P. Hilmar Zanello
P. Hilmar Zanello
Los cristianos han ingresado en prácticas cuaresmales, de tradición histórica. Se repetirán así costumbres, ritos y ceremonias que intentan revitalizar la fe y religiosidad popular, en un llamado hacia una sincera conversión.
En estas prácticas religiosas, acecha siempre el riesgo de convertir estos gestos de piedad cristiana en una práctica más, casi rutinaria, sin descubrir, en el caso de la Cuaresma, una nueva propuesta de Dios para el crecimiento y la madurez de la personalidad cristiana.
Conocer la historia y los orígenes de este tiempo litúrgico cuaresmal quizás nos ayude a valorarlo y vivirlo con la intensidad que la pedagogía de los hechos de la fe cristiana entraña y contiene.
Los primeros cristianos
Los primeros cristianos tenían como fecha central y fuente de la Fe al acontecimiento de la Pascua del Señor Jesús de Nazaret. Cada domingo, era el día semanal elegido para celebrar este acontecimiento que recordaban y vivían como una novedad de vida, celebrando así la Resurrección del Señor.
Hasta el siglo III, perduró esta práctica dominical, en la que celebraban comunitariamente la nueva presencia de Jesús Resucitado. Entre los siglos IV y VI, la Cuaresma adquiere tres semanas, para cerrarse el Jueves Santo con un rito de reconciliación. Pero siempre, la Cuaresma ha sido, en la Iglesia, una preparación para la Pascua.
En los primeros siglos del cristianismo, existía el catecumenado, en el cual los aspirantes al bautismo y a la nueva vida cristiana se iniciaban en una larga preparación de tres años, con el mejor conocimiento de la Palabra de Dios y con un acercamiento pedagógico o, mejor, mistagógico, de la persona de Jesús y su Evangelio.
La Cuaresma, entonces, era la última etapa en que estos catecúmenos trataban de participar en la experiencia cristiana de aquellas comunidades, intentando integrarse en ellas, cosa que acontecía la noche de la Pascua, cuando recibían el sacramento del Bautismo, llegando a ser así miembros de la Iglesia viva de los discípulos de la Iglesia de Jesús.
Al mismo tiempo que los catecúmenos, toda la comunidad apoyaba con una vida claramente testimonial, con oraciones y con una seria revitalización del Bautismo ya celebrado, como Pueblo de Dios que participaba de la fuerza transformadora de la Resurrección del Señor.
En resumen, la Cuaresma era vivida por todos como un entrar -por primera vez, o de nuevo- en la muerte y resurrección, a distintos niveles.
De la sombra a la luz
La historia de la Cuaresma se cierra en el siglo VIII, aunque fue pasando por verdaderas crisis de decaimientos comunitarios en el sentido bíblico y sacramental, llegando a vivirse en sentido más individual, más sentimental y más moralizante.
Fue oscureciéndose la celebración de la Pascua; se arrincona la celebración litúrgica de los Misterios del Señor; el pueblo va perdiendo su participación y la riqueza litúrgica, permaneciendo principalmente en “oficios” extralitúrgicos.
Es entonces cuando la Cuaresma pierde su color pascual y se tiñe de un tono sombrío y exagerado por el espíritu penitencial. Pasa a llamarse “la triste Cuaresma”, con una característica más religiosa que cristiana.
Hoy, gracias a la renovación y restauración litúrgica que la Iglesia ha promovido, vuelve a brillar aquella luz de la Pascua del Señor.
La Cuaresma se convierte entonces en un verdadero tiempo catecumenal, donde los cristianos podemos plantearnos una Fe más comprometida y responsable como discípulos y misioneros, en el cual Jesús Resucitado nos comunicará con el dinamismo de una nueva vida, la posibilidad de llevar adelante su proyecto de salvación para una nueva humanidad.
¿Cuáles podrían ser las actitudes para vivir una Cuaresma cristianamente fecunda?
a) Una búsqueda de Dios sincera y profunda; b) descubrimiento de Jesucristo como verdadero salvador, como definitivo destino del hombre; c) conciencia de los propios pecados, es decir, de la condición de pecadores en que está radicada la persona humana; d) conversión sincera y cambio de vida y de mentalidad; e) apertura al dinamismo del amor, de la esperanza y la actitud protagonizada por el Buen Samaritano; f) situarse realmente, sintiéndose miembro vivo de la Iglesia como comunidad de los discípulos y misioneros de Jesús; g) búsqueda y descubrimiento de lo más profundo de la vida, superando la actitud egoísta, para sentirse servidor del proyecto de Jesús cuando lavó los pies de los discípulos.
Entonces podremos decir al final de esta Cuaresma: ¡Felices Pascuas de Resurrección!
“La Cuaresma es un verdadero tiempo catecumenal, cuando los cristianos podemos plantearnos una fe más comprometida y responsable como discípulos y misioneros y Jesús Resucitado nos comunica con el dinamismo de una nueva vida la posibilidad de llevar adelante su proyecto de salvación para una nueva humanidad”.