Rodrigo Pretto
La joven de San Vicente se involucró con diferentes ONG mundiales y recorrió Sudáfrica, Tanzania, Kenia, Estados Unidos, México, Perú y Costa Rica.
Rodrigo Pretto
Su vida no era completa. Algo le faltaba para llenarse. Ni la profesión de microbióloga ni el empleo dentro de una reconocida empresa alimenticia lograban completar ese vacío. Agustina Ardisana una joven de 27 años oriunda de la localidad de San Vicente era una apasionada de los viajes. Y encontró en los voluntariados fuera del país la felicidad. Sumó trabajos sociales, particularmente con niños, con la recorrida por diferentes países del mundo para hacer una forma de vida.
En poco más de un año, y a través de la ayuda a los más necesitados, pisó Sudáfrica, Tanzania, Kenia, Estados Unidos, Perú, México y Costa Rica. Apostó por un cambio radical en su vida y dejó atrás el presente laboral y a seres queridos para encaminarse en una nueva travesía. Afianzada en un recorrido difícil de aguantar, hoy tiene metas fijas.
Por su recorrida alrededor del mundo presenció situaciones extremas de hambruna en el continente africano y hasta vivió el tiroteo en el Aeropuerto Internacional Fort Lauderdale en Estados Unidos ocurrido el 7 de enero. Sin embargo también sintió el amor de los más necesitados. “Me cambió mi perspectiva de la vida. Noto que tener un ingreso y un buen sueldo te hace preocupar por ciertas cosas que cuando se miran desde otra perspectiva no son para nada importantes. Lo que hago modificó mi valorización de las cosas”, se confiesa.
Del otro lado del teléfono se escucha una voz tranquila, relajada. Agustina Ardisana hace pocos días pisó suelo costarricense, pero ya conoce de esta clase de experiencias.
—¿Cómo nace la idea de darle este vuelco a tu vida?
—Todo comenzó en diciembre de 2015 cuando trabajaba en una importante empresa alimenticia. Notaba que me faltaba algo. Siempre me gustó mucho viajar. Todo el tiempo estaba en búsqueda de maestrías o posgrados en el exterior. Me crucé con los voluntariados y me di cuenta que realmente me gustaba esa parte. En ese momento vivía en Villa Mercedes y colaboraba con una organización, pero era todo informal.
Encontré una oportunidad que me gustó mucho en Ruanda. Era un proceso selectivo muy específico porque se necesitaba experiencia. No fui elegida pero mientras esperaba el resultado continué buscando otras opciones. Entendí que no era muy difícil acceder a esta clase de prácticas. Al enterarme que no estaba entre los elegidos decidí hacerlo por mi cuenta y comencé a buscar organizaciones más pequeñas. Me encaminé en este nuevo mundo con los pocos ahorros que tenía. Lo único que sabía era que iba a empezar por Sudáfrica. Me fui con pasaje de ida y sin nada, buscando un cambio de vida para abrir mi cabeza. Notaba que estaba muy encerrada en mi trabajo y no me permitía felicidad plena.
Camino al andar...
—¿Cuál fue el recorrido desde aquel mes de diciembre de 2015 hasta hoy?
—A Sudáfrica me fui por seis meses a Ciudad del Cabo. En el camino decidí quedarme por más tiempo, así que volví a Argentina a vender el auto y regresé a hacer voluntariados. Una vez que dejé ese lugar fueron en realidad 3 meses desembarqué en Tanzania, donde estuve un mes y medio. De ahí crucé a Kenia. Cuando concluí mi estadía en África, me marché a Estados Unidos un mes y medio, México, Perú y actualmente en Costa Rica. En la mayoría de los países por donde estuve traté de quedarme el máximo permitido para un ciudadano argentino. Hoy estamos hablando de un plazo de 3 meses.
_ ¿En qué consta el trabajo del voluntariado?
—Es muy variable. Todo depende de lo que al voluntario le interese. A mí me gusta el lado social, por lo que trato de trabajar con personas, sobre todo con niños. Pero hay diferentes ramas de ayuda. Las ayudas son muy variables y dependen de la organización a la cual ayudás.
—¿Cuál fue la colaboración que hiciste a lo largo de este año que estuviste fuera del país?
—En Sudáfrica estaba en un jardín de infantes, en una zona muy carenciada. Asistía a docentes, desde darle de comer a los chicos hasta pintar con ellos. En Kenia, en cambio, era un hogar de niños donde convivíamos con los pequeños. Hacia todo, desde levantarlos a la mañana hasta acostarlos a la noche. Era una casa de 17 niños -ubicada en la ciudad de Mayuco en la cual los docentes eran prácticamente los padres y nosotros, los voluntarios, una especie de hermanos mayores.
En Perú pude conseguir por medio de una ONG trabajar en un hospital, y eso fue lo más cercano a mi profesión. Estaba en Pisac, un pueblo cercano a Cusco, y ayudábamos a comunidades de montaña. Es una sociedad que culturalmente no está acostumbrada a recurrir a centros médicos, por lo que debíamos subir a la montaña semanalmente a asistirlos.
En Costa Rica se encuentra en Bejuco todavía no estoy trabajando en un voluntariado porque recién llegue. Por lo general busco algún trabajo de mediodía que me dé a cambio comida y alojamiento. Una vez que consigo eso comienzo con las colaboraciones.
Cambia, todo cambia
—¿En qué te cambió esta clase de experiencia?
—Modificó mi perspectiva de la vida. Noto que tener un ingreso y un buen sueldo te hace preocupar por ciertas cosas que cuando se miran desde otra perspectiva no son para nada importante. Mutó mi valorización de las cosas. Me ayudó mucho a relacionarme con la gente. Más allá de la paz y felicidad interna que me provoca, las relaciones interpersonales son distintas. Aprendí a valorar cosas que pasamos por alto. Cosas simples como la comida, algo que cuando a uno no le falta no le da importancia.
En Kenia es muy difícil conseguir alimento. Es algo muy básico y por más que tengas plata es complicado comprarlo porque escasea. Lo más fuerte que presencié fue a los niños compartir los trozos de carne. Lo masticaban y se lo pasaban entre ellos. Después de ver esas cosas, te das cuenta de las cosas que realmente valen la pena. El simple hecho de ser blanco también cambia la perspectiva de las cosas. En países donde predomina la raza negra, una persona de tez blanca es sinónimo de dinero. Es una especie de cajero automático que camina. Si uno no vive esas cosas, no las valora.
—Recorriste países complicados en materia social...
—Es algo que discuto siempre con la gente. A principio de año estuve en el tiroteo del Aeropuerto Internacional Fort Lauderdale y era lo que menos me esperaba. Como sociedad asociamos a países de África con peligro. Es gente que pide todo el tiempo, pide ayuda con insistencia, pero jamás noté violencia. Vengo de estar en un episodio violento en Estados Unidos, un país que en Argentina lo ve como la meca. Y cuando a uno le toca vivir esos hechos se pregunta qué nos está pasando como sociedad. Hay gente que lo tiene todo y por eso se puede dar el lujo de volverse loca y tirotear un aeropuerto. En África no tienen para comer y no pueden pensar en tornarse violentos porque su preocupación es el alimento.
—¿Pensás regresar en algún momento a Argentina o tu idea es dejar la vida liberada al destino?
—No descarto ninguna opción. Lógicamente voy a volver, pero no sé cuándo ni bajo qué circunstancias.
_¿Qué mensaje se puede transmitir a quienes nunca vivieron estas experiencias?
—El voluntariado es una elección personal y no a todo el mundo debe gustarle. Si no te gusta viajar o irte lejos de tu familia, podés ayudar en alguna institución local. Pero si uno tiene la necesidad de pasar a los hechos, puede hacerlo y está en todos lados. Todos tenemos alguna habilidad para compartir con el otro. Yo le sumé el viaje porque me apasiona. Conocer otras culturas es fundamental para abrir nuestras cabezas. Cuando me refiero a eso lo digo desde involucrarse con el norte o sur nacional hasta salir del país.
—¿Hay que estar preparado para hacer voluntariados?
—Creo que nunca estamos lo suficientemente preparados porque es algo distinto. En Kenia lloré los primeros cuatro días y hablaba con mi familia queriendo volverme. No lo hice simplemente porque estaba en Kenia y no había forma de regresar. Fue duro porque no había ducha, luz. Pero después mirás la valija y está llena de ropa, la billetera tiene dinero y te replanteás las quejas de ciertas cosas.
—Estás en contacto con personas diariamente a lo largo de un tiempo determinado y de un día para el otro debés dejar todo atrás. Debe ser duro encariñarte con alguien y abandonarlo por obligación...
—En cada uno de los países me fui enamorando de un niño con el que trabajaba. Lo que me mueve a seguir adelante de forma optimista es darlo todo mientras esté en un lugar y pensar que detrás de mí llega otra persona que hará lo mismo. Esto no es algo que puedo hacer sola, sino que lo debemos llevar adelante entre todos. Dejar todo me da tranquilidad. Mientras exista un buen recuerdo no es necesario estar en el lugar.
—¿Cómo te manejabas con el idioma donde no se hablaba inglés ni español?
—Sudáfrica tiene 11 lenguas oficiales. En Ciudad del Cabo los chicos de 3 y 4 años con los que trabajaba hablaban una lengua que no sabía y aprendí palabras básicas. Los docentes manejaban inglés. En Tanzania y Kenia hablan swahili, y también entendía lo primordial. Pero en la mayoría de los países africanos hablan inglés, por lo que no hay mucho problema para comunicarse.