es tiempo de propuestas, sin ingenuas ilusiones, ni utopías, ni demagogia.
Han regresado al ruedo los criticados intereses nacionales. La brújula más elemental de todas. El inicio de cualquier camino. Agregarle cooperación dependerá de todos; la equidad, de pocos; el realismo responsable, de muchos.
(*) Ex profesor titular de Política Internacional en la Universidad de Belgrano. Miembro del Cari. Asesor Ministerio de RREE 1983-89. Abogado.