José Curiotto
El presidente está a tiempo de tomar las decisiones necesarias como para que aquel círculo virtuoso conformado por el tridente promesas-confianza-esperanza, no termine mutando en un círculo vicioso de promesas-desconfianza-desánimo.
José Curiotto
@josecuriotto
Siempre resulta atrapante entrevistar, leer o escuchar a Julio Bárbaro. Peronista, politólogo, escritor, fue diputado nacional, secretario de Cultura y hasta interventor del Comfer. En los últimos días, publicó un artículo titulado “¿La clave para salir de la crisis económica? El año 2002”, en el que revela que en su momento le aconsejó a Mauricio Macri que confiara el rumbo de la economía a las personas que contribuyeron a sacar al país de la debacle del 2001.
Se puede estar de acuerdo o no con lo que Bárbaro plantea. De hecho, nada garantiza que una receta que dio buenos resultados en un momento determinado, siga siendo exitosa en otro contexto y en otro capítulo de la historia.
Sin embargo, en su artículo aparece un párrafo clave sobre un concepto que supera cualquier coyuntura y toda circunstancia: el efecto de las promesas.
Dice Bárbaro: “La dialéctica entre aquello que el gobierno anuncia y lo que la sociedad sufre genera un clima explosivo, una promesa que en lugar de esperanza produce la reacción propia de todo engaño incomprensible”.
El concepto de “promesa” está directamente relacionado con la necesidad de convencer de algo a los interlocutores de turno. Da lo mismo si lo que se busca es que compren un determinado producto, que elijan un servicio o que voten a un candidato. La promesa tiene siempre el objetivo de persuadir.
Sin embargo, para que la ecuación funcione se necesita de otro factor indispensable: la confianza. Es que sólo se cree en las promesas de aquél en quien se confía. Sin confianza, no hay vínculo posible; las promesas caen en saco roto. En otras palabras, en una campaña política todos los candidatos prometen tiempos mejores, pero sólo uno resulta victorioso.
Con la gestión, se termina la campaña
Cuando la campaña electoral termina y la gestión de gobierno comienza, las cosas cambian. Aquellas promesas que contribuyeron a que el candidato llegue al poder, se convierten en un factor de riesgo. Convencidos de que lo único importante es vender o convencer, los especialistas en marketing no siempre detectan este dilema a tiempo.
Las mismas promesas que en un momento determinado generaron esperanza, pueden transformarse en un verdadero bumerán si no se cumplen a tiempo. La ilusión y el optimismo, entonces, terminan siendo reemplazados por la incredulidad, la desconfianza y hasta el malestar social.
Mauricio Macri atraviesa un momento clave de su gobierno, en el que gran parte del colectivo social comienza a decidir si continúa confiando en sus promesas o, por lo contrario, empieza a descreer de su palabra. No es poca cosa. Se trata de una instancia en que se juega gran parte de las posibilidades de éxito o de fracaso de cualquier administración.
Existen al menos cinco factores básicos por los que se incumple una promesa:
- porque en el momento de prometer, quien lo hace miente de manera consciente y sabe que su compromiso será irrealizable;
- porque a pesar de actuar con buena fe, se adoptan luego decisiones erróneas en busca del objetivo;
- porque se desconocen las verdaderas circunstancias contra las que habrá que lidiar para cumplir la promesa;
- porque surgen imponderables que obstaculizan el camino;
- porque se trató de promesas demasiado ambiciosas.
El famoso “segundo semestre” y la improbable “pobreza cero” se convirtieron en dos consignas que produjeron réditos políticos en un momento determinado, pero que con el paso del tiempo terminaron convirtiéndose en pesadas mochilas que se hubiesen evitado si la política hubiera prevalecido sobre el marketing efectista.
Con un segundo semestre de 2016 para el olvido y con una pobreza que no cede -atribuir toda la responsabilidad por este flagelo a Cambiemos sería de hipócritas-, en estos momentos gran parte de la sociedad argentina analiza cuál o cuáles de aquellos cinco factores hicieron que éstas y otras promesas del gobierno no fueran cumplidas. Es cierto que hay tiempo para reducir la pobreza, pero los buenos resultados deberán aparecer antes de las elecciones de octubre.
Entre el 25 y el 27 de enero pasados, la consultora Giacobbe y Asociados le pidió a 2.500 personas que eligieran una palabra para definir a la Argentina. El resultado fue contundente: los términos más repetidos fueron Esperanza, Futuro y Oportunidad.
Sin embargo, en este país las circunstancias cambian de manera frenética. En los últimos 45 días, demasiadas cosas ocurrieron. Hubo huelgas, marchas multitudinarias, violencia y estadísticas demoledoras.
Se puede ganar una elección con las promesas adecuadas. Pero esta ecuación no siempre funciona a la hora de gobernar. Los meses por venir serán clave para la administración de Cambiemos.
El presidente está a tiempo de tomar las decisiones necesarias como para que aquel círculo virtuoso conformado por el tridente promesas-confianza-esperanza, no termine mutando en un círculo vicioso de promesas-desconfianza-desánimo.
Dicen que en política jamás está dicha la última palabra. Con un electorado volátil -hace tiempo que nadie tiene los votos comprados- gran parte de la sociedad analiza en estos momentos si le cree o no al presidente.
Por eso, Mauricio Macri deberá cuidar celosamente el valor de su palabra. Es él quien será juzgado por la historia. No sucederá lo mismo con los gurúes que lo rodean, ni con su equipo de colaboradores.