Juan Ignacio Novak
La obra ubicada entre las más emblemáticas de la historia del cine se erigió por décadas como el paradigma del cine de entretenimiento. Protagonizada por Vivien Leigh y Clark Gable, fue sobre todo la obra del productor David O. Selznick. Claves de una película que goza de eterna juventud.
Juan Ignacio Novak
La Real Academia Española define a una obra clásica como aquélla que “se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia”. Desde este punto de vista “Lo que el viento se llevó”, estrenada en diciembre de 1939, ostenta el récord de ser una de las películas más clásicas de todos los tiempos. Es que durante décadas (posiblemente hasta que James Cameron rodó “Titanic” en 1997) resultó el modelo emblemático del cine de entretenimiento y alcance popular elaborado por los estudios de Hollywood. La vigencia que logró año tras año forjó un aura mítica a su alrededor que se mantiene intacta, al punto que Cinemark la reestrenará en la pantalla grande el 25 de abril, en una única función a las 20, según consta en su página web oficial.
En verdad, el film basado en la novela de Margaret Mitchell no se guarda nada. Todo en él es monumental porque así lo quiso el productor David O’Selznick, quien no escatimó en gastos. El presupuesto que asignó para la superproducción resultó astronómico para su tiempo, pero obtuvo un éxito de taquilla todavía más sorprendente, además del reconocimiento unánime de sus pares y de la crítica, traducida en varios premios Oscar, incluido el de Mejor Película. Las evidentes simplificaciones históricas que posee el filme (una mirada en extremo complaciente con los sectores esclavistas del sur estadounidense del siglo XIX) quedaron en segundo plano ante la potencia arrasadora de la melodramática historia de amor central.
Buena parte del magnetismo del film tiene que ver con su protagonista. Scarlett O’Hara es la fuerza centrípeta donde confluyen todo los personajes. Y son sus caprichos primero y sus promesas lanzadas bajo un cielo enrojecido después los hilos sobre los cuales se construye la trama, que tiene como monumental contexto la Guerra de Secesión que quebró a Estados Unidos en dos durante casi un lustro (1861 y 1865).
Scarlett, un personaje por el cual compitieron las grandes actrices de su tiempo y finalmente quedó en manos de Vivien Leigh, representa una mujer atípica de su tiempo: una heroína que confronta con un mundo machista regido por leyes conservadoras. En efecto, cuando se hace cargo de la finca familiar luego del paso devastador de los soldados, este rol no es bien visto por sus contemporáneos, que la desprecian. Lo cual no es un desaliento para Scarlett: “Con Dios como mi testigo, no van a derribarme. Voy a sobrevivir a esto y cuando todo acabe nunca volveré a tener hambre de nuevo. Ni yo ni mi gente. Así tenga que mentir, robar, engañar o matar. Con Dios como mi testigo, nunca volveré a pasar hambre”.
“Frankly, my dear, I don’t give a damn”
El guión de “Lo que el viento se llevó” está plagado de frases para la historia. Pero la que se lleva los laureles es la que pronuncia Reth Butler (Clark Gable, en su papel más famoso) sobre el final, cuando decide abandonar a Scarlett después de una breve y turbulenta vida en común: “Frankly, my dear, I don’t give a damn”. Lo que traducido al castellano es “Francamente, querida, me importa un bledo”. David O’Selznick debió sortear los límites de la censura (férrea en la época) para incluir estas palabras, pero al elaborar, en 2005, la lista de las 100 mejores frases de la historia del cine, el American Film Institute la colocó en primer lugar. La segunda (“Le haré una oferta que no podrá rechazar”) pertenece a “El padrino” y fue pronunciada por Vito Corleone, en la performance de Marlon Brando.
Marca
La posibilidad de ver hoy “Lo que el viento se llevó” en una sala de cine, con la perspectiva que aportan casi 80 años en los cuales (como diría Rick Blaine en ese otro clásico norteamericano que es “Casablanca”) “pasó mucha agua bajo el puente”, es una experiencia necesaria para todo cinéfilo. Porque la película fue concebida para la pantalla grande y es allí donde todas sus potencialidades aparecen. Y donde la marca del productor, David O’Selznick, aparece cristalina. Si, como cuentan las crónicas de la época, dejó rendidos a tres directores, contrató 2400 extras sólo para recrear algunas escenas de la Guerra Civil y quemó los decorados que habían quedado de pie de “King Kong” para recrear el incendio de Atlanta, todo eso valió la pena.