Luciano Lutereau (*)
Luciano Lutereau (*)
“Roma no se hizo en un día” recuerda una célebre canción de Morcheeba. El tema de la letra es el proceso que una pareja debe atravesar para consolidarse. Pasada la etapa del enamoramiento, suelen llegar las peleas; y los primeros conflictos suelen determinar la continuidad, o no, del encuentro que hizo que dos confiaran que podían ser uno.
¿Cómo ser dos en una relación? He aquí una pregunta que, de modo diverso, y con variados matices, muchas parejas traen a la consulta. En particular, con el fin de la etapa de la fascinación empiezan a aparecer las mañas, hábitos y costumbres que hacen del otro un ser diferente... al que se proyectó en la fantasía. Cuando el semejante se vuelve un prójimo, más o menos invasivo, pero siempre incómodo en su singularidad, es que comienzan las preguntas en torno a la “aceptación” (eufemismo, a veces, para nombrar la “resignación” a la que muchos se sienten obligados).
Pasada la etapa del enamoramiento, suelen llegar las peleas; y los primeros conflictos suelen determinar la continuidad, o no, del encuentro que hizo que dos confiaran que podían ser uno.
Tiempo de regresión
En este punto, el psicoanálisis puede matizar una perspectiva típica. Luego de un primer momento de idealización, en el que ambos en la pareja condescienden a una renuncia para ser amados por el otro, llega el tiempo de la regresión: la pareja se vuelve el soporte de la aparición de aspectos infantiles de ambos miembros. La mujer se infantiliza ante la reedición con el hombre de la relación con el padre, y el varón reedita la expectativa del cuidado materno. Para los dos, entonces, se trata de la ilusión de que podrá encontrar en el otro un sustituto de la infancia perdida. Esto que parece abstracto es algo que John Lennon inmortalizó en su canción “Mujer” al agradecerle a Yoko Ono que pudiera “entender al niño dentro del hombre”.
No obstante, nuestra época es especialmente inclemente con esta expectativa regresiva. En medios de comunicación, se transmite la idea de una pareja que, para ser madura, tiene que incluir a dos individuos independientes (algo más parecido a una “Empresa” que a una relación de pareja), antes que una elaboración de la dependencia temprana. Asimismo, se confunde la independencia con el rechazo de aspectos inmaduros que se conservan durante toda la vida. Ésta es una falsa madurez.
Adopción recíproca
Para que una pareja pueda consolidarse como tal, y no ser un mero “contrato” de convivencia (o conveniencia), es preciso que se produzca una “adopción recíproca”; que, para la mujer, implicará la posibilidad de reparar en el vínculo con el varón aspectos frustrados en la relación temprana con la madre, para que esta reelaboración sea la antesala de la propia maternidad; y para el varón, una salida del callejón narcisista en que lo dejó su propio complejo de Edipo, dado que podrá vivir en la relación con la mujer una alternativa a la competencia con los otros hombres. Para avanzar en esta dirección no hay más que releer los libros tardíos de Melanie Klein (en particular su última gran obra: “Envidia y gratitud”).
Los síntomas propios de esta regresión son conocidos, aunque con distinto sentido para ambos: básicamente se trata de dos maneras de vivir los celos. La mujer vivirá el infantilismo de su pareja como una amenaza de pérdida de amor, y competirá con sus actividades (salir con los amigos, trabajar después de hora, llegar tarde a casa, etc.); el varón hará de la mujer la culpable de una prohibición impuesta, la constituirá en sustituto paterno... aunque la llame “la bruja”.
La dificultad para elaborar esta regresión puede ser la ocasión para que estos síntomas típicos conduzcan a una “neurosis de pareja”, por la cual muchas veces se consulta a un psicoanalista, con un abanico variable de presentaciones: personas que no pueden dejar de celar a sus parejas (para no admitir los propios celos), el desprecio de los intereses del otro, la rivalidad conyugal, etc.
Entre psicoanalistas “clásicos” (aunque en psicoanálisis nada puede ser “clásico”) hay un resquemor respecto del análisis de parejas. En este punto, no advierten que reproducen el mismo individualismo que supuestamente critican, al considerar que el paciente debe ir solo a la sesión. Lo fundamental para toda consulta es ubicar dónde está el conflicto que debe ser tratado y, eventualmente, la pareja como relación puede ser un síntoma tan discreto como aquel que se presenta en un individuo.
Muchas veces el tratamiento de una pareja puede ser más analítico que años de psicoanálisis “por separado”, al menos para que la separación no sea una condición del análisis.
(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.