Por Luciano Lutereau (*)
Por Luciano Lutereau (*)
El psicoanálisis es una práctica de pequeños detalles. A veces es un rasgo apenas perceptible el que muestra lo más propio de alguien, la manera particular en que padece ciertas angustias y las resuelve a su modo. Recuerdo el caso de un muchacho que, después de una hora de entrevista, deslizó un aspecto que consideraba nimio en su vida. Al acomodarse en el sillón, dijo: “Me aprieta mucho la camisa, me tengo que cuidar”. Entonces, le pregunté a qué se refería y me contó que estaba tratando de bajar de peso, pero que no le resultaba fácil. Le pedí que me comentara cómo eran sus hábitos alimentarios, y este interrogante lo sorprendió porque nunca se imaginó que con un psicoanalista se hablara de este tipo de cosas que, pensaba, eran para hablar con una nutricionista. Le dije que no había temas específicos que debía preparar para hablar conmigo, que podíamos hablar de lo que él quisiera y, entonces, le pregunté si comía mucho en cada comida. Relató que no se trataba de que comiera grandes cantidades, sino del modo en que comía. Durante cada comida era más bien parco, pero lo que no podía evitar era la tentación de pasar por un quiosco y... primero un alfajor, otra vez un paquete de galletitas, etc.
En este punto, le pregunté de qué manera comía en cada ocasión. Pareció sorprendido nuevamente y me preguntó a qué me refería. Le dije que no era lo mismo comer algunas galletitas que terminar el paquete. Se rió y, casi como quien hace una confesión, agregó que, en su caso, el límite era el envoltorio. He aquí un aspecto crucial, porque lo que determina su relación con la comida no es la saciedad. Sin embargo, quiso añadir algo que le llamaba la atención: ¿por qué a veces puede comer de otra manera y, otras veces, cuando se somete a restricciones, ni probar bocado? Le pido que se explique. En efecto, a veces le ocurre que puede dejar de comer durante períodos prolongados y, por cierto, tener la satisfacción de no comer. Esto le parece llamativo: que pueda gozar de comer como de no comer.
En realidad, para un psicoanalista no es algo sorprendente lo que este muchacho comenta. Se trata del circuito oral de la pulsión, tal como se manifiesta en la impulsión: encuentra su límite en la angustia, cuando luego de haberse comido “todo” se siente culpable del exceso, o bien cuando puede regodearse en la “nada” de la privación. Por cierto, nadie dudará de reconocer en esta presentación clínica los dos polos de la bulimia y la anorexia como “trastornos de la alimentación”. Lo interesante es el carácter puntual que manifiesta, su aparición tímida, que en este paciente está asociada a una coordenada precisa: las situaciones en que debe esperar, hacer tiempo, entre una cosa y otra, por eso sus “atracones” suelen darse en quioscos o estaciones de servicio. Cuando se encuentra “en tránsito”, ahí su angustia cede al impulso.
Ahora bien, no es lo mismo tratar la angustia por la vía del impulso que a través del síntoma. No es lo mismo comer con culpa, que comer con asco. En la constitución del sujeto, para la localización del síntoma es precisa la represión. Donde no hay represión, se da el impulso. Lo que demuestra que, de un modo u otro, la pulsión no puede satisfacerse sin displacer. La vida pulsional del sujeto está destinada al fracaso, por una vía u otra, por eso el tratamiento que ofrece el psicoanálisis no es el de prometer un goce sin barreras, sino una frontera para el goce que sea lo menos disruptiva para la vida cotidiana.
Hoy en día, las impulsiones son cada vez más frecuentes. Y no es preciso hablar de casos dramáticos de adicciones para poder ubicar la eficacia de estas formas de malestar. Incluso, a veces hay cierto elogio de la impulsividad cuando se habla de la “intensidad”, la búsqueda de “emociones fuertes”, etc. Por esta vía, se olvida que la impulsividad confronta con un tipo de vida que no permite el reconocimiento subjetivo, dado que permanece en el sempiterno: “No sé por qué lo hago”.
Por supuesto que el propósito del psicoanálisis no es que alguien sepa quién es cuando hace lo que hace, pero sí que ubique las coordenadas en que actúa de tal manera u otra, y qué dice acerca de su ser más íntimo ese modo de responder a la angustia. Porque del sufrimiento y el dolor nadie está a salvo, pero afortunadamente no hay una sola forma de padecer.
(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.