Nicolás Loyarte
Tiene 24 años y obtuvo el segundo galardón en un concurso mundial de diseño de veleros. El premio fue un puesto de trabajo en un astillero italiano.
Nicolás Loyarte
Agustín se crió entre barquitos. Los veleros fueron su hábitat en la niñez. El río Paraná, la laguna Setúbal, y más tarde el Río de la Plata eran los “campitos” donde jugaba y la pelota era “un barco a vela”. Es que su familia siempre navegó y ello le soltó amarras a esta pasión que hoy se transformó en su profesión.
Desde los 6 años Agustín Paladini (24) aprendió el yachting en una escuelita de óptimist (veleros para niños). Como suele sucederle a muchos navegantes, de tanto pasar horas y días en el agua ajustando cabos para trimar el velero y así obtener mayor velocidad, Agustín soñaba con su barco ideal. Y aquellas vagas ideas de construcción siempre presentes en su cabeza y bocetadas en papeles fueron determinantes en la juventud a la hora de definir su vocación.
Fue así como al finalizar sus estudios escolares en La Salle Jobson de nuestra ciudad, Agustín decidió partir a Buenos Aires y se inscribió en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) para estudiar la carrera universitaria que tanto anhelaba: Arquitecto Naval. Toda una rareza y un desafío profesional.
Hoy Agustín se está transformando en un constructor de barcos y le agradece haber tenido dicha posibilidad a su familia y en especial a su padre, Humberto —uno de los fundadores del Club Marinas—, quien lo alentó a cumplir su sueño y le brindó el indispensable apoyo económico. Pero antes de conseguir esa meta debió atravesar los imborrables años de vida universitaria, visitando astilleros, aprendiendo de resinas, fibra de vidrio y diseños digitales que más tarde cobraban vida real en el agua como veleros.
Ahora, el flamante arquitecto naval santafesino, quizá el primero de la ciudad, partió hacia Europa en busca de experiencia, lejos de sus padres, Humberto y María Delia, y de sus dos hermanos, Emiliano y Tomás. La mañana del lunes 6 de febrero pasado quedará grabada para siempre en su vida. Ese día pisó por primera vez el astillero Adria Sail, de Fano, una pintoresca ciudad italiana de alrededor de 50 mil habitantes, ubicada sobre el mar Adriático, cerca de San Marino, donde llegó para ocupar un puesto de diseñador técnico de veleros por los próximos seis meses.
La chance laboral fue el premio obtenido en un salón náutico (exposición) y se facilitó al contar con la ciudadanía italiana. Ahora Agustín está muy entusiasmado con los proyectos en los que lo incluyeron para desarrollar y cuenta un poco sobre su mundo de barquitos.
—Agustín, ¿cómo te decidiste por formarte en el mundo de la arquitectura naval?
— Siempre estuve ligado a los barcos y al mundo de la náutica, por mi viejo. Navego desde muy chico y es algo que me apasiona. En el ambiente náutico es normal escuchar hablar sobre de quién es el diseño de tal barco y cuando descubrí que existía la carrera en Buenos Aires estaba totalmente decidido que era lo que quería. Obviamente, con la suerte de que mis viejos tenían la posibilidad económica para que ello suceda y me apoyaron ciento por ciento.
—¿Cómo fueron esos años de estudio?
— Recuerdo que los primeros cuatro meses fueron los peores, por el cambio de vida y principalmente por la soledad, ya que no conocía a nadie en Buenos Aires. Después me acomode socialmente e hice amigos. Creo que es como todos los cambios en la vida, hay que saber adaptarse y seguir adelante. Ahora que me vine a Italia fue igual, pero ya entendía como era la historia, así que tuve más paciencia y no hubo problemas. Pude acomodarme y me gusta mucho estar acá.
Respecto a la vida universitaria, la “Unqui” (UNQ) está muy buena y los primeros dos años de la carrera de Arquitectura Naval fueron los más difíciles, con materias muy interesantes y llevaderas, y muchas entregas de trabajos, por lo que me sentaba a hacer algo de la facu y me pasaban las horas como si nada.
Al ser una carrera no convencional, había pocos estudiantes, un máximo de 15 por curso, y ya en el ciclo superior éramos 3, 4. Por ende, aprendí muchísimo. Lo distinto respecto de otras carreras fue que conocí mucha gente, profesores, con los que entablé amistad y salíamos a navegar. Compartimos muchas regatas, navegadas a Colonia (Uruguay), escapadas de fin de semana a la Costa Atlántica, muchas tardes en la facu y noches de asados. Fue una etapa buenísima con excelentes recuerdos y anécdotas, cinco años inolvidables.
—¿Cómo se dio tu llegada a Italia?
— Me recibí de arquitecto naval en diciembre pasado, pero en julio, cuando finalicé mi Proyecto Final de Veleros, lo incluí en un concurso italiano de alcance mundial, que se iba a presentar en el Salón Náutico de Génova en septiembre, el “Diporthesis” (www.diporthesis.it) . Allí presenté mi proyecto “BAUTO 45” (por mi sobrino Bautista), un diseño de velero crucero-regata de 45 pies de eslora, de carbono. Obtuve el 2do. puesto, no lo podía creer, y el premio fue este trabajo en el astillero Adria Sail, por 6 meses.
—¿Cómo es tu trabajo allá?
— Trabajo de lunes a viernes, de 9 a 18. La tarea de diseñador técnico se desarrolla en una oficina dentro del astillero, desde donde voy y vengo del taller para tomar medidas y diseñar planos en la computadora, y así construir diferentes elementos. La verdad es que me encanta lo que se hace y cómo se trabaja, y aprendo muchísimo.
—¿En qué proyectos te “embarcó” el astillero?
— Adria Sail está con dos proyectos grandes por encargo de construcción “one-off” (no se fabrican en serie): un velero de 65 pies de eslora, muy moderno, y otro de 80 pies; ambos de carbono. También se construyen en serie otros veleros más chicos, de 42 a 45 pies. Me tocó estar en un buen momento, porque los proyectos “one-off” recién se inician y entonces puedo seguir el proceso de fabricación paso a paso desde cero.
—¿Hay proyectos personales?
— Sí, dibujo mucho por mi cuenta. Ahora estoy con un velero de 22 pies y una lancha clásica, pero todo esto lo hago con más tranquilidad y por hobbie.
—¿Cuáles son tus pretensiones profesionales?
— No lo sé. Por el momento, aprender y viajar para conocer todo lo que pueda, participar de distintos proyectos para no hacer siempre lo mismo; después veré cómo se presentan las cosas. Trato de no planificar demasiado y disfrutar lo que me toca hoy, aunque reconozco que me gustaría diseñar barcos que se destaquen por su calidad.
—¿Se trata de una profesión bien rentada o ello es un problema?
— Se paga lo que se tiene que pagar, lo difícil es conseguir el trabajo, ya que es una profesión muy especifica. En Argentina somos pocos los arquitectos navales, pero también hay poco trabajo.
— Uno de los más reconocidos a nivel mundial es el argentino Germán Frers, ¿es tu referente en la materia?
— No, me gusta más el argentino Juan Kouyoumdjian (especialista en veleros para regatas oceánicas como la Volvo Ocean Race y la America’s Cup).
—¿Diseñaste tu barco ideal, lo tenés en la cabeza?
— No tengo un barco ideal, creo que depende de la condición en la que navegues. Además, cada barco tiene lo suyo y de cada uno te gusta algo. Tengo muchos barcos diseñados en mi cabeza, cuando viene una idea la dibujo, hago un boceto, quizá la use en el futuro.
—¿Por último, tenés proyectos a desarrollar en Santa Fe?
— Como dije antes, trato de no planificar demasiado y dejo que las cosas fluyan. Sólo se que voy a estar estos seis meses en Italia y después veré qué hago. Obvio que me gustaría tener algún proyecto en Santa Fe, más que nada para poder estar más cerca de mi familia y amigos, pero lo veo difícil.
— ¿Cuál creés que es el velero ideal para navegar en Santa Fe?
— Cuando se piensa un diseño hay que definir para qué se usará el barco. Hay distintos factores como el hábitat, si vas a correr regatas de 50 minutos (barlo/sota) o regatas de más de un día, si querés un barco full de regata sin comodidades interiores y más exigente o preferís que el barco sea más habitable.
Dicho esto, he pensado mucho mi barco ideal para Santa Fe o los ríos del interior argentino, pero es personal y a mi gusto. Un objetivo inicial sería un barco que atraiga más gente al deporte, moderno y lo más accesible económicamente hablando, sin lujos innecesarios. Debe tener entre 22 y 25 pies de eslora y que sea divertido. Eso es, que planee fácilmente, con asimétrico (tipo de vela de proa), maniobra sencilla para que lo puedan navegar un mínimo de dos tripulantes y un máximo de 4 a 5. Con mástil sobre cubierta (no pasante), para poder bajarlo y navegar por debajo del Puente Colgante, quilla y timón izable para llegar a la costa y para trasladarlo en un trailer y así poder navegar o correr regatas en otros lugares.
El velero debe servir para correr regatas, pero también para pasar el día, con algunas comodidades sencillas en el interior como cuchetas, ropero, anafe, conservadora y baño.
La idea se resume en un barco fácil de navegar, para gente experimentada, pero también que sea una buena opción para el que recién termina el curso de timonel. Un velero que, si hay una regata, con sólo invitar a una persona, sepa o no navegar, sea un barco más en la línea de largada, ya que siempre está el problema de conseguir tripulantes que sepan navegar y conozcan las maniobras —cuando son difíciles— para correr regatas. Entonces, la idea es que con algunas indicaciones pueda subir un amigo o quien sea y corra un campeonato. Creo que es una buena forma sumar gente a la náutica y que disfrute de la Setúbal y de muchos otros lugares del interior del país.
Más información: ¿Te interesó la arquitectura naval?
Agustín Paladini ofreció su correo para aquellos interesados en la materia que quieran saber un poco más ó seguir sus pasos: [email protected]