La cifra resulta escalofriante: según cálculos elaborados por el municipio, los comercios de la ciudad de Santa Fe -especialmente los supermercados- entregaban hasta hace poco tiempo alrededor de 80 millones de bolsas plásticas por año a sus clientes.
Un producto fácil de fabricar, barato, liviano y resistente. Tan cómodo y práctico, que se convirtió en parte constitutiva de la cultura ciudadana de las últimas décadas. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Las bolsas plásticas se transformaron en una verdadera trampa. Con el paso del tiempo, los perjuicios para el medioambiente y para la calidad de vida comenzaron a hacerse evidentes.
Los datos sobre el daño ambiental que estas bolsas provocan son contundentes e irrefutables. Los barrios periféricos de la ciudad se encuentran plagados de minibasurales en los que miles de bolsas se mueven al compás del viento. La Municipalidad viene invirtiendo millones de pesos mensuales para desobstruir desagües tapados, como consecuencia de elementos plásticos. Deberán pasar entre 500 y 600 años para que se degraden.
Santa Fe no es un caso excepcional. Se calcula que cada año ocho millones de toneladas de plástico llegan al mar. El océano Pacífico contiene tal cantidad de residuos plásticos que cubre un área equivalente a dos veces el tamaño de los Estados Unidos. Las Naciones Unidas estiman que cada kilómetro cuadrado de océano contiene un promedio de 29.000 pedazos de plástico flotantes.
La Sociedad Océano Azul para la Conservación del Mar asegura que cerca de 100.000 mamíferos marinos y un millón de aves mueren anualmente al ingerirlas o quedar atrapados. A medida que se degrada, el plástico comienza a fragmentarse en partículas cada vez más pequeñas, que pueden ser transportadas por el viento o por el agua. Quizá ni siquiera sean visibles, pero siguen contaminando.
Las bolsas de plástico son el tercer desecho más recogido en las playas de todo el mundo según la organización International Coastal Cleanup.
Estos datos no son nuevos. Sin embargo, con el paso del tiempo las evidencias de este verdadero desastre ambiental se tornan más contundentes.
Por ese motivo, en distintas ciudades a lo largo y ancho del planeta desde hace tiempo comenzaron a implementarse prohibiciones al uso indiscriminado de estos productos. En la Argentina, existen disposiciones al respecto en provincias como Chubut, Río Negro y Neuquén, y en ciudades como Pinamar, Bariloche, Buenos Aires o Rosario.
En realidad, la ciudad de Santa Fe fue pionera en la materia. El 25 de junio de 2009, el Concejo Municipal aprobó la eliminación progresiva de estas bolsas. Sin embargo, aplicar esta disposición no resultó sencillo. Tanta fue la oposición, que el año pasado fue necesaria una nueva embestida sobre este tema y se decidió fijar una fecha límite: el 1º de marzo de 2017.
Ahora, la cuenta regresiva está en marcha. El cambio que se implementará esta semana no sólo representará un avance en materia medioambiental, sino que significará una verdadera transformación cultural que requerirá del compromiso de todos. Incluso, de los supermercadistas locales, que deberán garantizar alternativas a sus clientes.